XII

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/Berlín, residencia 'Campo de Luna'/
/Año presente/

Aunque había jurado hace mucho tiempo que no volvería a poner pie en la mansión de su padre político, las circunstancias le obligaban.
Hacía ya una semana desde que Nah apareció en la casa de Danny y desde entonces estaba notando un extraño cambio en su comportamiento, cambio que si bien no lo encontraba para nada malo le estaba obligando a hacer varias cosas.
Una de ellas era el de hacerle un cuarto a la pequeña. Y debido a la asquerosa estrategia de este despreciable sujeto no podía comprar muebles para decorar, pero sí que sabía dónde coger muebles.

Vislumbró la casa, su cuarto viejo estaba en la segunda planta. Con ánimo saltó el friso de la primera casa, sus pies estaban pendiendo del friso de la ventana del comedor. Tragó saliva y miró la ventana de su vieja habitación. Estaba a una altura respetable, pero ya había hecho maniobras más peligrosas mucho antes.

Respiró hondo y saltó a lo alto, poniendo fuerza en sus dos pies. Afortunadamente, sus manos acabaron agarrándose al friso de la ventana, y en cuestión de minutos ya había hecho la suficiente fuerza como para mantenerse de pie en el borde de ésta.
Apto seguido sacó una piedra del bolsillo de su sudadera y cerró los ojos, avecinando el desastre que iba a armar al romper el cristal.
No hizo eso de milagro, ya que una señora con una voz muy familiar le abrió la ventana.

- ¡Pero bueno! Si mis ojos no me engañan, eres... Anda, déjate de acrobacias y entra por la ventana. - dijo mientras le abría la ventana de par en par.

Carlos cerró los ojos y deslizó sus piernas hacia dentro, lo que hizo que el resto de su cuerpo bajara con brusquedad. Sus manos acabaron agarradas al friso.

- ¡Cuidado! - la señora le extendió la mano, a lo que Carlos negó.

Respiró hondo y se deslizó de manera que todo su cuerpo entró por la ventana. Eso sí, aterrizó con turbulencias en el suelo.

- ¡Ah! Joder...

- ¡Jesús, la que has montado! - la mujer ayudó a Carlos a incorporarse al cuarto, al mirarle a la cara reconoció de inmediato quién era.

- ¿Gretel? ¿Eres tú?

- ¡Pues claro, Carlos! - a pesar de su obvia vejez, su cara seguía teniendo esa agradable sonrisa que tanto recordaba en su niñez.

- ¿Sigues trabajando aquí?

- Pues sí, hijo mío. Todo se ha quedado exactamente igual desde que te fuiste... Lo único que falta eres tú.

- Oh... Está bien. ¿Qué tal el resto de personas de aquí?

- Bien, bien... - la criada se sentó en la cama vieja y Carlos se sentó a su lado. - Andrea se fue por baja de maternidad, Joseph se fue a un catering y, ¡la servidora consiguió un ascenso!

- Cuánto me alegro, Gretel... Oye, ¿está él... Aquí?

- No, descuida. Está trabajando, es bastante temprano, de hecho.

- Cierto.

- ¿Y qué tal te va a tí? El otro día él vino muy enfadado, dijo que le habías traicionado y que lo pagarías caro... ¿Qué hiciste?

- Dejé... Dejé de trabajar para él...

Gretel se tapó la boca con la mano, en un gesto de perplejidad.

- ¿Has hecho eso? Dios mío... Al fin tuviste... Tuviste agallas.

- Ya... El caso, es que ahora no sé que hacer con mi vida, y decidí que debería empezar por... Redecorar mi casa. - aunque confiaba mucho en Gretel, sentía que éste no era el momento para decirle de la existencia de Nah. Quizás en otro momento, y otro día.

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