Capítulo 34

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—Está despertando. —murmuró Joan al ver que Ori comenzaba a abrir los ojos.

Dante no demoró nada en ir hacia el coche donde el menor se encontraba y se hincó a su lado tomando su rostro.

—Mi bebé... —susurró el chico con temor. Trató de moverse, pero Dante se lo impidió.

—Está aquí y se encuentra bien.

—Dante, lo siento mucho. —gimoteó Ori comenzando a sollozar.

—No te disculpes por nada, lo que ha ocurrido no es culpa tuya, ni se te ocurra pensarlo. —advirtió acariciando las mejillas maltratadas del menor. —Te sacaré de aquí y me aseguraré de destruir a los responsables, no permitiré que esto continúe.

Ori miró la puerta que era repetidamente golpeada y luego volvió a dirigirse a Dante, levantó la mano con esfuerzo hasta colocarla sobre la del Alfa.

—Gracias por encontrarme.

—Gracias a ti por no rendirte, solo espera un poco más, te llevaré al hospital en cuanto esto acabe. —aseguró Dante poniéndose de pie, no tenía más tiempo que perder. —Joan, entra al auto y escóndete junto con Orién, no dejes que nadie los vea.

El aludido obedeció de inmediato, eran muchos coches, así que si se escondían bien no serían descubiertos con facilidad. Tomó al bebé mostrándole a Ori que el pequeño se encontraba dormido, pero bien, y lo colocó en el piso de los asientos traseros, luego acomodó al chico de lado sobre el sillón, así podría ver a su bebé todo el tiempo. Enseguida Joan se metió debajo del tablero en la parte del copiloto.

Dante se colocó de pie frente a la puerta, justo cuando ésta dejó de ser golpeada. Apuntó con su arma dispuesto a asesinar a quien se atreviera a cruzar, pero le extrañaba el silencio que había inundado el lugar. Ni siquiera afuera se escuchaban más disparos.

Bajó la pistola y se acercó a la entrada de la cochera, por donde Joan se había asomado antes. No parecía haber vida en la calle, los cuerpos de los guardias y del hijo menor de Lucio estaban tirados en charcos de sangre.

¿Acaso habían matado a Lucio? No, eso no podía ser posible, aquel infeliz tenía que morir en sus manos.

Volvió hacia la puerta que daba a la oficina y la abrió enseguida. Una serie de disparos alertaron a quienes habían esperado afuera, más no se acercaron, suponiendo que todo estaba controlado por Dante.

Debió tener más cuidado, sabía bien que Lucio podría encontrarse ahí, pero ya estaba herido y el otro se acercaba con una sonrisa enfermiza en su rostro.

— ¿Creíste que ibas a ganar? Ni siquiera tu padre pudo conmigo, ¿qué te hizo pensar que lo superarías? —farfulló Lucio inclinándose frente al cuerpo del Alfa más joven.

—Yo no soy como él. —murmuró Dante. Las heridas de balas en su cuerpo ardían de una manera indescriptible, todo comenzaba a oscurecerse ante sus ojos y la sangre fluía hacia el exterior mientras él moría. No podía quedarse ahí viendo su propia vida disolverse.

—Claro que no, él debe estar revolcándose en su tumba por tener en su bastardo aquello que él tanto detestó. —se jactó aquel viejo lobo mientras se incorporaba para apuntar su arma contra Dante. —Eres igual a mí, debiste ser mi hijo y no del idiota al que asesiné hace años. Serías mi orgullo, después de todo la maldad habita en ti más que en mis propios hijos, me ha costado una vida moldearlos, como para que tú llegues y los asesines como si nada. Lamento que tengas que pagarlo con sangre, solo por ese perro asqueroso al que intentas proteger.

—Ori... —gimió Dante recordando a los dos bebés que ese muchacho había tenido. Cerró los ojos sintiéndose a cada segundo más débil.

—Cuando me deshaga de ti, descuartizaré a esa puta y sus hijos serán parte de este negocio. ¿Qué te parece?

NO FUE MI CULPADonde viven las historias. Descúbrelo ahora