II

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/Madrid, patio de la cárcel/
/Año presente/

Agh, al fin algo de aire.

Y ya tranquilo después de haber tenido un divertido diálogo de besugos con Joanne.
En el fondo le había llegado a coger cariño.

E incluso le alegraba que por una vez ella hubiese tenido una pequeña pero a la vez insignificante victoria.

Insignificante por el hecho de que mañana su padre sobornará a un par de agentes y le dejarán ir en paz.
Y victoria porque joder, intentó escapar como pudo y no fue suficiente.

Cuando Joanne se empeña en conseguir algo da por asegurado que lo hará.

Esperaba que al menos le asignaran un caso decente esta vez, caso con final.
Porque el caso de Carlos no acababa nunca.

Cuantos más crímenes cometía más buscado se volvía.
Y por lo tanto más serán los esfuerzos de su padrastro por sacarlo de allí.

Pero por ahora él seguía en la trena, en el horrendo descampado al que llamaban 'patio'.

A su alrededor puede ver a sus compañeros de celda usando algunos de los aparatos de ejercicio que se les permitía y otros sentados en círculos; probablemente planeando cómo salir.

- Hey, Díez. - un preso le llamó. - Ven aquí.

Carlos se acercó a él.

- ¿Cuándo te vas a ir de este sitio de mala muerte? - preguntó.

- No sé. Mañana, probablemente.

- Oh, vaya. Estábamos preparando una fuga colectiva. Por si querías unirte.

- Búscate a otra persona que ayude entonces. - dijo cortante.

- Bien que odias a tu papi pero bien que dejas que te ayude escapar, mimado...

Carlos reaccionó a eso agarrándole con violencia en el cuello de la camiseta y arremetiéndole contra la pared.

- ¿Sabes por qué estoy aquí, no?

La falta de expresividad en la cara de Carlos era terrorífica para el desafortunado preso.

- No quieras que te pase lo mismo a tí, ¿entendido?

El hombre salió pitando y Carlos se sentó en el suelo, tratando de cerrar los ojos y de respirar para calmarse. Cosa que no pudo, al notar un bulto en el zapato.

- ¿Pero qué...?

Apartó el pie para encontrarse con una pequeña piedra de un hermoso amarillo verdoso. Por el lustre que parecía tener era casi nueva, y brillaba como si de un diamante se tratase. Tras unos minutos de observación, el convicto se guardó la piedra en el bolsillo de su mono y volvió a su particular manera de pasar el tiempo en el patio, sin compañía de nadie.
Si pudiese tener un libro, este sería el momento para leerlo cómodamente.

Aún así, la piedra de su bolsillo no paraba de brillar.
Lo cual volvía esa extraña meditación bastante difícil.

Desesperado, miró la maldita piedra una vez más.

- ¿Por qué no paras de brillar...? - farfulló nervioso.

Como si lo hubiese pedido, la piedra empezó a vibrar. Vibró con tal intensidad que los presos empezaron a notar el temblor y todos se giraron hacia él.

- ¿Qué está pasando, Díez?

- ¿Crees que tengo algo de idea yo también? - gritó como respuesta.

AbroadWhere stories live. Discover now