058 | Halloween

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MALCOM

—Tienes suerte de que mañana no tenga entrenamiento hasta la tarde dado que Bill planea decorar la casa para Halloween —le recuerdo al cerrar la puerta de su habitación de la forma más silenciosa que puedo porque el coach acaba de irse a dormir.

Me giro para encontrarla sentada sobre la cama mientras junta varias hojas que se dispersan encima del acolchado. La tenue luz de la lámpara sobre su escritorio ilumina su cuerpo cubierto únicamente por una sudadera de Pearl Jam y unos pantalones cortos. Su cabello está sujeto en una trenza floja y varios mechones caen sobre su rostro y rozan sus mejillas. Su sencillez solo logra resaltar su belleza, pero dudo que sea consciente de eso, no creo que sepa lo hermosa que se ve en realidad.

—No creas que tendrás la oportunidad de dormir —me advierte mientras me acerco a la cama—. Mi padre es un fanático del día de brujas, se vuelve alguna clase de maniático y aterrador diseñador de interiores en Halloween, y presiento que tú serás su asistente. —Eso es más un hecho que un presentimiento en realidad—. Pero sinceramente no quiero hablar de Bill tallando calabazas o colgando telarañas —confiesa mientras aparta lo que deduzco que son varios apuntes de psicología depositándolos en la mesa de luz.

Aparto las colchas y me meto a la cama con ella, mi espalda encuentra la cabecera y la observo mientras se aparta varios mechones de cabello y los coloca tras sus orejas.

Luce auténticamente cansada y no estoy seguro de si es por el simple hecho de que es domingo, porque parece haber estado leyendo por horas o porque se ha pasado la mayor parte del día fuera con Sierra, Jamie y Harriet; la parte cansadora de eso no es la futura abogada ni la hija de Anneley, claramente.

Yo, por mi parte, he estado pensando más de lo que debería, hablando con Mark y ayudando a un malhumorado Bill a sacar varios adornos del sótano. Este es el primer momento en prácticamente un día entero que Kansas y yo nos encontramos a solas, y comprendo el hecho de que no quiera platicar.

—No quiero hablar de nada en realidad —se sincera arrastrándose a mi lado y anclando sus ojos en los míos—. ¿Debo ser más clara que eso? —inquiere una vez que pasan los segundos y ambos nos sostenemos la mirada sin hacer absolutamente nada.

—No hay necesidad —replico—. Lo subliminal del mensaje quedó bastante claro —añado antes de llegar a tomar su mano.

Sus dedos están fríos mientras envuelvo los míos alrededor de estos intentando brindarle algo de calidez. Sus ojos se deslizan por mi rostro y los míos imitan la acción; contemplo las facciones y el contorno de sus labios, el largo de sus pestañas y los pocos lunares que se distribuyen en su piel como estrellas tras la partida de un atardecer. Tiro de su mano obligándola a acercarse y pronto está sentada en mi regazo. Mis brazos están a su alrededor antes de que pueda evitarlo y entierro mi rostro en su cuello. Aspiro su perfume y me deleito ante la forma en que sus manos encuentran mi cabello y sus dedos serpentean a través de las hebras.

Nuestros pechos se tocan y aplastan uno contra el otro, los corazones parecen tocarse cuando tomamos una inhalación mientras nos abrazamos en silencio y mis párpados se cierran casi de forma involuntaria. Los dedos de Kansas se arrastran con suavidad y pereza por mi pelo, a veces rozando la piel a lo largo del lugar y provocándome un escalofrío.

Mi agarre se torna más fuerte al cabo de los segundos, exactamente cuando las palabras de Anneley hacen acto de presencia en mi cabeza. La duda vuelve a resurgir en mis adentros y es obvio que hasta que no encuentre respuesta a todas las preguntas que me he planteado tendré que seguir lidiando con la incertidumbre y la vacilación.

No creo que exista combinación de palabras que logre hacer justicia a lo que se siente tener a la castaña tan malditamente cerca. Kansas es sinónimo de armonía cuando se encuentra en mis brazos, y tengo la certeza de que es la única persona por la que rogaría alguna vez. Su simple toque tiene la capacidad de calmar las inquietudes, de brindar compañía incluso cuando se cree no tener a nadie y traer confianza a aquellos que la han perdido. Tenerla cerca se siente como haber encontrado un lugar donde puedes deshacerte de tus preocupaciones y dejar caer la armadura por un segundo, un lugar donde exponerse está bien y no implica ser juzgado, sino aceptado; un lugar de reflexión.

TouchdownDonde viven las historias. Descúbrelo ahora