Prologo

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La chica de rizos negros blandía la espada con furia, no veía más nada que su oponente, aquel hombre robusto y que apenas tenía pelo en su cabeza, por su forma de vestir; era obvio que era un salvaje.

Un barco había arribado la isla en la que ella vivía con su familia y otras personas, en ese barco había unos viente salvajes, personas más allá del muro, querían oro, querían armas, pero por parte de ella nunca lo iban a tener.

Ella le dio un mandoble al hacha del hombre y la rompió, luego le dio una patada en la rodilla haciendo que este se arrodillara soltando un gemido de dolor, pero no termino con él, solo lo apunto con la punta de la espada.

—No me matarás, niña, eres débil —le dijo el hombre, con una sonrisa burlona.

Le molestaba que le dijeran niña, ya había cumplido su décimo quinto día del nombre, no era una niña, ya no más...

—Me subestimas —dijo ella con una frialdad impresionante—. He matado a más de tus amigos, y no me será difícil matarte a ti.

Con esas palabras la joven de un movimiento con la espada le corto la mitad del cuello al hombre, dejando su cabeza guindar un poco, no le presto mucha atención a eso y se dispuso a correr por el palacio, para ir a donde supuso que su padre y su hermano estaban. Mientras corría miraba las sangre por todas partes, cuerpos de la guardia y salvajes también, como también había de gente inocente, personas que no sabían defenderse.

Entro al salón del castillo, encontrándose con las paredes que eran de color blanco con detalles rojos ahora yacían más rojas que blancas, sus ojos divisaron que habían cinco salvajes en el piso ya muertos.

—Hija mía... —oyó la voz de su padre, giro la cabeza encontrándose con el hombre en el suelo, a un lado de la puerta, tenía la espada en mano y su mano izquierda estaba posada en su estomago sangrante.

—Padre —susurro ella, dejando la espada a un lado y arrodillándose enfrente de él, posó su mano encima de la mano izquierda de su padre—. Tenemos que salir y curarte eso, ahora.

Paso sus manos por debajo de sus brazos e intento mantenerlo de pie, pero su padre era pesado en ese momento y estaba muy débil, este cayo sentado otra vez recostándose de la pared.

Ella miro a su padre, su palidez no era normal, y en sus ojos rojos no había más que debilidad, ya parecían muertos. Su padre siempre había sido un hombre musculoso, alto, cabello negro como la noche, sus facciones eran duras y sus ojos, sus ojos eran a los que más resaltaban; rojos, parecían que tenían llamas bailando allí, pero no más, ahora ese brillo ya no estaba.

—Tienes que irte —dijo él en un susurro.  Damon Krane nunca permitiría que su hija me muriera en manos de un salvaje—. Skylar, debes irte, puedo decir que hay muchos más afuera. Hay un barco que te llevara al norte de Poniente, aquí no estás segura.

—Ven conmigo —a este paso ya las lágrimas habían abundando su rostro—. Eres lo único que me queda junto con Davon, padre, y no sé donde está él.

Davon Krane era su hermano mayor, sangre de su sangre, y no lo había visto desde que comenzó la pelea con aquellos salvajes. No iba a mentir, tenía miedo, miedo por lo que le hubiera pasado.

No quería ser la única Krane en pie,  habían personas que aún odiaban su apellido por servirles a los Targaryen desde siglos, a excepción del Rey Loco, su padre cuando vio el estatus del rey, renuncio a ser la mano del rey y huyo con su esposa e hijo, tiempo después en la isla escondida en donde se encontraban; Dormella Targaryen, esposa de Damon Krane y hermana de Aerys II Targaryen, murió dando a luz a una niña, sus cabellos eran tan oscuros como la noche, con rizos suaves, su piel era pálida, sus facciones finas y sus ojos eran dispares; uno rojo y otro lila, algo que no se había visto mucho.

—Tu hermano está bien, en cuanto vino aquí lo mande en otro barco al sur de Poniente —respondió Damon, y empezó a toser—. Recuerda, querida hija, nosotros renacemos de nuestras cenizas y si un Krane muere; Renace un Fénix.

El emblema de la casa Krane era un Fénix y su lema era «Renacemos de las cenizas».

En ese momento Skylar volteo su cabeza a un lado, había unas cenizas y de allí salio un pequeño fénix, rápidamente giro a su padre y este estaba con los ojos cerrados, sin respirar.

—Padre, no, por favor, te necesito —lo zarandeo, pero nada.

Sintió como la agarraban del brazo y le daban la vuelta, miro que era un salvaje y no dudo en blandir la espada, este detuvo el golpe con su hacha y la empujo, ella cayo al piso al lado del cuerpo de su padre, esquivo el hachazo y se levanto de un salto, sin más le clavo la espada en el cuello al salvaje. En ese momento sintió algo espeso y caliente bajarle por el brazo, también un dolor punzante, le había hecho un pequeño corte en el brazo.

La pequeña Krane no le presto atención a el corte, envaino su espada y miro al fénix bebé, entre lágrimas sonrío tristemente agarrando al pequeño acariciándole el pelaje.

En ese momento no dudo en correr fuera del palacio, montó su caballo negro y fue hacía el muelle. En lo que llego vio un pequeño barco, desmonto su caballo aún con el pequeño Fénix en brazos y se monto en el barco, mirando a todos lados alerta.

—Lady Skylar, siento su perdida —escucho atrás de ella, se dio la vuelta para ver al hombre canoso, mejor conocido como Silvestre Mares, un bastardo que ayudo a su padre desde hace tiempo—. Hay que irnos rápido, con permiso.

Y se fue, ella miro como poco a poco la isla en donde nació se iba alejando, se limpio un par de lágrimas y vio al fénix, pero este no estaba allí, miro al frente y se dio cuenta que estaba en el borde del barco, Skylar se acerco lentamente y lo acaricio.

—Eres escurridizo y silencioso como una sombra —dijo ella, con la voz baja—. Sombra, ese será tu nombre. 

PHOENIX ➢ Robb StarkWhere stories live. Discover now