Capítulo 8

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Sé no saqué los genes de los Brown. Según mi abuela, las chicas de mi familia son fuertes, atléticas y muy capaces. Grace es un muy buen ejemplo de eso. Aunque, como todo en esta vida, siempre hay una excepción y esa soy yo. Mientras mis primas corrían en maratones, yo me apuntaba en concurso de quién comía más hamburguesas en media hora. Mientras ellas iban al gimnasio, yo admiraba mis hermosos pudines perfectamente redondos y gordos.

No soy una persona deportiva. De hecho, jamás lo he sido y me siento completamente bien con eso. Estoy segura de que en mi vida pasada era un oso panda que dormía unas veintidós horas al día y medio se movía dentro de su cuevita en las dos horas que estaba despierto. Pero a veces hay motivos y, cuando eso sucede, hasta Nike tiembla.

Mis pies duelen por correr con los botines oscuros que mi abuela me había obsequiado dos años atrás. Los mechones de mi cabello se enredan unos con otros sobre mi cara y más de una vez tengo que batallar con ellos para sacarlos de mi boca. Mientras saco los mechones babeados con mi mano y  logro esquivar a las personas que van caminando para no golpearlos, mantengo la mirada fija sobre la pantalla de mi móvil con la dirección que Lexie me había enviado justo antes de leer: «Urgente. Trae mi ropa para esta noche.»

El punto azul del mapa digital señala que, justo en la esquina sobre la misma calle, se encuentra ella. Acomodo su bolso celeste sobre mi hombro derecho y corro con más velocidad. Cuando por fin me detengo, tomo aire con la poca energía que me queda y giro para ver donde me encuentro. Parpadeo un par de veces. Pienso que quizás me he equivocado, pero el punto azul ha dejado de parpadear.

Es un salón de belleza.

Un salón de belleza que debe cobrar un ojo de la cara por cada centímetro de cabello cortado.

Entro y lo primero que miro es a una chica con la cabeza inclinada hacia abajo y a otra, con el uniforme de las estilistas, introduciéndole los dedos en el cabello. Entonces agita cada uno de los mechones, dejando como resultado ondulaciones de sirena perfectas. Cuando termina, la chica se inclina, mirándome con una de sus mejores sonrisas.

Joder.

— ¿Y bien? ¿Qué te parece?

Vuelve a desordenar su cabello, moviendo su cabeza de un lado a otro

— Lexie, esto es...

— Lo sé — me interrumpe —. Es decir, sabes que me has motivado, ¿cierto? Necesitaba un cambio nuevo, algo que definiera mi personalidad, y bueno, aquí está.

— Pareces un pitufo.

— El pitufo más guapo del mundo.

— No, en serio, pareces un jodido pitufo.

— Y tú eres la mejor amiga del mundo — salta emocionada —. Ahora iremos a bailar y a putear; porque si no se putea en manada, entonces en realidad no estaremos puteando.

Toma el bolso que todavía cuelga en mi hombro y me guía a un asiento, justamente a un lado de una anciana que espera ansiosa. Luego camina y se encierra en el cuarto para depilación. No quiero imaginar lo que se quiere depilar, tampoco escuchar los gritos en cuanto tiren la cinta. Disimuladamente tapo mis oídos.

— Oye, tú, la emo.

Miro a la anciana, impresionada por cómo me ha llamado.

— ¿Qué ha dicho?

— Oye, tú, la... 

— ¿Qué puedo hacer por usted, señora? — le interrumpo. 

— No te suicides.

— ¿Qué?

Su mirada se desliza por la piel expuesta gracias a mi vestido y me cubro un poco más cuando comienza a negar.

MENDAXWhere stories live. Discover now