El primer hombre, el cual se presentó como Finn, tenía el pelo rubio como el sol, ojos azules y tez blanca. Era alto y delgado, de expresión serena. Se veía todo un profesional serio. Por la forma en que me saludó, tan educado, me hizo pensar en un caballero antiguo.

El segundo hombre, presentado como Mike, era un poco más bajo y fornido, tez morena, pelo castaño y ojos avellana. Estaba sonriente, como si se fuera de vacaciones. Theo lo saludó con un corto pero enérgico abrazo, murmurando un par de cosas incomprensibles. Estaba claro que había una amistad entre los dos.

Ninguno de los dos hizo una reverencia al verme, y eso fue un alivio.

El viaje hacia la Amazonia me tuvo pegada a la ventana del Jeep mientras Theo y Mike conversaban sobre estrategias, rutas, armas y otras cosas sobre las que no entendía mucho. Lo único que concluí fue que Mike también pertenecía a Atanea y Finn a Séltora. Este último conducía, Theo iba atrás conmigo y Mike cumplía el papel de copiloto.

El paisaje era extraordinario, de esos que solo miras por Discovery Channel. La emoción aumentaba a medida que el camino se iba haciendo más salvaje y nos adentrábamos más en la verde e imponente selva.

Era pasado mediodía y el sol estaba en su punto más alto. Giramos en una curva y seguimos camino por el costado de un ancho río. Creo que era el Amazonas, pero me dio vergüenza preguntar.

—Debería tomarte una foto, estás alucinando —murmuró Theo.

Se había acercado más a mí, quedando justo a mis espaldas. Giré mi cuello para mirarlo y vacilé al descubrir que su cara estaba más cerca de lo que esperaba, nuestras mejillas se rozaron.

—Lo siento —musité, poniéndome roja como semáforo.

—Te estás pasando, princesa osada. —El tono irónico y burlón de Theo había vuelto en su totalidad.

—Shhh, qué vergüenza —lo regañé cuando noté que Mike nos observaba con sus ojos avellana entornados y con una gran sonrisa amistosa.

Finn dio miradas rápidas por el espejo retrovisor, sin embargo, su expresión era mesurada. Quizá qué pensaba. Theo tonto.

—Hoy nos quedaremos en un refugio, mañana seguiremos rumbo hacia un lugar con el que vas a alucinar doble —indicó Theo, todavía mirándome.

—¿Mañana? ¿Tan pronto? —repliqué con un tono de disgusto. Me apetecía disfrutar de ese paisaje al menos por unos días al menos.

—A un lugar cercano, no cambiará mucho, pero a la vez cambiará todo —señaló amablemente Mike.

—¿Cómo es eso?

—Iremos a Séltora, mi reino —contestó Finn, simple.

Amplié los ojos y me aceleré. Un cosquilleo bailó en mi nuca y, al procesar que mañana iba a conocer una extensión, la piel se me erizó. Quería ir. Quería estar una tierra invisible para los humanos, verlo por mí misma. Lo necesitaba para sentir más creíble esta situación fantasiosa y media espeluznante en la que me encontraba.

Theo formó una gran sonrisa torcida.

—Te dije que ibas a alucinar —murmuró y giró la cabeza—. Arruinaste la sorpresa —le gruñó a Finn.

—No es tiempo de sorpresas, Jatar.

—No seas amargado —le replicó Mike a Finn—. No tenemos por qué quitarle la emoción al menos a ella —repuso y me guiñó un ojo de una forma amistosa, muy diferente a los guiños coquetos de Theo.

—Ya siento emoción. —Intenté ocultar mi tono agudo.

Theo se fijó en lo apretado que estaban mis puños.

—Qué ternura —dijo con sorna—. Te vas a clavar las uñas en las palmas.

Chasqueé y relajé las manos.

—¿Por qué decidieron este lugar precisamente? —pregunté curiosa.

—El Consejo de Atanea decidió que una de las mejores localizaciones es Séltora. Tiene buen nivel de guerreros —explicó Theo.

—Sí..., Atanea está rodeado de esa plaga de ratas lunáticas, no podemos llevarte ahí por eso —se lamentó Mike—. Por ahora.

—El reino Lumba es grande, ¿no?

Los tres gruñeron.

—Es el más grande y el que mayor cantidad de guerreros tiene. Por lejos —me explicó Finn—. Tantos, que están por todo el mundo. A la mayoría los obligan a entrenar de pequeños.

—¡Qué horror!

—Son una mierda —bufó Theo.

—Pero no todos los lumbianos son malos, ¿verdad? —cuestioné—. Debe haber..., no sé, ¿gente normal?

Theo hizo un gesto desdeñoso.

—Sí, los civiles. Pero no sé. Sus gobernantes les lavan el cerebro —siseó.

—Nacen locos —se rio Mike.

El camino había desaparecido casi por completo, solo quedaba una huella en pleno corazón de la Amazonia.

Después de una curva, apareció una torre que se escondía entre unos árboles gigantes y frondosos, llenos de cortezas y ramas que caían sobre esta. No la habría visto si Theo no me la señalaba. Estaba bien camuflada entre la flora y unos pájaros que la decoraban como cómplices.

—Segunda parada —anunció Theo y examinó mi rostro.


Nota: ¡GRACIAS POR LEER! Me hacen inmensamente feliz. Espero que les haya gustado este nuevo capítulo. No se olviden de comentar si es así para saber que les gustó.

Atanea I: Heredera doradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora