Me acerqué tímidamente a la puerta de la habitación que compartían Shiruke y Yunie. Apoyé mis dedos para que se abriera y, al desplazarse hacia el interior de la pared con un suave siseo, me reencontré con los ojos azules de un viejo amigo. No me dijo nada hasta que caminé hacia su cama y me senté con cuidado al lado de sus piernas.

―Kira.

Pronunció mi nombre como si reafirmara mi existencia. Asentí. Después tragó saliva con mucho esfuerzo y nos quedamos suspendidos en el silencio. Yunie seguía inconsciente en la cama de al lado y Hila, arrodillada sobre ella, la conectaba a un suero que colgaba desde la pared. Al voltearse la defensa encontré su rostro envejecido mil años. Creía que nada podría borrar sus pómulos rosados y su sonrisa perenne pero me equivoqué: el cansancio ganó la batalla.

―Hila, deberías descansar―susurré con miedo a romper el majestuoso silencio que nos absorbía.

Sonrió ligeramente y se disculpó inclinando la cabeza. Tenía los dedos hinchados por las llagas y envueltos en vendajes que solían ser blancos teñidos de supuración. Bajo sus ojos de color caramelo se habían instaurado dos grandes manchas moradas. Seguía estando preciosa, aun arrastrando los pies hacia la salida y teniendo su larga melena deshecha en una trenza revoltosa.

―Kira―la voz de Shiruke me devolvió la vista hacia él.

Tenía muchos conductos de plásticos que lo agarraban a la vida desde una vía de su mano izquierda. Estaba sentado sobre la cama, con la espalda apoyada en el cabecero acolchado de color grisáceo. Poseía un torso desnudo rodeado de vendajes prietos y gruesas gasas sobre la herida del pecho; una ceja con un profundo corte que mantenía su rostro hinchado y unos hilos plateados que cosían una brecha de la frente. En su cuello latía un algodón que tapaba el orificio que le habían hecho para que no se ahogara en su propia sangre y por el cual se le escapaba parte de la voz hasta hacer que se oyera desinflada.

―Estoy aquí.

― ¿Dónde?

―Estamos en casa, Shiru.

―Shiruke―corrigió y yo curvé mis labios en una sonrisa―. ¿Todos?

― ¿Qué?

― ¿Estamos en casa todos?

Por primera vez desde que había inaugurado mi cuerpo ardiente empecé a sentir frío. Sentí empequeñecerme mientras los ojos zafiro de Shiruke buscaban respuestas en mi rostro. El silencio volvió a recuperar protagonismo mientras mi cabeza discutía ferozmente con alaridos: "¿Qué le decimos? Takeo y Cian se han ido, Takeo y Cian siempre formaron parte de Bright. Takeo te ha traicionado, nos ha traicionado. Estamos solos, desamparados. No tenemos plan ni puñetera idea de qué hacer mañana salvo quizás retozar con Ritto y llorar en esta casita de madera mientras esperamos la muerte".

Justo cuando creía que mis ojos no podrían seguir ocultando la verdad apareció Ritto por la puerta con una nueva camiseta con la que cubrir su cuerpo.

― ¡Hey!―exclamó mientras acomodaba una silla al lado de la cama para poder sentarse― ¿Cómo estás, tío?

Shiruke desvió la mirada ligeramente sobre el nuevo intruso de su habitación pero en seguida volvió a clavarla en mí. Mierda. Sus pupilas se agitaban intentando averiguar qué estaba callando.

―Seguramente está mejor que yo.

La voz de Saichi sonó profundamente nasal y al verle descubrí el porqué: tenía dos grandes algodones empapados de sangre en cada uno de sus orificios nasales y un párpado empezaba a ponerse azulado. Se apoyó en el quicio de la puerta y la muleta se le cayó al suelo. Murmuró un "del suelo no pasa" y se limitó a respirar por la boca.

Ryu; Retorno (2)Where stories live. Discover now