Me miré en el espejo. Era un vestido precioso. Ni para mi graduación hubiese pensado en un vestido tan especial como ese. Sin embargo, una fiesta de ese nivel, entre todo lo que estaba pasando... Se me hacía ridículo.

Estábamos en guerra, gente matándose, gente muriendo por lo que sea que tuviera dentro, y yo estaba ahí parada con un estúpido vestido. Mi mal humor de repente floreció y quise concentrarme en otra cosa.

Observé trabajar a Joanne, era una encantadora chica de tez morena, ojos negros y bastante alta, al igual que la mayoría de los hummons que había visto en Séltora. Trabajaba con cuidado y con delicadeza, sin molestarme en lo más mínimo.

Alguien tocó la puerta, desviando mi atención. Miré a Joanne, pero ni siquiera levantó la vista.

—¡Adelante! —grité con cierta timidez.

Una cara familiar se asomó por la puerta; Finn entró con su luminoso pelo rubio y con una mirada cautelosa en sus profundos ojos azules. Me miró de pies a cabeza y su cara se puso roja. Supuse que se sintió algo incómodo por lo del vestido.

—Disculpa, Claire. Volveré más rato —decretó y se encaminó para salir de nuevo por la puerta.

—Finn, no importa, solo es un vestido —atajé haciendo una mueca desenfadada—.  ¿Qué pasa? —pregunté amable para que no se sintiera incómodo, pero creo que no dio resultado. Su cara de incomodidad cada segundo era peor.

—Venía a decirte que cuando termines acá —anunció y levantó su palma apuntando a Joanne—, es hora de tu primer entrenamiento. Mi padre me encargó que practiques conmigo hoy, porque Theo estará en reuniones de estrategia con el Consejo de Séltora durante varias horas —explicó hablando de corrido como si se estuviera aguantando el aire.

—¿En... Entrenamiento? ¿Yo? —balbuceé apuntándome a mí misma.

—Sí, tú. —Formó una pequeñísima sonrisa—. Tienes un poder inmenso que se manifestó hace unas horas, ¿no recuerdas? —Alzó las cejas y me miró con una expresión que quiso ser sarcástica, pero creo que era demasiado serio para eso.

Parpadeé lento y mi mandíbula se tensó ante el recuerdo. Varios flashes de lo ocurrido corrieron por mi mente.

«Sí, Finn, era tan fácil olvidar lo que pasó hace algunas horas...».

—Bien. Entrenamiento. —Asentí con la cabeza y mis labios se apretaron en una línea—.  ¿Dónde debo presentarme, guerrero?

—En mi patio de entrenamiento. Joanne te podrá guiar.

—Como ordene, príncipe —respondió ella.

—Bien, te espero. —Le echó otro vistazo a mi vestido antes de salir por la puerta y desaparecer con su usual rostro sin expresión.

—Su vida debe haber cambiado bastante en estos últimos días, princesa. Supe que usted no tenía idea de las extensiones ni de nosotros los hummons —conversó Joanne.

—Sí... bastante se queda corto. No sabía ni el verdadero nombre de mi mamá.

—Oh —exclamó Joanne—. Lo siento.

Sus palabras me dejaron pensativa. Nadie antes me había dicho lo siento, solo enfatizaban en que todo iba más allá de mí y que era mi deber cooperar.

Nos encontramos con Finn en un área de pasto verde del cual sobresalían algunas flores amarillas, tan típicas de la selva. Había algunas rocas gigantes repartidas por todo el patio. Medianos pilares de concreto delimitaban el área y al centro había un gran círculo hecho de arenilla. No podía creer que yo, la peor en deportes, estaba en un patio de entrenamiento, lista para entrenar con un príncipe. Todo eso bajo un caluroso y húmedo clima selvático que me mantenía transpirando sin siquiera mover un dedo.

Atanea I: Heredera doradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora