Miré hacia donde apuntaba y vi un enorme cartel.

"MONTERREY 120 KM".

—¿Monterrey? —repetí con la boca abierta—. ¿No se te ocurrió nada mejor que ir a una ciudad llena de gente?

—Escucha, señorita inteligente —replicó sarcástico—. Monterrey tiene más de quinientos hoteles y, como tú dices, está lleno de gente, ¿no se te ocurre que es más fácil que te encuentren en un pueblucho de tres casas, que en un destino tan atestado, con cientos de personas en esta época?

Era fines de noviembre, la temporada alta estaba comenzando. Tenía razón.

—¿Y qué hay del automóvil? —Enterré las uñas en el asiento—. De seguro ya lo reconocen desde el momento en que salimos rugiendo de la fiesta.

—No te preocupes por eso —contestó rodando los ojos, como si lo que le pregunté lo hubiese pensado hace meses atrás.

—Soy la rehén, quiero saber —insistí.

—No te pongas como esas herederas altaneras.

—Qué gracioso eres, Theo.

Una chispa saltó en los ojos de Theo mientras se formaba una pequeña sonrisa en su boca. Miró a la carretera manteniendo esa sonrisita. Se estaba riendo de algo que yo no me había percatado.

—¿Qué? —Paseé los ojos por su rostro.

—Nada. Es solo... —Arrugó los labios y un segundo después su sonrisa se amplió—. Es la primera vez que me llamas por mi nombre. —Su voz salió ronca.

Solté un bufido.

—Ya, ¿y? ¿Tengo que decirte señor guardián o alguna cosa ridícula así?

—Señor guardián... —Arrugó la cara y negó con la cabeza—. Eres bastante ñoña, ¿lo sabías?

—¿Existen ñoños en Atanea? —pregunté haciendo caso omiso a su burla.

Cada vez estaba más interesada en ese misterioso reino, pero Theo suspiró como si la pregunta fuera absurda y la respuesta obvia, y cambió de tema.

—Este es el plan: en dos kilómetros nos encontraremos con un embajador que llevará el Jaguar hasta Chile para despistar a los lumbianos. Nos entregará otro automóvil y seguiremos el rumbo. Me han avisado por el CodeMessage que los lumbianos aún no han sido vistos por la carretera que hemos estado recorriendo. —Alzó un aparato rectangular que era del porte de la palma de una mano. Tenía una gran pantalla y solo un botón al costado.

—Claro, como yo sé exactamente de lo que estás hablando cuando dices "CodeMessage" —pronuncié la última palabra de forma enigmática.

—Es un dispositivo por el cual solo me llegan mensajes de la mano derecha, Jatar, mi papá. Nadie puede interferir en la señal. Cada CodeMessage tiene un gemelo y solo se puede comunicar con su homólogo, nadie puede captar la señal de otro —explicó de corrido, como si fuera un robot—. Mi padre tiene el gemelo del mío.

Tuve que suponer que la señal llegaba a Atanea, no quise preguntar para que no me lanzara otra mirada de "deja de preguntar idioteces". Su amabilidad era como un vaivén, a veces no existía y me hablaba como si fuera una niña pequeña, pero otras veces su tono era alegre y amistoso.

También había algo decepcionante en lo que acababa de decir, ese dispositivo no podía comunicarme con mi familia. Decidí preguntar cualquier cosa para no angustiarme:

—No te he preguntado tu edad —repuse, intentando parecer relajada.

—Veintiuno.

—¡¿Qué?! —exclamé sorprendida—. Hubiese que jurado que tenías sobre veinticinco.

Atanea I: Heredera doradaWhere stories live. Discover now