—Acerca de nada —me precipito a terminar la oración—, porque tú y yo no somos nada, nada de nada, somos la mismísima... nada —gesticulo con manos inquietas.

—No tenemos una relación formal, pero no puedes negar que existe una interacción bastante íntima entre lo que a ti y a mí respecta. En realidad, es difícil etiquetar lo que tenemos —reflexiona aún de pie en el centro de la habitación, con solo una camiseta ocultando su pecho y una toalla cubriendo su tronco inferior—. Pero sea lo que sea, no quiero ocultarlo. No me agrada la idea de mentirle al entrenador, no cuando él ha hecho tanto por mí.

—Lo único que hará por ti si llega a enterarse es darte una patada en el trasero —advierto—. Yo no sé qué hacer con respecto a nosotros, pero si algo tengo bastante claro es que contárselo a mi padre no ayudará en absoluto —digo intentando que entre en razón.

—Kansas... —Él se acerca a paso lento y me observa de forma fija e intensa—. Yo no miento, no oculto cosas, y me gusta irme a dormir con la conciencia limpia —explica tomándome por los hombros—. Así que voy a bajar y decirle a tu padre...

Lo interrumpo, esta vez con más firmeza y brusquedad mientras da un paso atrás.

—¿Y qué le vas a decir? —espeto—. ¿Que nos besamos dos veces? ¿Que te seguí hasta Londres? —Intento mantener mi temperamento dentro de aquellos niveles que puedo controlar, pero él no me lo está poniendo fácil—. Lo único que lograrás será que se enoje y que, posiblemente, te pegue una estampilla en el trasero y te envíe otra vez a Merton. Comprende que no hay nada que confesarle a Bill, Malcom. Lo que ocurre entre tú y yo es nuestro problema y, si lo haces problema de mi padre, puedo asegurarte que las cosas no saldrán bien. Él solo ve los extremos y, si le dices que sientes algo por mí, exagerará, porque eso hacen los padres, exageran. Y ni hablar de lo que viene después.

No me percaté de lo acalorada que estaba hasta ahora. Tengo el corazón acelerado, las mejillas ardiendo y mi cabeza duele. Las discusiones me aceleran el pulso y sacan una parte más agresiva e impotente de mi persona. Odio eso.

—Ese hombre me dijo que me mantuviera alejado de ti —recuerda frunciendo el ceño, como si en verdad no pudiera encontrarle lógica a mis palabras—. Y he hecho todo lo contrario, así que voy a decirle la verdad. Créeme que será peor si se entera de otra forma.

—No tiene que enterarse, lo que tenemos no es nada for... Ni siquiera sé si tenemos algo —reflexiono.

—Pero puedo asegurarte que no lo tendremos si no me dejas salir por esa puerta.

Nuestras miradas colisionan de forma brusca y vehemente entre las masas de aire cargadas de tensión. No paso por desapercibida ninguna de sus palabras ni tampoco lo que significan. Veo la decisión y firmeza que brilla en sus ojos, adueñándose de sus facciones y viajando a través de su voz. Malcom en verdad es honesto, él no está dispuesto a que ocurra algo más si Bill no es consciente de ello.

Es increíble que esté teniendo una discusión de pareja cuando ni quiera soy parte de una.

—Abre la puerta, Kansas.

Presiono mi espalda contra la madera, busco los argumentos indicados en mi cabeza y hago mi mayor esfuerzo por no perder la cordura y golpearlo como Joe y Ben me enseñaron.

Él no parece entender lo que me está pidiendo, no realmente. Si lo dejo salir de la habitación no estoy segura de que regresará alguna vez. No es que mi padre vaya a matarlo —aunque ganas no le faltarían—, pero probablemente comience a buscar alguna pensión, departamento o alcoba en la BCU para el número veintisiete.

No hablamos mucho con respecto a esto, pero la regla que establece que no se puede mantener una relación amorosa con la hija del entrenador —y sí, conozco la estúpida y ridícula regla gracias a Timberg—, existe por algo, en realidad por alguien.

TouchdownOnde histórias criam vida. Descubra agora