Capítulo 26. Los Hijos de la Luz

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 —Sigo pensando que esto no va a funcionar —comentó Eleonora jugando con sus Sai, que eran sus armas predilectas en una pelea.

Vestía de negro, como todos, con el pelo atado en una trenza, cargando sus otras armas en su cinto y dentro de sus botas. Valquiria puso los ojos en blanco por cuarta vez en la última media hora. No llevaba un día entero junto a ella y ya no la aguantaba más.

— Nadie te está obligando a que te quedes — gruñó entre la oscuridad de la noche. Eleonora miró a su hermano, de pie frente a ella, a la espera de que dijera algo pero solo permanecía en su habitual silencio.

—Esta idea es una locura, ¿Acaso soy la única que lo piensa? — preguntó mirando a cada uno. Therón la miraba dubitativo. Probablemente pensaría igual que ella, pero no se animaba a dar su veredicto.

— Pienso igual que tu —susurró Leonardo inundado en una nube de encantamiento sobre ella. Newén y Valquiria lo golpearon disimuladamente, mientras Eleonora resoplaba malhumorada.

— A ver, decime. ¿Por qué crees que nosotros vamos a tener el éxito que los demás no tuvieron? —le cuestionó de frente, usando esa intimidatoria mirada que a ella solo le producía risa.

— Nosotros tenemos algo que ellos no tienen, nuestra sangre — le guiño el ojo solo para verla enfurecer.

Las ruedas de una camioneta frenaron ruidosamente. Todos giraron hacia esa dirección.

— Hora de irnos —dijo Leonardo mirando hacia Norbert dentro del vehículo.

Él se había alejado hacía casi una hora en busca de algo que los llevara y una vez que lo había encontrado, era mejor no preguntar como lo había hecho. Eleonora giró sus sais alrededor de sus dedos antes de guardárselas en el cinto y caminar hacia allí. Detrás de ella, Martiniano y Therón marchaban en silencio, mientras Newén y Leonardo observaban a la lejanía la camioneta.

— ¿Estás segura de esto? —preguntó Newén en medio de un suspiro.

Ella dudó pero sabía la respuesta. Nunca había estado tan segura de hacer algo realmente bien, aunque los medios no fueran los correctos. Ella es fuerte y valiente como los Von Engels, pero aun no está preparada para esto; había dicho y Augusta había estado de acuerdo. Una pequeña parte de ella había comprendido la forma actuar de su abuela tras la muerte de sus padres, pero eso no justificaba los años de soledad. Quizás Lena la odiaría en el futuro, pero prefería eso a que estuviese muerta.

— Más que nunca — canturreó dándole unas palmadas en la espalda a ambos para poder marcharse.

La forma de manejar de Norbert era tan arriesgada como la de Valquiria, aunque los que realmente corrían peligro eran quienes iban en la caja de la camioneta, y esos eran Valquiria, Leonardo y Newén. Habían preferido estar un poco aislados de los demás, y sobre todo, aislar a un Leonardo sumamente desatado. Estaba demasiados acostumbrados a trabajar ellos solos, que al estar con otros se irritaban con facilidad. Se dirigían hacia el noroeste, a una de las propiedades de Harvey, y donde supuestamente se reunían. A medida se acercaban al lugar, se alejaban del área céntrica y el ambiente se hacía más espeluznante. Antes de detenerse, dieron una vuelta alrededor de la manzana donde se emplazaba una gran estructura arquitectónica con aires clásicos. De cara a la sociedad, allí funciona una de las asociaciones más antiguas y prestigiosas de Noruega, donde figuras muy importantes han formado parte de ella; le había dicho Daryan esa misma tarde. Rodeado de arbustos e iluminado tenuemente, tenía un aspecto solemne.

— Este lugar dice a gritos que esconde una logia — murmuró Leonardo mirando el edificio.

— Demasiado obvio, ¿No? — asintió Valquiria, escéptica. Cerca de dos cuadras después, Norbert se estacionó.

Legado I: Herederos de Sangre © [Finalizada]Where stories live. Discover now