1. Ataque verbal

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1. Ataque verbal.

Mckenzie

—No es mi culpa que tengas una inmensa cabezota —los ojos aqua de Stiles centellan contra los míos. Una risita burlesca se escapa de su garganta—. No te vi, chica triple x.

Siento mi cabeza arder internamente, en cualquier momento me empezará a salir humo por las orejas y nariz como si fuera un toro encolerizado y no sería raro porque estoy que me lleva el diablo en éste momento.

Como cualquier estudiante a punto de graduarse de la preparatoria, me había despertado de buen humor, había comido mis cereales favoritos y me había despedido de mamá recordando las palabras que todas las mañanas dice: Estoy muy orgullosa de ti, Mckenzie.

Había abordado el bus de estudiantes y por lo tanto no había tenido ningún inconveniente hasta llegar a Royale.

Yo, como todas las mañanas antes de empezar mi día de clases, fui a sentarme a una de las tribunas frente al campo de fútbol americano, pero mi único problema fue darle la espalda a éste. Saqué mis apuntes de mi morral y el momento en que los iba a estudiar; el gracioso sin futuro de Stiles tuvo la grandiosa idea de lanzarme el balón a la cabeza. Y estoy segura de mis palabras porque no creo que haya sido un ''accidente'' aunque él tampoco se excusó diciendo eso. Es más, ¡no se excusó!

—Te meteré este balón por donde más te quepa, Shakespeare —tengo el balón en mis manos, mis dedos parecen querer traspasarlo y para rematar, casi estoy gritándole al bueno para nada de Stiles. Él se cruza de brazos y sonríe, mostrando una estúpida, pero perfecta sonrisa. Eso sólo hace que un grito de frustración escale las paredes de mi garganta. Alzo el balón y lo tiro con todas mis fuerzas directo a su patética cara.

—¡Hija de puta...! — empieza a maldecirme por golpearle la nariz con su propia basura de balón.

—Stiles, ya basta, Mckenzie es una chica —le advierte Nathan.

—Así es. Y una chica que hará que tu vida sea miserable si te sigues metiendo conmigo —dejo escapar un gruñido tomo mi morral para después alejarme a grandes zancadas de ahí.

—¡Ya quisieras que me meta contigo, perra! —escucho el tono sarcástico que inunda su grito mientras yo estoy atravesando la calle asfaltada hacia el edificio.

Me doy vuelta ciento ochenta grados y le muestro mi dedo corazón.

—¡Te odio, Jamie! —respondo con el mismo tono. Él ya no me dice nada, sólo se queda refunfuñando en voz baja, junto a su mejor amigo: Nathan. No sé cómo demonios Nathan puede ser amigo de ese imbécil.

Entro al edificio con mi nivel de maldad hasta la coronilla. ¿Qué esperaban que pasara al entrar a Royale? ¿Qué mis mejores amigas salieran a mi encuentro para consolarme? Pues no, no tengo mejores amigas, ni siquiera amigas. ¿Por qué? ¡Porque todo el mundo me encuentra aburrida por ser la sabelotodo de mi clase! Ah, pero no me importa porque tengo las mejores calificaciones de la preparatoria, soy una de las mejores alumnas y obviamente distinguida de entre el montón de mediocres que intentan terminar la escuela. Y eso es una gran ventaja si quiero entrar a la universidad Lincoln Park en New York, sí, lo sé, suena abrumador ya que vivo en Los Ángeles, California.

Entro al salón de clases, todavía sobándome la cabeza donde me empieza a salir un bulto. ¡Rayos! Si sufro un daño cerebral por culpa de Stiles, juro por mi vida que ese tipo jamás tendrá hijos. Dejo caer mi morral y saco un bolígrafo porque tendremos un examen de geografía con el profesor McLagge y sí, estudié muy bien como para estar segura de que sacaré una nota de diez puntos. 

 

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Stiles

—El examen será en parejas, ustedes y Dios. Y el que sea ateo no hace falta mencionarlo, ¿cierto? —canturrea el profesor Cartagena. Ese tipo es igual de odioso que Mckenzie y no es de extrañar; pues es nuestro dios de las matemáticas.

—Por esos chistes no tiene amigos —siseo entre dientes. Nathan y el grupo de muchachos cerca de mí alcanzan a escucharme y sueltan una carcajada.

Mckenzie voltea a verme, está en el primer escritorio de la fila y no sé cómo rayos su cuello no se rompe al comprobar que soy yo el chistosito del fondo. Ojalá le hubiera lanzado el balón con más fuerza para dejarle contusiones cerebrales y tal vez con un poquito de suerte jamás la hubiese visto de nuevo en mi vida. Detesto a esa chica tanto como el hecho de que mi madre nos abandonara a mi padre y a mí. Detesto a las mujeres.

—Usted el de atrás, cuéntenos el chiste a todo el salón a ver si nos reímos —me quedo en silencio, con la cara más antipática que jamás hayas visto. Mis amigos dejan de reírse y bajan el rostro, pero yo no, no le tengo miedo a ese señor—. Eso pensé, Shakespeare —sentencia el sabiondo de Cartagena. ''Shakespeare'' ese tonto sobrenombre lo gané hace dos años en la clase de Literatura. La profesora Trelawney nos pidió escribir un cuento corto o algún poema para así ganar veinte puntos en su patética clase. Claro que yo lo hice, pero no tomé en cuenta que ese poema o cuento corto debía ser de nuestra autoría, así que yo sólo fui a google, copié y pequé, y lo presenté.

Cuando yo lo terminé de leer en voz alta, frente a toda la clase, ella me preguntó el nombre del autor. Yo no sabía de quién rayos era aquél poema, había olvidado copiar y pegar el bendito nombre, es más, se suponía que yo debía inventarlo y quedé en ridículo cuando dije: William Shakespeare.

Tienes menos diez puntos, Shakespeare, el poema era inventado y usted sólo fue a googlearlo, además ni siquiera sabe de quién es este. Qué pena con usted —sentenció Trelawney. ¿Ya les dije que odio a la bruja de Harry Potter? Pues sí, la bauticé con ese apodo.

La verdad es que después de un tiempo todo el mundo olvidó ese tonto sobrenombre, menos la chica triple X.

¿Por qué Mckenzie es llamada Chica Triple X? Esa es otra historia, amigos míos.

—Sólo les comentaba a mis amigos que me levanté con una inmensa erección gracias a mi vecina —respondo. Cartagena se queda mirándome como si supiera que conmigo no tiene remedio, mientras que la clase explota en una carcajada. Él da la orden de que podemos empezar a responder nuestro examen y yo le doy vuelta a la hoja.

Sólo es una hoja con diez ejercicios, ni siquiera me tomo el tiempo de verlos con cuidado porque ya sé que me llevó el diablo.     

Este cuerpo no es mío ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora