Capítulo 2

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2014

Los seres humanos somos tercos por vocación y a veces no queremos ver las cosas más obvias de la vida. Nos gusta sufrir, arrastrarnos en el manto del dolor, imaginarnos que podemos cambiar a alguien con gotitas de amor y hundirnos más cuando... ¡sorpresa, sorpresa! Nadie cambia si no quiere cambiar, menos una persona que te intoxica hasta el alma.

Mentiría si digo que dejar ir a una persona es fácil, porque estamos dejando que una pequeña parte de nosotros se vaya con ellos. Una pequeña parte que quizás jamás volverá. Pero la sensación de libertad es la recompensa de todo ese tiempo en el que sufrimos. Luego, solo es cuestión de tiempo para superarlo.

Algo que papá jamás hizo.

Sus días de sufrimiento han aumentado con el paso de los años. Nos ha tocado a nosotros descubrir todo eso completamente solos. Ya no es una semana cada cierto tiempo, ahora es una semana cada mes o quizás más. Y ese es el debate de todos los días. Entrar a su habitación y despedirme, consciente de que veré su rostro demacrado, su barba de días y sus ojeras. O salir por la puerta y simular que nada de esto le está sucediendo. Simular que aquella mujer, a la que solía llamarle madre, no apareció aquel día.

Posicioné mis manos sobre mis rodillas en un intento de controlar mi respiración entrecortada por todas las calles que había corrido. Segundos después, cuando pude respirar y colocar una de las mejores sonrisas que poseía mi rostro, tomé la carpeta verde que tenía posicionada entre mi axila y mi costado para girar la manija de la puerta principal y darle a mi padre las buenas noticias.

En cuanto pase el umbral de la puerta sentí la fragancia a vainilla con la que mi hermana se relajaba y algo más dulce desde la cocina.

— ¿Papá? ¿Papá?

— ¡Aquí estamos, chaparra! ¿De casualidad traes más cosa para hacer pastel?

— No, pero sí algo mejor.

— ¿Qué es mejor que un pastel?

Volví a colocar la carpeta entre mi axila y mi costado, pasé mis dedos por mi cabello revuelto por el viento e inhalé.

Entré a la cocina y miré a mis dos hermanos mayores sentados en las sillas del comedor, los cuales me observaban curiosos. No imaginaba el aspecto tan desesperado que debía tener. Seguramente mis mejillas estaban rojas, mi cabello continuaba despeinado y mis ojos aún rojos por todas las lágrimas. Di media vuelta buscando a papá y lo encontré frente al horno, observándome sin pestañear y con un pastel recién horneado en las manos.

— ¿Qué te pasó, chaparra? Parece que acabas de salir de una batalla contra una vaca. ¿Has ganado?

— ¡Thomas, cállate! — Grace le dio un manotazo — ¿Qué pasa, cariño?

— Habla, hija. Tanto misterio es malo para la salud.

Mi sonrisa se hizo más grande y avancé moviendo las caderas a como lo haría Woody en Toy Story 2. De esta misma manera, dejé caer la carpeta sobre la mesa y deleité a mis hermanos abriéndola con cuidado. Mientras tanto, con mi mano derecha, formé una especie de puño que iba a ser mi micrófono para las siguientes palabras:

— Damas, caballeros y Thomas. Después de años de esfuerzo, noches llenas de estudios, lágrimas, estrés y una hermosa graduación en la secundaria, yo, Hope Danielle Brown, he sido oficialmente aceptada en una de las mejores universidades de arte en la ciudad.

El silencio que quedó, se rompió por un grito exagerado y el sartén metálico cayendo al piso. Papá corrió hacia mí y me rodeó con sus grandes brazos. Mis pies dejaran de tocar el piso por varios segundos y las cosas daban vueltas, pero era hermoso escuchar su felicidad y casi poder tocarla. Thomas y Grace chocaron las manos y se abrazan entre ellos mismos. Y al final, todos nos fundimos en un abrazo de familia, de esos que te dan un calorcito especial.

MENDAXWhere stories live. Discover now