062 | Tempestad

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KANSAS

Zoe ya entró a cirugía, pero en mis adentros se siente como una eternidad desde que ocurrió. Todo a nuestro alrededor parece haber vuelto a la normalidad; ya no hay más agitación o gritos que surquen las masas de aire, ya no hay enfermeros que tiren de las máquinas y doctores que jalen de una camilla a mitad del corredor.

Ahora hay silencio.

Eso me aterra.

Parece que una nube de angustia se ha posado sobre todas las personas que esperan en la sala, que las ha estado siguiendo a cada paso que dieron durante el día. La tristeza casi parece tangible, como una persona real a la que puedes ver y tocar, que podrías contemplar a los ojos y alcanzar.

Bill parece haber cancelado la práctica dado que está sentado a unas sillas de distancia, con cabeza gacha y los brazos cruzados, su respiración es pausada y tiene el rostro tan lívido como inexpresivo. Él no parece estar aquí, sino que aparenta encontrarse en un lugar lejano, tal vez en un recuerdo o encerrado en el remoto asilo de sus pensamientos. Malcom, por otra parte, ha tomado distancia desde que lo alejé en el intento de alcanzar a Zoe antes de que se la llevaran. Se lo ve apoyado contra la pared frente a mí, con la mirada fija en sus zapatos y las manos metidas dentro de sus bolsillos. La preocupación se filtra a través de sus facciones y un aura de pesar parece rodearlo.

Pero hay algo más, hay algo más fuerte.

—Necesito saber qué fue lo que ocurrió, Anne. —Mis palabras, a pesar de ser no más que un susurro, parecen hacer eco entre las blancas paredes que conforman la sala de espera—. Porque sinceramente no puedo entender cómo fue que ella terminó así, tan... —La voz de mi padre me interrumpe con suavidad, pero sé que más allá de las sílabas pronunciadas hay una advertencia.

—No es momento, Kansas. —Él se digna a levantar la mirada y sostener la mía—. Simplemente no es momento —me reitera negando lentamente con la cabeza.

—Sé que lo dices por mí —contesta la mujer de pálidas facciones mientras observa sus manos teñidas con sangre seca, sangre de su pequeña. He intentado convencerla de lavarse, de permitirme retirar los trozos de cristal de su grasoso cabello al igual que lo hizo el personal del hospital, pero es imposible. Ella se niega en cada oportunidad—. Y claramente no estoy bien porque no sé si volveré a ver a mi hija... —El dolor se hace presente en la oración mientras sus manos se tornan puños—. Pero si no supiera lo que sucedió, me gustaría que alguien me lo dijera, que alguien me diera respuestas. Porque estamos... —Su mandíbula tiembla mientras trata que las palabras salgan—, porque estamos hablando de mi familia, de Zoe. Y si los llamé fue porque considero que ustedes también forman parte de su familia, así que necesito que sepan lo que ocurrió. La... La familia tiene derecho a saber y actualmente ustedes son todo lo que tengo, además de la niña que está sobre la mesa de un quirófano en este instante —concluye antes de que la silla a su lado se hunda ante el peso de mi padre.

Ni siquiera me percaté de que se había puesto de pie en algún momento, pero ahora que lo veo envolviendo gentilmente los puños de la señora Murphy con sus manos me doy cuenta de que lo que dice la mujer es verdad. Hay certeza en cada palabra dicha.

Mi mirada se traslada a los intensos ojos de color esmeralda. Muchos dicen que basta con observar a alguien para saber qué es lo que siente, pero la realidad es que no siempre eso se logra dado que hay personas que intentan esconder y mantener un completo control sobre lo que el resto ve en ellos. Algunos usan máscaras, pero cuando la vida da un giro en la dirección más inesperada nos olvidamos del antifaz ante la sorpresa; y es ahí, justo en ese momento, en que los sentimientos salen a flote y ya no tenemos tiempo de ocultarlos o de preocuparnos por ellos en absoluto.

TouchdownDonde viven las historias. Descúbrelo ahora