T r e i n t a y s i e t e

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El juicio finalizó después de dos años

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El juicio finalizó después de dos años. Dos largos años ¿Cómo pudieron tomarse tanto tiempo cuando los hechos eran evidentes? La justicia es lenta, eso me quedó muy claro, pero también nos llega a todos.

El médico cirujano Lázaro Escobar deberá dar una cuantiosa suma a la víctima Ariel Sanz por los daños físicos ocasionados a su persona con objetos punzantes y otros de uso doméstico, abuso sexual reiterativo, agresión verbal, daños psicológicos, entre otros. Además de ser condenado también por trata de personas al haber hecho una transacción con la madre de la víctima en donde la misma cedía todos los derechos al hombre a cambio de una suma de dinero; será revocado de su licencia médica de manera permanente y condenado a treinta años en prisión.

Pero, ¿Qué pasó con Ariel y conmigo todo este tiempo? Luego de que él haya salido del hospital cuyos gastos lo pagué con mis ahorros y sin un empleo estable después de que mi jefe me haya despido por haberlo desobedecido el día anterior; estábamos desamparados. Pero había algo que jamás haría y eso era, dejar solo a Ariel. Velé por él todos los días. Lloré con él cuando los médicos habían dicho que todas las esperanzas que tenía de poder hablar algún día, fueron mentiras elaboradas por aquel sujeto para tener a Ariel más sumiso.

Él jamás tuvo ni tendrá voz.

Había caído en una enorme depresión después de eso, pero día a día traté de animarlo e inclusive le compré una agenda donde podría escribirme todas las cosas que quería. Esa idea le gustó y con el tiempo había desarrollado un pasatiempo. Escribirme cartas.

Era un tanto innecesario ya que estaba siempre con él en aquella habitación del hospital, pero al finalizar el día siempre me daba su agenda con una carta en ella diciéndome todas las cosas que callaba. Cómo le gustaban los dulces y que siempre quiso ser mi amigo, lo agradecido que estaba por no dejarlo, lo bien que se sentía cuando le hablaba y miles de detalles que me emocionaban saber de él. Me sacaron lágrimas, pero de alegría. Cada vez que terminaba de leerlas, iba hasta él, unía nuestras frentes y depositaba un beso en sus labios, eso le hacía sonrojarse y sonreír.

En ese entonces, como no tenía más remedio, tuve que llamar a mi madre para pedirle ayuda y ella encantada me había dicho que me ayudaría. Pero tenía una pequeña preocupación. Ariel sabría quién era antes de conocerme y eso me había dado miedo. 

Tú, un grito silenciosoWhere stories live. Discover now