057 | Bifurcar

557K 46.9K 37.7K
                                    

KANSAS

Los domingos no existen, o por lo menos no para mí. Existe el lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábado y el denominado «prelunes».

Los «prelunes» son ese día de la semana que, en mi caso, carecen de emoción. Lo único que hago es despertar tarde, almorzar, hacer deberes, cenar y volver a dormir. Y, como fiel seguidora a mi itinerario, hoy me despierto alrededor de las once del mediodía y comienzo a repasar el material de lectura del señor Ruggles mientras pienso en deleitar mi paladar con un sándwich.

Me gustaría decir que desperté con la imagen en primer plano de trasero europeo, pero la realidad es que no pudimos dormir juntos dado que Bill se quedó hasta tarde parloteando y riendo con Anneley. Uno pensaría que los borrachos entran en un sueño profundo al tocar la almohada, pero mi padre tiene resistencia. Me dormí antes de que el entrenador de los Jaguars lo hiciera y deduzco que Malcom no quiso despertarme y tampoco arriesgarse a deslizarse en mi cuarto con un Bill muy despierto y medio ebrio a pocos pies de él.

—Buenos días, Kansas —saluda una voz femenina en cuanto entro a la cocina con mis libros de psicología en mano. Anneley saca comida china de una bolsa y la vierte en un plato para calentarla en el microondas—. Me quedé a dormir anoche, y estoy de acuerdo si estás algo moles...

La interrumpo.

—Está bien —respondo dejando el material sobre la mesa para revolver las alacenas en busca de pan—. Gracias por traer a papá a casa, él solo se da el placer de beber para ahogar penas. Creo que me alegra que estés aquí, porque cuando se despierte con una resaca y un humor inaguantable no tendré que soportarlo sola —explico encontrando lo que buscaba.

La mujer sonríe abiertamente dejando que la piel alrededor de sus cordiales ojos se arrugue. Me gusta la forma en que lo hace, con una facilidad y calidez que no todos poseen.

—Además —añado abriendo la heladera y sacando algo de queso y las míseras fetas de jamón que quedan—, no me molesta que te quedes, o por lo menos no lo hace mientras no oiga ruidos... ruidos de ya sabes.

—¿Ruidos sexuales? —inquiere sin pudor, apoyándose contra la encimera de la cocina y cruzando sus brazos sobre su campera deportiva—. Bueno, tendremos problemas con eso más adelante.

Mis cejas se disparan hacia arriba y me pregunto cómo hace Sierra para convivir con una cuarentona sexualmente activa que bromea sobre fornicar abiertamente.

Con el sándwich ya preparado y dividido en dos, me dejo caer sobre una de las sillas mientras abro un libro. Cuando el microondas termina de calentar lo que debería ser el almuerzo, me percato de que la rubia de corte pixie me observa en silencio a pesar de que el pitido de la máquina debería estar incitándola a moverse.

—El jugador de tu padre salió a correr por el parque que está a pocas cuadras que aquí —comenta—. Me lo encontré preparándose un batido proteico esta mañana y me pidió que te avisara —explica.

Asiento.

—Es un muchacho encantador.

Vuelvo a asentir, incómoda.

—Tan caballero —agrega estrechando los ojos—. Y muy romántico por lo que he visto anoche.

Suficiente, creo que voy a atragantarme con el sándwich a propósito.

—No quiero sonar grosera, ¿pero cuál es el punto? —interrogo buscando la página donde se explica el efecto Pratfall.

—Solo digo que parece ser un gran chico —dice encogiéndose de hombros, y que me lo recuerde solo desata una fila infinita de lamentos en mi interior. Beasley va más allá de ser un gran chico, definitivamente. Sin embargo, recordar eso junto con el hecho de que no volveré a verlo en seis días hace que mi corazón se encoja dentro de mi pecho—. Y lo que vi anoche... Los actos verdaderamente románticos solamente pueden surgir por dos motivos a esta edad: tienes una vagina mágica o cupido le ha llenado de flechas el trasero a Malcom.

TouchdownDonde viven las historias. Descúbrelo ahora