Capítulo 5

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Dos días pasaron y con ello, llegó la ceremonia que nos nombraría como miembro de la Guardia Real. Mis heridas han sido curadas y ya me siento como nueva. Todos los estudiantes que pasaron las numerosas y tortuosas pruebas nos encontramos formados frente al General Fairchild y Julián, en el centro de Leal. El centro de Leal, está lleno de gente, ansiosa por ver quiénes serán los próximos a proteger el reino. De cierto modo, nos hacía sentir afortunados de haber terminado esta larga travesía. Todos ya vestíamos nuestros uniformes, una camisa negra de manga larga ceñida al cuerpo y por encima un chaleco sin mangas de color rojo; llevamos unos brazaletes ligeros hechos de acero cubriendo nuestro brazo hasta llegar a nuestro codo; con el escudo de Leal inscrito en él. Un dragón con sus alas estiradas mirando hacia el frente con dos gemas de rubí por ojos. Unos pantalones holgados negros que se cierran a los tobillos y unos zapatos ligeros de tela. En nuestra cintura nos amarramos una cinta con el escudo de Leal.

A diferencia de los demás guerreros de otros reinos, nosotros llevamos una armadura ligera dándonos más movimiento y agilidad. A comparación de otros reinos que utilizan una armadura pesada y les resta movilidad. Hasta ahora nos ha funcionado en las batallas que ha tenido Leal; que no han sido muchas.

—¡Atención! —la cháchara que comparten mis compañeros es reducida a pequeños susurros emocionados mientras vemos al General presentar al rey de Leal. —Una reverencia para su majestad, el rey Sebastian Hartford.

Todos reverenciamos al querido rey, un hombre el cual siempre se le ha visto con una sonrisa en el rostro cuando paseaba por las calles del reino. Un hombre amable, querido y muy respetado por la gente. Sin embargo, ahora se ve la tristeza en su rostro, sus ojos no contienen vida alguna y estoy segura, que, si no fuese por Aaron, el rey ya no estaría con nosotros.

—Valientes jóvenes, ustedes han entrado a esta ardua travesía con sueños y esperanzas, buscando ser aquellos quienes protejan nuestro querido reino. En ustedes, recae el peso de nuestra seguridad y si han llegado hasta aquí significa que solo ustedes pueden realizar esta tarea. Hoy, celebramos a los nuevos guerreros de la Guardia Real. ¡Por el amor a nuestro reino! —todas las miradas son de orgullo y felicidad; esta larga aventura llega a su fin, abriendo nuevos caminos.

Ahora cada uno de los afortunados pasaba al frente donde le brindan el arma que lo acompañaría en sus batallas. Se dice que el General, pasa muchas noches en vela, tratando de descifrar el tipo de arma que debe portar cada uno. Cuando tiene el tipo, se le encargaba el herrero que creara las mejores armas, con los mejores materiales.

Modet, la espada de mi padre fue entregada en una ceremonia como esta. Sin embargo, fue el rey Bernar, el padre del rey Sebastian; quien se la entregó.

—Fredic Aldrich —. escucho el nombre de mi amigo ser mencionado y estoy atenta. Puedo notar el nerviosismo de mi querido compañero, quien trata de mantener un rostro serio.

Escucho los suspiros y gritos de emoción de algunas aldeanas —casi todas— pues hoy Fredic se ha lucido. Se ha dejado su rojo cabello en una coleta alta, combinado con su uniforme rojo parecía la llama de un fuego caminando. No se puede negar que Fredic se ha convertido en un hombre apuesto y los gritos alocados de las aldeanas, lo confirman.

Cuando Fredic llega frente al Rey coloca una rodilla en el suelo mientras baja la cabeza en señal de respeto. Mi padre le entrega al rey un arma cubierta por una tela marrón.

—Fredic Aldrich, me han dicho que eres un guerrero ágil y calculado en tus movimientos. Comenzaste como una pequeña flama y ahora eres un gran fuego que nos protegerá a todos. A ti, te entrego a Brasa, un estoque que te acompañará en todas tus batallas.

La Guerrera de la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora