Capítulo 9

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Entré de mala gana al campo de entrenamiento.

Dejando mi rabia de lado, corrí hasta el árbol más cercano y lo escalé para conseguir una mejor vista del territorio.

Conté veinte sujetos alrededor de mi sector, la mitad de ellos del elemento Tierra, cinco de Aire, tres de Fuego y dos de Agua.

En pocas palabras por primera vez tengo suerte. Aunque Rizitos está en la peor posición.

Las pruebas que finalmente decidieron los Orientales constan de "entrenamientos físicos públicos", hay cámaras donde menos te lo esperas. Generalmente los competidores somos elegidos por el público, pero los dueños de estas instalaciones ingresan a la mayor masa de engendros de un elemento.
En este caso dió la coincidencia de que no tengo que preocuparme por sobresalir, ya que solo somos tres de Agua.

La primera explosión detonó ha diez metros de mi.
Los chicos del Fuego comenzaron los ataques entre ellos.
Ya que supuestamente el mayor enemigo del Agua, es el Fuego es necesario fingir una rápida huida del lugar para no arriesgarme a ser "quemada".

Bajé del árbol de un salto. Caí en cuclillas, ya me acostumbro a estas ridiculeces.
La primera vez que entré fue un caos, no sabía que hacer, tropecé a los segundos que empezó la prueba y fuí el blanco de todos. Quería morir de la vergüenza, pero me sirvió para demostrar mis habilidades.

—Mierda—una enredadera de agua me arrastró por el tobillo, giré para enfrentar a mi adversario.

Un chico blanco como el papel y con unos ojos más celestes que los míos, se posicionó a horcajadas sobre mí. En sus mirada era visible la sed de sangre, seguramente ingresó en el clímax de la esquizofrenia. Levantó sus brazos y de ellos salieron incontables cuchillos de hielo.

—Patético—sonreí de lado provocando su completo desequilibrio.

Lanzó las armas hacia mí. Si solo supiera que me acaba de dar el mayor de los regalos.

Cuando estuvieron a centímetros de enterrarse en mi cuerpo los hice parar.

—Pero...—su mirada desconcertada era alucinante. Las pupilas se movían como si tuviesen vida dentro de sus ojos.

—Debiste pensar bien a quien atacar—al igual que en mi primer asesinato opté por transformar los cuchillos en agujas y las estrellé contra su cuerpo.

Miré hacia el cielo sabiendo que estarían haciendo un primer plano de mi expresión. Me mantuve fría y sonreí de lado antes de correr a esconderme.

Creo que aún nadie se ha dado cuenta de mis dotes, pero de a poco verán que no solo manipulo mi propia Agua, sino la de cualquiera.
Solo los más fuertes logran utilizar el elemento de su enemigo como un arma de doble filo o aquellos que son poseedores de una rareza. Yo pertenezco a la segunda.

Creo que en estas circunstancias es preferible dar un paso al costado en la batalla, podría incluirme en la lucha contra los otros, pero significa dar muerte a más de los míos y no quiero asesinar en vano.

Me senté a observar a la orilla de un tronco ancho y maltrecho.
Las paredes que nos rodean forman un perfecto pentágono, lo que quiere decir que la arena no es infinita, estamos dentro con una única posibilidad de supervivencia: matar.
Este campo de batalla es como una selva, los troncos anchos, copas frondosas y con varios insectos de alojados, tierra húmeda (lo que me favorece), pero está rodeada de enredaderas que entorpecen el paso y casi al centro se vislumbra un riachuelo.

Definitivamente debo acercarme lo máximo posible a la fuente de agua. Con cautela avanzo unos kilómetros.

Los estruendos no han cesado, gritos en el sector que dejé inundan mis oídos.

ZONA DE FALLAS: ENGENDROSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora