Lo veía venir siempre con los hombros hundidos, la cabeza agachada y con vestimenta excesiva para el clima caluroso. Sin embargo, había algo que llamaba aún más mi atención y era aquella mirada gélida que parecía gritar auxilio.
¿Qué podría esconder...
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Ariel tenía notables ojeras en el rostro. Generalmente llevaba una gorra encima de la cabeza, pero hoy vino al descubierto mostrando su cabello negro y corto. Tenía cara de recién levantado. Pagó la cuenta y cuando le pasé el billete, nuevamente me di cuenta de las curitas en las manos. Eso me preocupó, si fuera una cortada minúscula ya hubiera sanado, pero en cambio, parecía que este no era el caso.
Ariel notó la manera en que me quedé viendo sus manos, así que tiró el dinero en frente de mí y salió con la bolsa llena de las cosas que había comprado. Ni siquiera esperó a que le diera el cambio.
—Adiós, Ariel —susurré al ver su silueta irse furiosamente.
