—Te dije que no le agradaría esto —reprocha una voz a Anneley, una que automáticamente asocio con Sierra.

Ella baja las escaleras de dos en dos y me pregunto qué estaba haciendo en el segundo piso, o mejor aún, ¿cuándo subió?

—Yo no... —intento hablar, pero ella me interrumpe.

—No nos quieres aquí, lo entiendo. —Se encoge de hombros observándome con indiferencia—. Yo tampoco quería venir de todos modos, aunque admito que fuiste bastante sutil al negarte a pasar tiempo con mi madre frente a sus narices. —Mis ojos perforan los suyos en cuanto escupe las palabras.

—Es solo que me sorprendieron, eso es todo —argumento.

—Ni tú te crees eso, Kansas —bufa—. Toma tus cosas, mamá —dice atravesando el pequeño espacio hasta llegar a la puerta—, será mejor que nos vayamos.

Los ojos cafés de Anneley se encuentran con los de su hija y establecen una comunicación silenciosa. Ella parece estar reprochando a la castaña, y una batalla se desata en mi cocina. No me gusta la forma en que le habla a su madre, y

tampoco me agrada el hecho de que me haga quedar tan mal frente a ella.

—¿Sabes qué? —inquiero—. Creo que sí tengo apetito después de todo —apunto alcanzando una tostada del plato de la nueva novia de Bill y llevándola a mi boca.

Los ojos de Anneley se esperanzan, los de Sierra se oscurecen y los de Jamie se iluminan en cuanto toma otra dona.

***

—Espera un momento —la detengo depositando mi taza de café sobre la mesa—. ¿Tú fuiste la responsable de que mi padre tuviera gases por toda esa semana? —inquiero—. Me gasté todos mis ahorros en desodorante de ambiente y hasta le programé una cita con el gastroenterólogo —me quejo.

—Recuerdo que se tiraba unos gases de muerte. —Arruga la nariz Chase— ¡Y me echaba la culpa a mí! —espeta ofendido.

—Te llamábamos la flatulencia Timbergtosa. —Ríe Ben mientras unta un poco más de mermelada en su tostada—. Esos gases se oían a través de todo el campus, eran ultrasónicos.

—Desayunar no es posible si hablan de temas relacionados con el aparato digestivo —informa Harriet alejando su plato de tostadas con una expresión cargada de disgusto.

—Y de los residuos gaseosos acumulados en el intestino tras la digestión. —Malcom imita su gesto.

Si hace cuarenta minutos atrás me hubieran dicho que estaría riéndome con Anneley sobre las flatulencias de mi padre no les hubiera creído. Sin embargo, mientras ahora observo a la mujer con lágrimas en los ojos puedo decir que estoy disfrutando de esto.

Los primeros quince minutos fueron realmente incómodos. Solo nos limitábamos a observarnos y a comer en silencio, pero tras la llegada de Timberg, Ben, Harriet y un educado Beasley —que se presentó como todo un inglés—, la tensión en el ambiente cayó en picada.

Todos parecen disfrutar del momento, hasta la irascible Sierra lo hace. Puede que no hablemos directamente y que de vez en cuando la pelirroja y la rubia le lancen miradas en forma de advertencia, pero por lo menos no estamos atacándonos verbalmente como solemos hacerlo.

No puedo decir en base a cuarenta minutos de compañía que estoy de acuerdo con un casamiento, porque no lo estoy; aún debo hablar con mi padre y plantearle todas estas cosas que dan vueltas alrededor de mi cabeza. Entre ellas se encuentra el hecho de que jamás me comentó que tenía pensando ir al altar y otro factor clave: que aún no conozco lo suficiente a Anneley. Sin embargo, se podría decir mi primera impresión de ella es un ocho en la escala del uno al diez.

TouchdownDonde viven las historias. Descúbrelo ahora