—Supongo que lo dices por mi madurez y sensatez. —Formó una media sonrisa que dejó entrever sus superblancos dientes y me guiñó el ojo. Otra vez.

—¿Por qué siempre haces eso? —solté histérica.

—¿Hacer qué?

—¡Guiñarme el ojo! Parece un tic.

—¿Y qué? ¿Te pones nerviosa? —Elevó una ceja y expandió su sonrisa.

Estaba a punto de contraatacar cuando vi que se tensó y miró fijamente al frente. Seguí su mirada y visualicé un auto detenido en la berma unos pocos metros más adelante, con las luces intermitentes encendidas. Los nervios se apoderaron de mí.

«Tranquila, maldita sea, esto no tendría por qué ser nada peligroso». Aquel pensamiento no me lo creía ni yo misma. Estaba con un desconocido que todavía me parecía un poco lunático, acercándome a otro desconocido...

Genial.

Theo aparcó justo detrás del Volvo, del cual bajó una persona de contextura gruesa, estatura media, de unos treinta años. Me hundí en el asiento del copiloto. Era la primera vez que veía otro hummon estando al tanto de todo.

Al parecer, Theo notó mi nerviosismo, porque apoyó su gran mano en mi antebrazo.

—Tranquila. —Su voz salió por primera vez en un tono suave—. Es el embajador que nos esperaba, se llama Roger. Bájate y súbete al Volvo. Cambiaré las maletas, llevaré las cosas, conversaré unas pocas palabras con él y seguiremos. —Me dio un asentimiento que transmitía: "no pasa nada, confía en mí".

Nerviosa y sin decir nada, obedecí. ¿Qué más podía hacer?, ¿bajarme corriendo, agitar los brazos y pedir auxilio? Eso era muy imbécil.

Me bajé, cerré suavemente la puerta del Jaguar y me dirigí hacia el Volvo.

Cuando pasé por la parte delantera del Jaguar, busqué al tal Roger para saludarlo. Me giré hacia él y fue cuando me di cuenta de que estaba arrodillado sobre una pierna, con sus manos posadas en la rodilla elevada. Me miraba sereno y serio.

«¿Y ahora qué demonios?».

—No sabe el placer que es conocerla, princesa Claire —confesó con un tono de admiración que solo había escuchado en las películas basadas en una época medieval.

Sentí ácido subir y bajar por mi esófago. Princesa. La cabeza me empezó a latir.

Antes de responder, tragué saliva con dificultad.

—Es Claire, no princesa —aclaré tímida y miré a Theo, que tenía una sonrisa reprimida en el rostro—. Hum..., no hagas esto, Roger. Hagan lo que te... Lo que tengan que hacer —pedí tartamudeando.

Roger asintió con la cabeza y se levantó, obedeciendo. Desvié mi mirada, incómoda, y continué mi camino hacia el Volvo con los puños cerrados.

Cielo maldito. Alguien acababa de arrodillarse para mí y me llamó princesa Claire.

Mi mareo aumentó.

Escuché que abrieron el maletero y guardaron el equipaje, mientras tanto intercambiaron algunas palabras que no alcanzaba y no quería escuchar. Pero, sin poder evitarlo, alcancé a oír algo cuando se despidieron. Roger le susurró a Theo: "mantenla a salvo".

Theo se subió al Volvo, acomodó el asiento y el espejo retrovisor. Mientras se abrochaba el cinturón, sus ojos pardos me atravesaron.

—¿Estás bien? —inquirió en tono preocupado.

—No lo sé —confesé cerrando los ojos y corriendo la cara.

Escuché el ronroneo del Jaguar pasar por nuestro lado y seguir su rumbo.

—No dejaré que nada te pase. Estoy para protegerte y nunca fallo en una misión. —Había orgullo y seguridad en su voz—. Es mi trabajo.

«Soy una misión», pensé. Me molestaba que, de cierta forma, para todos ellos yo era casi como un objeto. Un objeto preciado, pero un objeto al fin y al cabo.

Quería a mi mamá como una bebita.

En eso, sentí su cuerpo cerca del mío. Abrí los ojos de golpe y su brazo estaba estirado hasta el cinturón de mi lado, me lo estaba abrochando. El olor de su pelo llegó a mi nariz, era fresco y embriagador. Sin querer, rozó uno de mis muslos con su mano y mi rostro se acaloró en respuesta. Moví mi cara hacia el lado de la ventana con miedo a un rubor notorio.

—Todo listo —anunció una vez acomodado.

Me giré esperando que el calor de mis pómulos ya hubiese desaparecido.

Encendió el auto y me dio una última mirada. Soltó una carcajada.

—No te sonrojes, princesa.

La única respuesta que pude lograr fue una sonrisa tonta como diciendo "¿de qué estás hablando?", y por primera vez él me mostró una sonrisa completa, con la que sí parecía el chico de veintiún años.

Cielos. No había querido pensar en lo guapo que era, pero con esa sonrisa fue inevitable.

En fin, todavía deseaba nunca haberlo conocido, ni a él ni nada de este circo espeluznante.

Aunque tal vez saber cosas sobrenaturales no era tan malo.

Theo pisó el acelerador.

—¿Lista para esconderte en un hotel de cinco estrellas en Monterrey? —propuso en un tono seductor.

—¿Tengo otra opción? —contesté, todavía pensando en su sonrisa.

La ceja derecha de Theo se movió.

—Buen punto.


Nota: Claire, Theo y yo agradecemos de corazón sus lecturas, votos y comentarios. Significa mucho para mí, es algo que siempre quise hacer y no me atreví hasta ahora. Cada persona que lee mi historia me da gotitas de felicidad. ¡GRACIAS Y LEO SUS COMENTARIOS!

Atanea I: Heredera doradaWhere stories live. Discover now