—Princesa Claire, nieta de Archibald Relish, por fin te conozco. —El rey tenía una voz proyectiva, demasiado profunda para su aparente edad.

—Es un placer conocerlo, rey Tyrone —saludé inalterada y me acerqué a él para tenderle la mano. Escuché pequeñas exclamaciones de espanto por saludar extendiendo la mano al rey—. Lo siento, así es como se saluda donde me crie.

El rey elevó sus prominentes pómulos en una sonrisa.

—El placer es mío —respondió con aire liviano.

Según mi parecer, no le había encontrado nada de malo a mi saludo, de hecho, pareció gustarle.

Me giré y le di una gran sonrisa de suficiencia a John, que me miraba horrorizado, y volví a mi lugar de manera airosa.

Si querían que fuese una princesa sometida al protocolo, estaban perdidos. Me apegaría a la educación que me entregaron por diecisiete años.

Una vez que el rey Tyrone se sentó, todos comenzaron a sentarse también.

—¿Qué hacen? —preguntó fingiendo asombro—. ¿No se dan cuenta de que la princesa Claire Moore Relish no se ha sentado aún? Deben esperarla —ordenó con gracia—. Y también, por supuesto, al príncipe Finn de Séltora. —El rey me dedicó una amplia sonrisa, elevando su barbilla con suficiencia y miró alrededor.

Lo que más disfrutaba era ver la cara de indignación de John.

Sentí la complicidad del rey, estaba de mi lado. Esperaba no equivocarme, porque eso podría ser de gran ayuda en mi plan de recuperar a Theo.

Mientras Finn y yo nos sentamos lentamente (sentí algo de culpa por Mike que debía esperar parado como el resto), el rey parecía encantado con las manos entrelazadas cerca de su mentón. Estaba sentado en la cabecera, por supuesto.

Cuando por fin todos se sentaron, el personal de la cocina comenzó a traer la comida puesto por puesto.

—Cuéntame, princesa Claire, ¿qué te ha parecido todo el nuevo mundo que conociste? —indagó el rey con chispas de curiosidad en los ojos.

—De locos —afirmé—, pero mágico e interesante —agregué para demostrar que, a pesar de todo, aquellos reinos me tenían fascinada. ¿A quién no?

—De locos —coincidió con un asentimiento y sus labios curvados hacia arriba—. Me parece que eres una princesa moderna bastante inteligente. He investigado. Eres perspicaz, astuta y tienes gracia. Me parece grandioso para tu corta edad.

Mi pecho se infló. No me conocía y ya me llenaba de elogios.

—Gracias. Generalmente me ven más como un objeto o un recipiente de poder.

El rey frunció el ceño.

—¿Por qué dices eso? —quiso saber.

—Pues —comencé mi desahogo—, solo me llevan de aquí para allá. Entiendo que deban esconderme por mi seguridad y la de todos, pero es como si fuera una encomienda. No me siento parte de nada. Los únicos a los que les importan mis pensamientos y sentimientos son mis guardianes, de los cuales, el guardián oficial, fue arrestado por una injusta razón —agregué de manera astuta—. Además, no me dejan participar en ninguna de las reuniones en las que transmiten información y las órdenes a seguir, enviadas desde Atanea por el rey Archibald.

El rey Tyrone me escuchó con completa atención y meditó unos segundos.

—Lo encuentro totalmente espantoso —opinó el rey, haciéndome sentir comprendida—. Si estás metida en este embrollo, y si pusieron esa cantidad mastodóntica de poder en tu alma, lo mínimo es hacerte partícipe de las reuniones oficiales.

Atanea I: Heredera doradaWhere stories live. Discover now