Imperator

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La capa morada de Reyna ondeaba al viento, como una bandera a la entrada de la Nueva Roma. Frank y Jason también estaba allí, así como varios centuriones a modo de escolta, entre los que se encontraba Hazel; todos ellos se habían colocado en fila tras sus dos pretores. Junto a los dos semidioses se encontraban Quirón, vestido con una chaqueta de tweed a cuadros azules y negros, Perseus Jackson y Annabeth Chase con la camiseta oficial del Campamento Mestizo, retorciéndose y ondulando igual de orgullosa que las capas púrpuras. Tras ellos el resto de campistas griegos.

Ninguno de los presentes quería estar allí, tal vez, si acaso, alguno de los centuriones, que se había dejado llevar por el repentino espíritu de idolatría a los titanes y retorcido orgullo nacional que había invadido las calles. Habrían deseado quemar cada una de las banderas que tuviesen una guadaña dibujada y que se escondiesen en cualquier rincón se la ciudad o que colgase presuntuosa de los balcones. La solicitud había sido presentada al Senado, pero fue desestimada; aparentemente los patres et conscripti consideraban que aquellos signos de voluntad diplomática, así los habían llamado, muy favorables para la alianza.

Apenas habían pasado dos días desde que se había establecido la alianza. Hacía tres Cronos llevaba dos años muerto. En cuarenta y ocho horas el odio y resentimiento hacia Saturno, acumulado durante años, se había tornado en una adoración fanática. Ni siquiera estaban seguros de donde habían sacado tantas banderas en tan poco tiempo. Todo aquello era una locura.

No sólo habían invitado al titán, prácticamente le habían puesto una guardia de honor hasta el edificio del Senado.

—Y encima— pensaba Percy— iban a ir por la calle principal, donde esos imbéciles habían colocado el mayor número de banderitas.

Sólo caminar por aquella calle le ponía enfermo. Había intentado explicárselo al Senado, había hecho todo lo que estaba en su mano; Quirón, Annabeth y los pocos que parecían mantener el juicio en la ciudad se opusieron firmemente a aquella forma de honrar al que era su enemigo. En su lugar los miembros de la Asamblea decidieron hacerle un regalo por parte del Senado y Pueblo de Roma.

Mientras aún murmuraban palabras crueles en sus mentes, no por ello más equivocadas que las amables; macerando la ira para convertirla en un licor que les diese arrojo en la batalla y calor en las noches frías; llegó el señor de sus desvelos.

Cronos bajaba la colina él sólo, sin la escolta que debía de llevarle ante ellos, pero ningún soldado le acompañaba a pesar de las órdenes estrictas. Llevaba una coraza de bronce que dibujaban, sobre los músculos del pecho, la escena de la muerte de Urano. Unos faldones de cuero y metal le cubrían los muslos y el resto de las piernas las cubrían unas cáligas de cuero rojo. Llevaba a su vez, bajándole por un hombro y por la espalda, una tela púrpura, a modo de capa y enganchada consigo misma con un broche sobre el otro hombro. Aquel adorno dorado era el regalo que los patricios de la ciudad habían decidido hacerle al Señor de Otrhys; un águila dorada con ojos hechos con rubíes. Su cabeza la adornaba, a su vez, una corona. Leo la reconoció de inmediato, pues una vez había llevado a su hermana. Era la Corona del Mundo y estaba hecha, a diferencia de la Rea,que sustituía los metales preciosos con tierra y estrellas, está estaba hecha de cristal de roca y llamas del Sol. A la espalda llevaba la misma guadaña que ondeaba en su bandera, cegando a quien la mirase.

En cuanto se fijaron en él, todos los romanos fruncieron el ceño más incluso que los griegos. Percy se giró ligeramente hacia Annabeth y le habló en voz baja.

—¿Qué les pasa ahora? —preguntó— Casi parece que le tuviesen más asco que nosotros.

—Creo que es el paludamentum —al ver como su novio levantaba la ceja con adorable confusión, continuó hablando—. La capa es morada.

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⏰ Last updated: Oct 11, 2017 ⏰

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El Trono de OthrysWhere stories live. Discover now