Tomó el pomo de la puerta para salir de la habitación y dobló su brazo, ofreciéndomelo.

—¿Lista para dejar de tener cara de amargada por un rato, princesa? —Giró levemente su cabeza.

—Sí, lo que sea.

La fiesta se realizaba en un gran salón en el primer piso, las puertas de entrada llegaban casi hasta el techo. A un costado brillaban unas letras luminosas: "Fiesta de máscaras".

Para entrar debíamos pasar nuestras tarjetas de la habitación por un sensor. Las personas que no eran huéspedes del hotel hacían una extensa fila para comprar las entradas.

El amplio salón estaba casi lleno, con música caribeña a un volumen agradable. Había al menos cinco bares para pedir bebidas. Todo estaba decorado con un estilo entre Mardi Gras y Maya. Del techo colgaban cientos de máscaras con luces. La fiesta era todo un éxito. La gente llevaba diferentes estilos de antifaces, desde las más extravagantes hasta unos simples de goma.

Después de observar el lugar, no sabía bien cómo actuar con Theo en una fiesta, por lo que, antes de que notara mi ansiedad, le pedí que fuéramos a una barra a pedir algo.

—Un margarita, por favor —le pedí al alegre muchacho mexicano que estaba atendiendo.

Theo giró su cabeza hacia mí y la volvió a voltear hacia el barman cuando estaba echándole un líquido transparente a la bebida.

—No sé... ¿No le vas a pedir la identificación? —Curvó sus labios hacia abajo. Después se puso serio de la nada—. Es menor de edad, campeón. El margarita sin alcohol —gruñó.

Le sonreí al pobre chico que botaba lo servido y empezaba de nuevo.

—Por favor —agregué, y el chico me sonrió.

Theo subió una ceja y apoyó un codo en la barra, mirándome.

—¿Querías emborracharte? No me digas que tenías ese plan tan brillante. —Ladeó la cabeza—. Eres una adolescente.

Hice una mueca.

—No seas raro —murmuré y le agradecí al chico cuando me entregó el vaso. Emborracharse no estaría mal, pero no era mi plan.

Después de recibir las bebidas, nos acomodamos en una terraza donde entraba aire. Conversamos un largo rato sobre mi vida (sí, no paraba de interrogarme sobre mi infancia y adolescencia), y me reí de las estupideces de la gente, como de un joven oriental que estaba bailando arriba de una pequeña tarima y resbaló cayéndose arriba de sus amigos.

La música se puso mejor y sentí ganas de bailar, a modo de liberar tensiones. Ya me había relajado, Theo era una buena compañía. No estaba en modo guardián duro y peligroso. Solo era como un chico rudo de veintitantos. Y era muy gracioso con sus comentarios medios crueles, medios irónicos.

—Vamos a bailar —se adelantó Theo en tono autoritario, como si leyera mi mente—. Y no es una pregunta.

Qué carajos.

—Eh... ¿También lees la mente? —Me preocupé, eso sería desastroso. Caótico.

Theo arrugó la cara.

—¿Qué? No —bufó con obviedad—. De todas las extensiones hay como tres hummons capaces de eso y muy a duras penas... Y lo lograron después de décadas de meditación... y otras cosas raras de gente mística y espiritual que no van conmigo.

—Cosas raras de gente mística y espiritual... —repetí y me reí.

Reflexionó un momento, escrutándome el rostro.

Atanea I: Heredera doradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora