—¿Para que nos entregues otro bailecito poco sensual por un bicharraco inofensivo? —bromeó Theo.

—Solo quiero dar una vuelta. —Paseé la mirada entre los cuatro pares de ojos—. Una vuelta pequeñita. —Pedí haciendo un gesto con mis dedos. Sus miradas recelosas me obligaron a esforzarme más—. Un rato corto para ver este paisaje y no saldré más de esa torre, lo juro.

—Está bien, yo iré contigo —respondió Theo, entornando unos ojos rendidos.

—No. Tómate un descanso —interrumpió Finn—. La has acompañado desde que salió de su casa, yo la acompañaré. Tú, por favor, envía un mensaje para avisar que nuestro arribo a la torre ha sido exitoso, eres el único que puede hacerlo. —Alzó sus cejas rubias en dirección a Theo—. Seguro nos darán una lista de órdenes a seguir para mañana.

Theo posó su vista en Finn unos segundos y asintió corto una vez. Me echó una rápida mirada con los labios apretados y se adentró en la torre.

Un pequeño sentimiento de decepción apareció porque Theo no fuera el que me acompañara, pero decidí no pensar en ello.

Necesitaba cambiarme de ropa primero..., urgente.

Entrando a la torre, tuve que pasar cinco puertas de cemento que se veían casi imposibles de mover, sin embargo, Texa las empujó sin problemas, como si estuvieran hechas de cartón.

El primer piso era una estancia de tamaño pequeño, con un par de sillones, una mesita y un marco que conectaba a una cocina. Al fondo había una rudimentaria mesa con cuatro sillas. Todo estaba lleno de pieles y casi todo estaba hecho de madera, incluso una lámpara de palitos colgaba del techo.

A mi derecha visualicé un baño. Abrí una de mis maletas, tomé un short, una camiseta de color rosa sin mangas y unas deportivas. Corrí hacia el baño y me cambié de ropa en un santiamén para poder salir lo más pronto posible hacia la selva otra vez.

Al salir, caminé rodeando la torre. Inago se mantuvo a mi lado con la elegancia propia de un felino y acaricié su gran cabeza.

Finn nos seguía unos pasos más atrás, en silencio. Al avanzar un poco más, vi un pequeño río que pasaba por detrás de la torre y algunas cuerdas de la naturaleza cruzaban de un lado del río al otro. Escuchaba ruidos de monos cerca y el canto de los pájaros selváticos. Era como estar dentro de la película Tarzán.

Me senté en una gran roca elevada e Inago se recostó sobre mis pies. Inspiré profundamente, desconectándome un momento.

Unos segundos después, Finn se sentó a mi lado.

—¿Qué tal ha sido el viaje, princesa? —me preguntó con un tono profesional.

—Agotador, increíble, horrible, sorprendente, maravilloso, épico. Todo eso en menos de tres días —contesté mientras acariciaba la cabeza de Inago.

—¿Qué tal tu guardián? —indagó.

Este chico no se iba con rodeos.

—¿Esto es una encuesta para calificar el servicio? —inquirí, y por primera vez, Finn mostró una pequeña sonrisa, encantadora bajo toda esa capa de hombre serio y poco cálido que demostraba ser.

—Sabes que puedes solicitar un cambio si no te sientes cómoda o encuentras que no realiza bien su trabajo, ¿verdad?

—¿Qué? —agudicé y mi frente se arrugó—. El guardián... Theo, no tiene nada malo... y ha puesto todo el corazón en cumplir su misión. —Su "misión" llamada Claire.

—Eso pude notarlo —soltó formando una sonrisa tensa en el rostro, con sus ojos azules puestos en el río.

Lo miré incrédula, no queriendo entender su respuesta.

Atanea I: Heredera doradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora