VII

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/Berlín, alrededores de la ciudad/
/Año presente/

¿Otra época? ¿Otra especie?
¿De verdad esto era real? ¿Esto iba en serio?

Carlos miró por encima del hombro a su compañera, que sacó un mapa de aquel zurrón y se lo enseñó.

- ¡Mira, Carlos! ¡Aquí era dónde yo vivía! Por si no me crees...

Carlos agarró el mapa y le echó una ojeada.

Era un mapa de una isla, con varias montañas señaladas en los extremos. Todo el mapa dotaba de un encanto antiguo que a la vez lo hacía imposible de leer.
Aún así, sus conocimientos sobre geografía que había adquirido a base de estudiarla estaban barajando una serie de islas con forma similar.

- Am... ¿Podrías decirme qué tiempo hacía?

- ¡Sí! Hacía frío, y me tenía que ir a los lagos para volver... Aunque luego los volcanes empezaban a volverse activos...

- Volcanes... Lagos, frío... - Carlos sacó su móvil y buscó la imagen de la isla que él creía que era. - Te refieres a Islandia, ¿no?

Le enseñó la foto de Islandia que había buscado minutos antes.

- ¿Islandia? Qué nombre más raro... - dijo mientras ladeó su cabeza. - Pero sí, es esa isla.

- Así que vienes de allí...

- Es bonita. O lo era, hasta que empezaron a venir...

Nah tembló un poco mientras Carlos seguía intentando asimilar todo este asunto.

- Oye, pequeña. Quiero saber una cosa. - el tono amenazante que solía tener como tono neutro intimidó a la niña.

- ¿El qué?

- ¿Eras ese dragón que apareció en la prisión? Si es así... ¿cómo es que ahora pareces una niña?

- Oh, pero eso son dos preguntas.

Carlos farfulló.

- Ey, es una broma... - rió nerviosa por el semblante serio de Carlos.- Sí, soy ese dragón, y me transformo gracias a esta piedra de aquí. - dijo mientras hurgó en el bolsillo del pantalón de Carlos.

- ¡Eh! - se apartó con brusquedad ante la mirada de sorpresa de Nah.

Al ver la mirada de puro terror de la niña, Carlos suspiró y se agachó hasta su altura. Luego intentó poner la mejor sonrisa posible y con un tono de voz forzadamente dulce le volvió a contestar.

- Perdóname... Quería decirte que es algo maleducado el hurgar en bolsillos ajenos... ¿Cómo te sentaría que te cogiera tu zurrón y empezara a husmear en él? ¿Eh?

- Ya, pero sólo quería enseñártela...

Carlos sacó la piedra de su bolsillo y la tiró, Nah la interceptó al vuelo.

- Buenos reflejos. Quizás te pueda enseñar a jugar al béisbol luego a luego. O... A lo que hubiese en tu siglo que fuese parecido al béisbol.

Nah rió un poco la gracia del contrabandista, y retomaron el camino.

- En mi época estas gemas eran tan poderosas que la gente se pelaba por ellas, son capaces de muchas cosas...

- ¿Como de qué?

- ¡Pueden transformarme en dragón! Se requiere mucha energía para ello.

Aunque pareciese que no, esta conversación parecía ponerse interesante para Carlos.

- De hecho, soy la única mkivern del mundo tal y como lo conoces... Me gustaría volver a casa para así poder resucitar a mi hermano...

Carlos suspiró y la miró.

- Peque, no te puedo creer que eres un dragón hasta... Que lo vea. Con mis propios ojos.

- Está bien, pero, ¿podemos irnos a un sitio dónde no se nos vea?

Carlos asintió y miró a las calles, inmediatamente giró a la derecha y se metieron en una calle de tránsito, en la que solía pasar droga años atrás.

- ¿Aquí te parece bien?

Nah asintió y cogió la piedra con sus pequeñas manos y la tocó con la cabeza. Todo se volvió blanco y el suelo empezó a temblar, Carlos cayó al suelo.
Al levantarse, pudo ver esa majestruosa criatura alzarse de nuevo. Sus ojos morados brillaban con la misma fuerza que en la cárcel. El dragón inclinó su cabeza hacia él. Carlos retrocedió, pero al verle en los ojos una pizca de compasión se dió cuenta de que no le iba a hacer nada. Alzó su mano derecha y le acarició el morro.

En ese instante se dio cuenta de todo lo que esto significaba, de la cantidad de cosas que aún no sabía del mundo.
Y es que la niña lo dijo: 'el mundo tal y como lo conoces'.

Por inri, eso quería decir que había otro mundo desconocido para él. Un mundo el cual quería e iba a explorar.
Al fin no se sentía completamente vacío, al fin sentía qué tenía que hacer.

Mientras pensaba, el dragón disminuyó de tamaño hasta volverse esa niña.

- ¡Tachán! ¿Qué tal?

- Confuso, anonadado... Y con ganas de hacer algo.

- ¡Genial!

- ¿Dices que quieres volver a Islandia a por tu hermano?

Nah asintió.

Carlos apretó su puño, determinado como nunca antes lo había estado.

- Pues vamos allá.

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