Capítulo 9

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                         CAPITULO          9

 

Me desperté relajada, extrañamente a gusto. Entonces vi a que se debía. Estaba entre sus brazos, la noche anterior me vino como un flash. No podía ser. Ahora ya no me poseía ninguna magia. Me levanté veloz, cogí mi ropa del baño y salí por patas. Llamé a un taxi y llegué a casa. Estaba al borde de un ataque de ansiedad. Había sucumbido a la tentación. Esto era una maldición, ser como era, que inevitablemente me dejara llevar por la energía que me rodeaba, la que penetraba en mí. Sin pensar en lo que debía hacer, cómo iba a tener mi vida, si nunca era yo la dueña de mi cuerpo, no podía vivir así. Solo quería borrarlo todo, la noche anterior, a él, todo. Fue perfecto y eso es lo que me hace más daño. No puedo engancharme, no es bueno para mí ni para él que sienta cosas. Luego es inevitable que pase alguna catástrofe.

Salí del taxi y corrí, solo podía correr, borrarlo todo. Mis piernas iban solas, no tenía que pensar en nada. Deseaba poder tener una goma que borrara todo lo que yo quisiera. Pero la goma es material, con lo que solo borraría las cosas materiales. En cambio las no materiales perduran, inmortales. Seguía corriendo, no podía parar, no quería parar.

No sé cuanto tiempo estuve corriendo, solo sé que en algún momento dejé de hacerlo y caí al suelo. Me quedé ahí, sobre la húmeda tierra, entre un ejército de árboles que me protegían. Pero me sentía vulnerable, más que nunca. Tenía una sensación extraña, me dolía el pecho, era demasiado cansado reprimir lo que sentía, y más aún después de aquella noche, intentaba olvidarlo, pero me dolía. Me doblé sobre mi misma, cerré los ojos y lo dejé salir, lo que llevaba acumulando durante tanto tiempo. Un grito de dolor desgarró mi pecho, un anillo de fuego se formó a mi alrededor arrasando con la primera línea de árboles.

Abrí los ojos, estaba en mi cama. No llevaba la pringosa ropa de ayer, alguien la había cambiado por uno de mis camisones de antaño. Me sentía agarrotada, estaba en trance. No tenía fuerzas para permanecer consciente. Me dejé caer por un oscuro precipicio sin fin.

No sé cuanto tiempo estuve volviendo a la realidad y marchándome otra vez a un mundo menos doloroso. Quizá horas, días...

Me recosté sobre mi cama.

-Te encontré tirada en el bosque. Venía a verte, espero que no te importe. -Blade estaba sentado en un sillón al lado de mi cama. Negué con la cabeza. No sé que aspecto debía tener, pero supongo que horrible, ya que Blade parecía profundamente preocupado.

-¿Quieres hablar de ello? -Yo volví a negar con la cabeza. -De acuerdo. ¿Necesitas algo?

-No. -Mi voz sonó diferente, abatida, sin fuerzas.

Estuve durmiendo varios días más. Blade iba y venía. Se preocupaba por mí, algo que yo no me merecía. Pero no tenía fuerzas ni ganas para decírselo.

 Algo hizo que me despertara una de esas veces en las que no sabía muy bien en qué mundo estaba. Alguien estaba llamando a la puerta. Y aparte de algún excursionista perdido solo dos personas sabían que vivía aquí, y Blade no tenía por costumbre llamar, sino que entraba por la ventana. Una sensación de agonía recorrió mi cuerpo. Blade no estaba, tendría que enfrentarme a él yo sola. O bien podría hacerme la loca y fingir que no estaba en casa. Volvió a llamar a la puerta. Me levanté de la cama, no se muy bien para qué, empecé a dar vueltas por mi cuarto. Sabía que Christian no se iba a dar por vencido, seguramente se preocuparía, pensaría que me he caído por las escaleras, o que me he resbalado en la ducha ... Fuera lo que fuera, seguiría llamando a la puerta, intentaría entrar, no sabía que hacer. Pensé en esconderme en el armario, pero me quedé reflexinando qué narices estaba haciendo. Esta era mi casa, y él era un chico con el que no tenía ningún compromiso. Podía decirle que fue un error y que no me interesaba, por muy doloroso que fuera. No, no podía, si ni siquiera podía mantenerme consciente un día entero, a quien quería engañar, debía actuar como una cobarde y esconderme. Mi salvación entró por la ventana, había empezado a oscurecer y Blade podía salir. Me vio dar vueltas como una lunática por mi cuarto, temblando, a punto de un ataque de ansiedad o algo por el estilo. No sé cómo no huyó.

Incandescente PUBLICADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora