Desaparición

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El sol salía, iluminando la cumbre del Monte Talmapais y reflejándose en las gotas de rocío, dejadas por la niebla matutina. La luz iba filtrándose a través de la bruma característica de la Bahía de San Francisco; enfrentándose a la oscuridad y haciéndola retirase a los recónditos rincones de los que provenía.

El Campamento Júpiter se desperezó junto a la ciudad que lo rodeaba, lenta y poderosamente, semejante a un oso estirándose después del largo sueño de la hibernación.

Percy se despertó. Se sentía mareado y le dolía la cabeza como si alguien le hubiese golpeado con todo en el peso de mundo justo detrás de la oreja, le hormigueaban los brazos y le pitaban los oídos. Al abrir los ojos, todo estaba oscuro y borroso; incluso el simple movimiento de parpadear le provocaba un dolor terrible.

La vista empezó a clareársele y pudo distinguir ligeramente las formas a su alrededor. Se hallaba atado a una columna tan fría que se le entumecía todo el cuerpo y se le congelaba el alma. A su alrededor había más de aquellas columnas, negras como el vacío entre estrellas, desperdigadas por todo aquel claro.

Annabeth y Nico también estaban encadenados a las columnas. Ambos parecían seguir desmayados pero, para alivio de Percy, sanos y salvos.

Intentó liberarse y comprobó que estaba atado firmemente a la columna. Buscó a tientas en su bolsillo hasta encontrar a Anaklusmos. Sacó el boli y lo destapó torpemente. La espada se desplegó, sesgando el aire con un zumbido y rebanando las ataduras del hijo de Poseidón pero, con tal mala suerte, que le hizo un corte en el brazo. Empezó a sangrar y la sangre salpicó el suelo, con un lento y sonoro goteo.

La herida le escocía como ninguna otra que se hubiese hecho antes. Era un dolor ardiente y lacerante, como si se hubiese echado sal y limón en la herida y después hubiesen repetido el proceso mil veces. Una vez libre, se la examinó, apenas era un fino corte, poco más que un raspón, pero era peor que las aguas ardientes del Flegetonte. Percy sabía lo graves que podían ser las heridas causadas por armas de bronce celestial. Sin embargo, él tenía otras prioridades.

Se levantó pesadamente, con paso lento y torpe, debido a sus piernas dormidas y entumecidas. Casi se tropezó un par de veces, pero logró mantener el equilibrio. Fue lentamente, dejando un rastro de sangre, hasta la columna más cercana, en ella estaba atado Nico

Se agachó a su altura, le cogió de los hombros e intentó despertarle, pero sin más éxito que algunos gemidos somnolientos

— Nico— dijo Percy entre susurros, intentando no llamar la atención de su captor, estuviese donde estuviese— despierta

—Sí, Will, sigue así— murmuró Nico entre sueños; sueños que el hijo de Poseidón prefería no conocer.

Percy le sacudió un par de veces más y al final, este despertó. El hijo de Hades miró a los lados, desorientado por un momento. Entonces recordó lo que había pasado y como fueron atrapados por sorpresa.

—¡Percy!¿Dónde está...— empezó a decir Nico, pero fue interrumpido por una mano que le tapó la boca a mitad de la oración

—No digas su nombre—advirtió el hijo de Poseidón—. Ya sabes lo que pasará si lo dices. Y no sé dónde está, pero no le he visto

Nico asintió lentamente, tras lo cual pudo hablar, ya sin una mano en la boca. Entre tanto, Percy procedió a cortar sus ataduras

—No tiene sentido que Él haya hecho esto, tendría que estar atrapado.

—Ya lo sé, pero ahora tenemos otras cosas en las que concentrarnos— dijo el mayor acabando de liberar al Rey de los Fantasmas—. Tú ayuda a Annabeth, yo voy a vigilar la zona.

El Trono de OthrysWhere stories live. Discover now