Prefacio

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Crystal, 2011.

El cielo se iluminaba por los potentes rayos que caían en la oscura noche de tormenta, acompañados de un fuerte viento que soplaba arrasando con cualquier cosa que pudiera mover y derribar; y una lluvia torrencial que empapaba todo lo que tocara en aquella ciudad que era iluminada por los relámpagos.

Un relámpago iluminó el camino de un hombre que vestía una playera blanca con una chaqueta negra de cuero y unos jeans azules desgastados y sucios.

El joven de 26 años corría desesperadamente por un oscuro callejón estrecho en el cual se había metido cuando escapó acobardado de un tiroteo entre pandillas rivales.

Miró atrás con una mirada que exhibía lo asustado que estaba. Sus piernas temblaban como gelatina y entre tanto desespero, cayó justo en un charco de agua de lluvia. Amortiguó la caída con las palmas de sus manos y con sus rodillas.

Se levantó con rapidez, pero se dio cuenta muy tarde que tres pandilleros lo habían rodeado. Estos tenían apariencias muy diferentes entre sí, pero algo en común los unía, el tatuaje de un escorpión en un lado del cuello de cada uno que delataba que pertenecían a Los Escorpiones.

El más cercano lo tomó del cuello y lo pegó contra la pared de su derecha. La lluvia empapaba a cada uno de los presentes, pero aún así lo único que pasaba por la cabeza de Jim era el miedo de cuando esas tres personas decidieran matarlo.

—¡Nuestro jefe quiere la maldita ubicación! —Aflojó el agarre para luego meterle un puñetazo en la cara—. ¡Dinos la maldita ubicación y saldrás con vida! —exclamó desesperadamente.

El testarudo escorpión apretaba los dientes y los puños. Necesitaba volver con la información si quería seguir con vida.

Se sujetó su mejilla, donde recibió el golpe. Jim había estado escapando de los Escorpiones hace varios meses, pero ya no tenía escapatoria alguna. Miró a su tres atacantes, pero no titubeó al recordar la promesa que le hizo a su maestro de no revelar aquella ubicación antes de que este tuviera que irse a otro país por asuntos importantes por un largo tiempo.

Se irguió y levantó los puños, pero en eso un relámpago iluminó la cara de los pandilleros y pudo ver sus ojos completamente negros.

Uno de los escorpiones lo tomó del cuello de su camisa y Jim se sobresaltó del susto.

—No lo entiendes —confesó con ansiedad y desespero—. Nos matará si no nos dices dónde está.

—Ja-jamás tendrán la ubicación —espetó, con voz temblorosa.

—Mala decisión, amigo —De su bolsillo, uno de los tres, sacó una navaja con un filo impresionante y se la clavó directamente en su abdomen.

Jim sintió el frío metal entrar en su cuerpo. El arma entró y salió una y otra vez del cuerpo del bibliotecario hasta que Jim sintió el sabor de la sangre que comenzaba a salir de su boca. Jim fue cayendo al suelo mientras perdía sangre a montones dejando un rastro de líquido carmesí en la pared en la que estaba apoyado.

—¡Mierda, Pitt! Demon nos matará por eso —informó uno de los presentes allí con ansiedad.

—A-ahora la pue-erta no será encontrada jamás —Sus palabras eran apenas audibles por tanta sangre en su boca. En su rostro se formaba una sonrisa al saber que no le había fallado a su maestro y que moriría habiendo cumplido su promesa.

Unos pasos lentos comenzaron a sonar en aquel callejón, y los tres pandilleros se apartaron al ver quién era, pues le tenían temor.

Un ser humanoide de piel blanca con algunas venas oscuras marcadas en su cuerpo apareció. Sus ojos eran de un rojo carmesí y su cabeza no contaba con ninguna otra cosa que no fueran sus ojos y dos minúsculos orificios por los cuales respiraba.

—Inútiles —espetó. No tenía boca, pero aún así habló con su voz demoníaca.

Su mano derecha se transformó en una zarpa con filosas garras oscuras con las cuales podría cortar hasta el acero. De un sólo manotazo rasgo el cuello de uno de sus lacayos, al cual le comenzó a brotar sangre hasta que falleció en cuestión de segundos por la pérdida abrupta de sangre; el segundo pandillero fue atravesado de lado a lado por sus garras y este lentamente perdió la vida mientras soltaba gritos ahogados por la sangre que brotaba de su boca.

—¡No, no! ¡Por favor no! —gimoteó con miedo el último que quedaba al saber que era el siguiente. Retrocedió unos pasos, pero se tropezó con la sangre de sus compañeros. Maldijo por lo que estaba pasando y sus ojos comenzaron a lagrimear—. ¡Por favor, Demon! Te he sido fiel todo este tiem...

Fue interrumpido en plena suplica por el fuerte agarre de aquella criatura en su cuello.

—Tenían una sola misión, y me fallaron —Su voz demoníaca asustaba y hacía que a cualquiera se le pusiera la piel de gallina.

"Crack", fue lo que se escuchó cuando el demonio blanco le rompió el cuello al último de sus tres servidores.

Miró al moribundo Jim y luego se acercó a él para ponerse de cuclillas. Jim no reaccionó, la sangre en su boca le impedía decir algo, pero sus ojos lo miraban con horror.

—White Demon —susurró el nombre de la criatura.

—Sólo tienes una oportunidad para decirme dónde está La Puerta y te daré la oportunidad de salir con vida de esta —ofreció un trato al moribundo bibliotecario. Pero éste sólo respondió con una sonrisa de felicidad al saber que se llevaría el secreto a la tumba.

—Ja... más —Lentamente Jim fue cerrando los ojos para dejar este mundo de una vez, y así lo hizo. Murió al instante.

Se levantó y miró los cuatro cuerpos sin vida. La lluvia no había parado, fue la encargada de limpiar la sangre y dispersarla lo más que pudo.

Con furia en su ser, por no haber podido obtener la información, White Demon pegó un grito al cielo. La piel de su cara se desgarró y dejó ver una horrenda boca negra con filosos dientes puntiagudos.

El grito de furia retumbó en la noche, alarmando a varía gente que vivía en las cercanías, levantándolas de sus profundos sueños.

Sólo un trueno silenció el desgarrador grito de White Demon en medio de la tan poderosa tormenta.

Un poderoso trueno levantó a Alexander, un niño de tan sólo diez años de edad el cual se levantó sobresaltado y asustado por el estruendo.

El niño de cabello negro azabache y ojos grises con tanta inocencia en él, se paró sobre sus pies descalzos y caminó hacia la ventana de su habitación vistiendo únicamente su pijama de un azul acero.

Corrió las cortinas para contemplar los vidrios empañados que ocultaban como la lluvia golpeaba fuertemente y como parecía que el cielo se caería. Con su mano desempañó la ventana para ver la ciudad en aquella tormentosa noche.

Blue Night: El inicio de un héroeDove le storie prendono vita. Scoprilo ora