Capítulo 16: Afortunados.

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Capítulo 16: Afortunados.

—Porque aquí es donde yo me escondía de niño cuando tenía problemas, —contesto con suavidad, —¿y bien? ¿quieres hablar de eso conmigo? —Quizás ya lo había mencionado cientos de veces, y esa situación se había repetido muchas veces más, pero Castiel no podía evitar sentirse abrumado al ver su figura. Christopher era así, alto, imponente, su caminar desprendía elegancia.

Él avanzo sereno, seguro, era poca la distancia que les separaba, pero para ambos fue una eternidad la que tardó en llegar y sentarse a su lado.

—¿Te gustan los querubines? —Pregunto ante el silencio del menor. Castiel no lo había notado pero tenía su mirada clavada en la fuente de mármol con forma de "angelitos". —Me gustan, —Reconoció para luego seguir guardando silencio.

El corazón palpitaba dentro de su pecho, y era extraño, acostumbrado a ese Christopher mandón y enrabiado, siempre apresurando las cosas, perfeccionista, inteligente, audaz, decidido, pero ahora era diferente, el tono de voz calmo, la expresión neutra tintada en su rostro, los radiantes ojos verdes tranquilos, comprensivos. Sintió que se le oprimía el pecho de tan solo saber que Christopher había ido hasta allí solo para ayudarle, tanto así que se le fue el aliento, convirtiéndose una vez más en un tonto tartamudo, incapaz de ofrecer tan solo una respuesta.

Ese aroma dulce inundaba sus fosas nasales, el pastelillo reposaba a medio comer entre sus delicadas y tiernas manos, casi podía oír la voz de su pá, animándole tras la espalda, diciendo cosas como: "¡Anda bebé, tú puedes!" o "¡Hijo di algo, por el amor de Dios!".

—Son preciosos, —respondió luego de haber tomado mucho aire. El camino de lágrimas comenzaba a resecarse por la brisa de la tarde, su voz estaba aun quebrada, sentía ese peso en el centro de su tórax, y el recuerdo de su pá, no hacia mejor para superar su amarga tristeza.

—Fue un regalo de mi padre, para un doncel que sirvió en esta casa, —apunto captando de inmediato la atención del menor. Christopher sonrió ante esa evidente reacción de Castiel, el pequeño había levantado la vista y secado las pocas lágrimas que seguian sobre sus mejillas, le observo interesado, con esa cara que pone cada niño curioso diciendo: "cuéntame más". —De niño siempre fui muy caprichoso, era serio y obstinado, pero podía hacer grande berrinches si no conseguía lo que deseaba, eso pasaba a menudo porque yo era el hijo menor y todos intentaban consentirme muchisimo, sin embargo mi padre decía que yo era un hombrecito y no debería andar haciendo menudos escándalos, —negó con la cabeza sonriendo tierna y dulcemente, hasta ahora no habia visto ese tipo de expresion en el mayor, justo por eso juro no olvidar aquella sonrisa. —Finalmente y por como era yo de mimado, siempre salía corriendo y me escondía aquí, yo quería estar solo, de paso patear algunas platas o romper un par de flores. —

—Las flores no tienen la culpa, —soltó sin pensar.

—Emilio decía lo mismo, ¡es increíble lo mucho que se parecen ustedes dos! —Exclamo entusiasmo. —Emilio era el doncel a quien mi padre le regalo estos querubines. Cuando yo me enojaba él siempre salía corriendo tras de mí, llegaba hasta aquí y me explicaba que las flores no tenían la culpa, ni tampoco solucionarían mis problemas. Él tenía más poder de convencimiento que mi propia madre. En realidad quiero muchisimo a mi madre, pero quien de verdad se dedicó a críarme fue Emilio. —Un suspiro nostálgico escapo de sus labios.

—¿Qué paso con él? —Pregunto el doncel curioso.

—Murió. Comenzó a enfermarse, tenía altos y bajos, pero nunca nos dejo inmiscuirnos en ese asunto, siempre le bajaba el perfil, decía que estaba bien y que pronto se pasaría, sufrió casi un año con esos malestares, después de que murió nos enteramos que tenía cáncer, la cura era mucho más costosa de lo que es ahora, y simplemente no quiso molestarnos con esos gastos, a pesar de que para nosotros no sería más que sacrificar unas vacaciones familiares en el extranjero. Dedico toda su vida a cuidarnos y a apoyar a esta familia. A pesar de que la religión le dio la espalda a los donceles, él nunca le dio la espalda a Dios, siempre decía algo así como: "Puede que Dios no me haya creado, pero yo sé que soy parte de su rebaño querido", nunca le entendimos, aquí en casa nadie era creyente, pero él jamás se molestó, tampoco se sintió incomprendido. Mis padres estaban tan agradecidos con él por todo lo que hacia en nuestra familia, que en uno de sus viajes a Roma compraron esta fuente de querubines como regalo para Emilio, aún recuerdo que paso casi toda una tarde llorando, mis padres aconsejaron que lo llevara a su casa y formara un bonito jardín trasero, pero él hizo la petición "más egoísta" de su vida, dijo que su lugar favorito se encontraba en esta casa, y quería que allí fuera dispuesta la fuente. —

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