Sonreí.

—Pienso igual que usted, rey Tyrone —agregó Finn desde mi lado—. La princesa no aprenderá mucho a ser princesa si la mantenemos apartada de la información importante.

El rey asintió hacia él y me miró.

—Está decidido entonces. Keane —lo llamó, girando su cabeza hacia él—, desde ahora la princesa Claire participará en todas las reuniones oficiales mientras se hospede en este reino —declaró—. Quiero que la mantengan al tanto de todo lo que se transmita desde Atanea.

Keane lo miró asombrado por unos segundos, pero luego asintió.

—Como usted diga, su majestad —atendió con un tono claro. Luego me dedicó una ligera sonrisa.

Keane no me parecía malvado después de todo. A diferencia de John, que nos observaba desde el lado de Keane con la boca fruncida y con cara de que tenía algo atorado en el trasero. Dios, ¿qué tanto le molestaba?

—Pues, siguiendo con el mismo tema... —El rey se giró hacia mí—. Deberías saber que tu abuelo, el rey Archibald, ha empezado a enviar las primeras misiones para derrocar al reino Lumba. Han logrado tomar varios puntos de ese extenso reino, junto con los reinos aliados, incluido el reino Séltora y Ava. —Posó su mirada en Finn un momento—. Pero a su vez, el reino Lumba ha tomado a varios rehenes de reinos inocentes, incluyendo humanos. —El rey pestañeó pesadamente al ver mi cara de terror—. Lo sé, es horripilante. Aún no sabemos quiénes son los rehenes, pues no han dado la lista oficial. De cualquier manera, ustedes ya saben que está el rey de Séltora en esa lista. —Volvió a posar su mirada en Finn.

Jack Harrison era un rehén y Finn estaba en un reino muy lejos haciendo cualquier misión menos ir por él. Me preguntaba si de verdad quería recuperarlo.

Toda la conversación de la cena giró en torno a la guerra existente. Los territorios de Lumba que habían logrado ganar, los nombres de los jefes que lideraban las misiones, la cantidad de personas que habían resultado heridas e incluso muertas.

Dejé de escuchar al inicio de la conversación porque no entendía ni diablos, encontraba todo horrible y me provocaba ansiedad. Quizá por eso mismo me excluían de las reuniones, pero debía estar ahí por Theo.

Finn era el que conversaba entusiasmadamente con el rey, con el presidente y con John sobre aquellos temas. Hacía preguntas y daba opiniones, se notaba que se manejaba todo, y cómo no, aquel era su mundo y era príncipe de su propio reino.

Mike escuchaba atentamente la conversación, pero sin emitir opinión alguna. Supuse que en su calidad de agente, decir u opinar algo sin que se lo preguntasen era incorrecto.

Me pregunté si mi madre sabría opinar sobre esto, si sabría de estrategias o de misiones entre reinos. Mi vida normal ya me parecía algo muy lejano.

Pensé en Theo, preocupada por si le daban al menos buena comida y cobija durante su encierro. Mi corazón se estrujó al imaginármelo impotente dentro de una celda fría, húmeda y oscura. Theo se merecía mucho más que eso. Mike me contó que había sido siempre el primero de todas las clases, que era un agente de excelencia y era parte del círculo de confianza del rey. Era como poner un corcel dentro de un gallinero. No entendía cómo desconfiaban de él.

De estar ahí conmigo, me regalaría sonrisas torcidas y algún guiño. De seguro diría cosas más astutas que yo y cosas no tan aburridas como Finn. Haría reír a Mike, provocaría que me sonrojara por algo o soltaría un comentario irónico. También pondría a John en su lugar. Todo tendría más sentido con él.

Lo echaba de menos.

Al final de la cena, el rey me prometió averiguar todo sobre el estado de Theo y hacer que me lo comuniquen, lo cual fue algo confortable.

Atanea I: Heredera doradaWhere stories live. Discover now