—¿Aún recuerda a Galileo? —inquiere Harriet con cierta desconfianza cubriendo sus facciones—. Eso fue hace más de un año...

—Bill es un cuarentón rencoroso, ¿qué más esperabas? —espeta Jamie—. Era bastante obvio que no iba a olvidarse de Lingard. —Como percatándose de la situación, la rubia pasea sus ojos entre el mariscal de los Warriors, mi padre y los Jaguars. No pasa mucho tiempo hasta que sus mejillas comienzan a tornarse más rosadas de lo normal.

—No te preocupes, Harriet. Yo también tenía la esperanza de que lo olvidara —digo en voz alta para hacerle saber que me siento apenada, no tanto como ella, pero sí en gran parte.

Hace más de un año atrás, exactamente el dos de octubre, mi padre me dio el mejor obsequio que una chica puede pedir: un Jeep. Bueno, el coche ya era mío desde hacía bastante, pero tuvo que estar un par de meses en reparación. Pregúntale a Timberg por qué. Tras tomar la licencia que juntaba polvillo en mi escritorio y prometer que no mataría ni atentaría contra la vida de nadie mientras estuviera al volante, acordé recoger a Harriet y a Jamie por la noche. Saldríamos de fiesta y, como buenas universitarias de primer año, nos apegamos a la regla de la conductora designada. En ese entonces era Jamie, por más inverosímil que parezca, la que tenía que sobrevivir a una fiesta sin alcohol.

Claramente fracasó.

Harriet era la única que se encontraba en un estado en el que era capaz de manejar y no veía seis dedos cuando en realidad eran dos, así que puso las manos al volante y arrancamos. El problema fue que la futura abogada no sabía conducir, me explico: había ido a sus lecciones para sacar su licencia, pero había reprobado, y fue una verdadera lástima porque nos enteramos de que había rendido mal el lunes siguiente.

Demasiado tarde.

Ese viernes los muchachos de Crisville habían llegado para jugar al otro día y, como desobedientes jóvenes a los que solo les importa beber, salieron de fiesta. Exactamente al mismo lugar que nosotras.

Eran prácticamente las tres de la mañana cuando decidimos que era suficiente por una noche, así que subimos al Jeep listas para partir. Harriet tenía un trabajo sencillo, y consistía en girar las llaves del auto y arrancar.

Y lo hizo.

Pero mal.

Pisó el acelerador y terminamos atropellando a un borracho que estaba buscando su propio auto. Desgraciadamente fue a Galileo Lingard, el entonces nuevo jugador novato de los Warriors. Claro está que nosotras no lo sabíamos, y digamos que el alcohol surgió efecto y el pánico nos dominó de forma multiplicada.

—¡Buenas noches, damas y caballeros! —La alegre voz de la muchacha de rizos castaños resuena a través de los amplificadores—. Mi nombre es Claire Whittle, soy estudiante de Periodismo y Comunicación Social en la BCU —se presenta haciendo acallar a gran parte del público—. ¡Hoy seré una de sus dos anfitriones y, como buena presentadora, quiero que reciban con un cálido aplauso a mi colega Gabe Hyland! —Le faltó decir desempleado.

La multitud en las gradas estalla en aplausos y el nieto de Mary se incorpora para hacer una reverencia al público. No hace falta aclarar que está gozando del protagonismo.

—¡Gracias, Betland! —exclama volviéndose a sentar, no sin antes lanzar un par de besos al aire—. Sé que desean seguir alabando a mi persona, pero desgraciadamente estamos aquí por algo más —explica haciendo reír a la muchedumbre con su egocentrismo—. Esta noche serán testigos de una de las batallas más inhumanas, sangrientas y feroces de la historia. ¡Esta noche se enfrentarán dos equipos, dos universidades, dos adversarios que tienen una historia tan picante como la chica a mi lado!

TouchdownDonde viven las historias. Descúbrelo ahora