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Palabras sin decir

-       ¿Estás despierta? –Pregunta en un murmuro. Abro mis ojos y me doy cuenta que son alrededor de las tres de la madrugada.

-       Sí, no puedo dormir. –Le digo- Demasiada información.

-       Yo tampoco. –Besa mi frente y suelta un breve suspiro- Quiero un poco de pastel. –Dice en un susurro haciéndome reír.

-       ¿Vamos por él? –Asiente y se descubre de la sabana.

Ambos nos levantamos como niños chiquitos y sonreímos corriendo por las escaleras hacia abajo, es como si jugáramos a que el primero que llegue come antes. La verdad estaba un poco triste pensando que quizás todo lo que hice para que él se sintiese bien este día no sirvió de nada y la torta era mi último recurso, así que aunque sean las tres de la madrugada y no sea su cumpleaños me gusta verlo sonreír.

El llega primero a la torta que había quedado en la mesita enfrente del mueble. La sostiene con sus manos y como es más alto que yo, hace que yo no pueda alcanzarla.

-       Señorita si quiere torta tiene que pagarme.

-       ¿Por qué? –Cruzo los brazos debajo de mi pecho y él se ríe.

-       Porque es mía.

-       La compre yo. –Reclamo haciendo un mohín que lo enternece, lo sé porque su mirada cambia automáticamente.

-       Pero es mi cumpleaños. –Se defiende y yo me río.

-       Siento decirle, anciano que ya no.

-       ¿Anciano? –Asiento- ¡Oh te saldrá caro!

-       ¿Qué? –Deja la torta a un lado y sonríe ampliamente.

-       ¡Corre! –Alza las manos y yo huyo de él porque sé que me hará cosquillas.

Es abrumador que me recuerde a mi papá pero a la vez es sentirme en casa, es sentirme protegida y amada, es algo que nunca experimente y ahora siento que estoy tan unida a él que no quiero separarme.

-       ¡No, cosquillas no! –Le pido del otro lado del mesón de la cocina.

-       Está bien. –Se acerca y me atrae a él con sus manos rodeándome la cintura con estas.

-       Sé que ya te lo pedí. –Me dice mirándome fijamente- Pero... cásate conmigo.

Oh no empieces.

-       Y yo ya te dije que estás loco. –Replico- No puedes querer casarte conmigo.

-       Creo que los dos estamos locos, así que sí quiero. –Me ciñe más a él y me deja un beso en los labios. ¿Sí o no?

-       No. –respondo- El matrimonio es una cosa complicada Tyler a la que por cierto, le tengo terror.

-       Sí lo sé. –Revolea los ojos divertidos- Pero soy persistente.

-       ¿Por qué ponerle un papel a esto? –Le digo- Es una costumbre más que la sociedad implemento con el fin de poner título de propiedad a una persona solo por sentir amor. –Explico- Además prometer ser fiel y amar a alguien  por el resto de tu vida es la mentira más vendida en un altar; no tienes que prometerle a alguien que vas a ser fiel o que la vas amar siempre, nadie sabe qué puede pasar el día de mañana, quizás conozcas al amor de tu vida y resulta que no puedes estar con él o ella porque estas casado con la sociedad que te hizo jurar algo que no puedes cumplir. –Revolea los ojos- La persona va a ser fiel si de verdad está enamorada y te va amar siempre si así tiene que ser, hay que dejar tanto formalismo.

Diez Maneras De Odiarte.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora