Hannah se calló. Mastiqué la historia, tomando una botella de agua y abriéndola para beber. Ninguna de las dos dijo nada por un momento.

—Y fue así, por un rato. —Prosiguió. Bajé la botella—. Estábamos de novios a distancia. Yo no podía dejar el reino Ava sin haber terminado la escuela, y él, como el príncipe delfín, estaba lleno de obligaciones tal como sigue ahora. —Soltó un suspiro con disgusto—. Finn venía cada vez que podía. Mis padres no me dejaban ir sola a Séltora. La cosa es que, un año después, justo tres días antes de navidad, Finn viajó de sorpresa a verme, pero no para darme una buena sorpresa. Viajó para terminar nuestra relación con la excusa de que, al ser ya mayor de edad en su reino, el Consejo le prohibió estar ligado a alguien que no sea parte de una monarquía. —Hannah tragó saliva, no se había movido de la ventana. Su cara estaba arrugada—. Me dio un último beso en la mejilla, se dio media vuelta y se marchó. Lo llamé y le escribí muchas veces, pero nunca tuve respuesta. Nunca más volví a saber de él, ni a verlo... Hasta ahora.

Escuché atentamente a Hannah con el ceño fruncido y los brazos cruzados. Parecía la típica historia de amor de verano que no dio resultado, pero con reinos, Consejos y reyes influyendo.

Me costaba imaginar a Finn demostrando sentimientos. De hecho, casi nunca demostraba emociones y era totalmente frío con respecto a cualquier tema romántico.

—Me cuesta imaginar a Finn en una relación o estando enamorado —solté sin darme cuenta de que había dicho lo que estaba en mi mente.

Hannah soltó una risita. El comentario pareció relajarla.

—Sí, pues, él era diferente por aquel entonces —dijo, dándole razón a mis pensamientos—. Está entrenado para ser calculador. Está formado para ser un monarca, para pensar y servir a su reino. Su padre siempre fue muy estricto con él —explicó con un tono de amargura—. Ya casi no lo reconozco. Es tan distante, introvertido y concentrado en lo suyo... —agregó, abrazándose a sí misma.

—Eso suena muy aburrido —comenté para alivianar el ambiente de amargura.

Hannah volvió a reír, esta vez con más ganas y me sentí satisfecha.

Se oyeron dos golpes en la puerta antes de que la abrieran sin esperar respuesta. Una silueta alta, de pelo corto y resplandeciente, entró a la sala de entrenamiento.

Hablando del rey de Roma...

—Princesa Claire —anunció Finn—. Siento interrumpir, pero tenemos una situación importante, necesito que me acompañes.

Él casi nunca me llamaba "princesa Claire", solo lo hacía cuando estábamos con gente desconocida y tenía que ser formal.

—¿No saludas? —le respondí con repentino disgusto—. Hannah está justo ahí, ¿o se volvió invisible?

Finn frunció el ceño en mi dirección, como no entendiendo mi enojo.

—Hannah, buenos días —saludó cortante, dándole una mirada sin expresión como si fuera una persona totalmente desconocida para él. Eso hizo que me sintiera peor por Hannah—. Claire, de verdad tenemos que irnos.

—Es algo urgente, qué raro. —Solté un suspiro y dejé la daga en una mesita—. Gracias, Hannah. —Me di vuelta para mirarla directamente—. Eres una excelente tutora. Espero aprender pronto la patada voladora para patear traseros de hombres idiotas. —Dicho eso, pasé por el lado de Finn y salimos al frío pasillo.

Comencé a caminar rápidamente por el corredor, dejándolo atrás, pero gracias a sus largas piernas, no le costó alcanzarme en tres segundos.

—¿Qué se supone que fue eso? —inquirió confundido y con el ceño fruncido.

Atanea I: Heredera doradaWhere stories live. Discover now