Capítulo I

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Es difícil ser una chica Latinoamericana viviendo en Estados Unidos. No me gustaba este país. Quería irme a MI país, aunque solo viví en él un par de años. Me fui de allí cuando tenía tan solo 3 años, pero incluso siendo así de pequeña, recuerdo mucho sobre Colombia. Las calles repletas de gente extremadamente amigable, muchas áreas verdes y canchas de fútbol con niños jugando apasionadamente. Eso no se ve aquí en Miami, en Estados Unidos en general. El fútbol no es común aquí, a menos que sea fútbol americano.

Mi nombre es Alicia Diana Fernández. Nací en Colombia.  Mis padres biológicos murieron en un accidente de auto en un viaje de negocios que estaban haciendo en Nueva York. Yo iba con ellos y, como dije antes, solo tenía 3 años. Sobreviví, pero no me devolvieron a Colombia como era de esperarse, no tenía familiares dispuestos a que se quedaran conmigo, por lo que entré en el sistema de este país.

Ahora tengo 16 años, a solo unas semanas de cumplir 17 años y he estado en Nueva York, Tennessee, devuelta a Brooklyn, Chicago y ahora iré a Miami. Nunca me han adoptado. ¿Quién quiere una chica Latinoamericana con sus padres muertos? Nadie. No por lo menos en este país. He estado en más de 20 casas adoptivas, esperando a que me adopten o a cumplir 18 años para poder por fin independizarme e irme a cualquier lugar, lejos. No he tenido la mejor de las suertes con respectos a las casas adoptivas. Me han golpeado en más de la mitad de ellas y en las otras terminaban aburriéndose de los niños y mandándolos a otras casas.

He forjado una personalidad dura y fría, soy una luchadora. He estado en más de una pelea y la última fue en la casa en donde estaba en Chicago, por lo que me echaron de esa casa y me han mandado a una en Miami, una familia rica que piensa que tal vez pueda “enderezarme” estando con otros chicos Latinoamericanos. No estoy entusiasmada, ya sé lo que esperar.

Cuando por fin llego a esa casa, bueno más bien una mansión porque es gigante, un señor de unos 50 años me está esperando. Es canoso, con ojos negros como el carbón, pasado de peso y vestido elegantemente con un traje color negro, como sus ojos. No es exactamente una buena primera impresión. El señor asusta, pero había visto peores. Salí del auto y quede cara a cara con ese señor. No sé si esperaba que bajara la vista, intimidada por su constante mirada a los ojos. Pero yo no soy así, no me intimido tan fácil, 13 años en hogares de acogida hacen eso.

-Alicia- dijo, con voz ronca y fría, al igual que sus ojos- Mi nombre es Terry Fernández, pero tú me llamarás Señor, ¿entendido?

-Como sea- no planeaba dejarme intimidar por este señor.

Dio media vuelta y se dirigió a la entrada de la casa. También yo di media vuelta y tomé lo poco que tengo de equipaje, que consiste en la poca ropa que tengo. Básicamente, playeras una talla más grande de lo que debería, de colores simples y opacos, jeans ajustados, de colores opacos también y converse de todos los colores que puedan imaginar, menos rosa, claro.

Mientras entro a la casa noto que todo es muy elegante. Nunca había estado en una casa de acogida así de elegante. Solían ser casas con más personas de las que es capaz de sostener. Sucias y horribles en general. Si encontraba aunque fuera tan solo una mota de polvo en esta casa iba a ser impresionante. Todo brilla por su limpieza. Es sorprendente, muy linda, pero me siento completamente fuera de lugar.

“¿Qué hago yo aquí?”- me pregunto mientras recorro el lugar, aunque es tan grande que es imposible recorrerlo completamente. Esta debía ser una casa de una chica linda, rubia de ojos claros que suele usar vestiditos pequeños, siempre impecable. Yo no soy así, ni de chiste. Tengo la piel morena, como caribeña, mi pelo es largo, liso y negro, muy negro. Mis ojos verdes parecen ser lo único que pertenece aquí.

Mientras sigo mi inspección por la sala de estar de la casa, una señora de aproximadamente la misma edad del idiota que me recibió en la entrada. Vestida con un traje de mujer color beige, pelo corto, ondulado y claramente teñido de un color rojo.

-No deberías estar husmeando por estos lugares sin presentarte con los dueños de casa- dijo con un tono frío, parecido al del idiota.

-Ya conocí al Señor que supongo que era el dueño de casa

-No seas irreverente al hablar- ¿irreverente? Espere a que tome un poco más de confianza- Ese era mi esposo, mi nombre es Susana pero, al igual que a Terry debes decirle Señor, a mi debes decirme Señora, ¿correcto?

No me agrada nada esta familia. Son muy pesados, pero claro, así son los padres de las casas de acogida. Al menos no me obligaron a decirles “papá y mamá”, ya me ha pasado antes y se enfurecían mucho cuando no lo hacía. No tengo problema con llamarlos señores, en verdad lo prefiero.

-Sube al segundo piso y busca a una pequeña llamada Lucía- siguió hablando aunque no le había respondido a su pregunta y se notaba que estaba bastante harta de mí- ella te mostrará tu habitación y te hablará de las reglas que debes seguir en esta casa- di media vuelta, tome mi equipaje y me encaminé hacia donde recordaba que había visto las escaleras.

Alicia & AlejandroWhere stories live. Discover now