—¿No piensas descansar un rato? —se preocupó la mujer.

—Estoy bien. He dormido durante el vuelo —la tranquilizó.

Se duchó y en treinta minutos estuvo lista para enfrentar otro día. Algunas personas la reconocieron y la miraron con una expresión parecida a la pena. Deseó que hubieran pasado meses después del suceso de la boda.

Compró tres periódicos y se sentó en el balcón de un café internet. Tenía su currículum en su agenda electrónica para imprimir la cantidad que necesitaría. Revisó la sección de empleos e hizo una elección optimista de los más interesantes. Se detuvo cuando vio que el hotel TH de Fernando de la Mora estaba buscando personal administrativo. La decisión de enviar su currículum o no se la dejó a la moneda que lanzó al aire.

Trabajó en la tienda de Ximena dos días antes de recibir la primera llamada de trabajo de parte del departamento de recursos humanos de una agencia de viajes muy renombrada en el país, y la segunda, tres horas después, de la secretaria del dueño del hotel TH.

Aunque estuviera pisando sus propias palabras, a las nueve en punto llegó a las oficinas administrativas del hotel que se encontraban cruzando la avenida frente a TH. El señor Orlando Cattebill la recibió como si fuera la hija de un amigo de toda la vida. Cattebill había hecho su fortuna al casarse con la hija de uno de los empresarios más influyentes del país. A pesar de tener casi sesenta años, él lucía mucho más joven ya que estaba metido en el mundo de las cirugías plásticas.

—Cuando la jefa de recursos humanos me dijo que tenía tu currículum no pude creerlo. La desgracia de un hombre puede ser la fortuna de otro, eso decía mi padre y se puede aplicar a esta situación.

Andraya sabía que debía sonreír, pero no le parecía gracioso. Ella se había llevado un golpe muy duro para tener que llegar ahí.

—Me sorprendió ver el anuncio en el periódico, pero no especificaba la función a desempeñar.

—El director administrativo se jubila esta semana. Había pensado en promover a algunas personas y rellenar el vacío hasta que tu nombre apareció en la operación.

Ella asintió comprendiendo lo que significaba.

—Has hecho un estupendo trabajo en la cadena principal de los Bale. Es eso lo que quiero que hagas aquí. Necesitamos a alguien innovadora como tú que levante varios puntos las ganancias. ¿Qué dices?

—¿Alguien sabía de sus intenciones de promover a sus empleados? —fue lo primero que se le ocurrió.

El hombre negó y entonces ella aceptó el trabajo. No tenía intenciones de lidiar con personas resentidas por el puesto que desempeñaría. Tenía suficiente con los prejuicios hacia ella por la edad que tenía.

—¿Cuándo comienzo? —gesticuló con las manos alegremente.

—Mañana mismo puedes venir a firmar el contrato y comenzar a trabajar.

La castaña le dio un firme apretón de manos a su nuevo jefe y se retiró. Al día siguiente debía exigir que en el contrato se estipulara una cláusula que protegería los asuntos confidenciales que había tratado en su antiguo trabajo. No había dinero en el mundo que pudiera hacer que actúe de manera poco honorable.

Casi olvidaba que le encantaba su independencia. Si conseguía un departamento no tendría que rendirle cuentas a nadie y podría entrar y salir a la hora que quisiera. No tendría que explicar cada salida que hacía. Amaba a Ximena, pero incluso ella estaba mejor sola. El día anterior había sido testigo de cómo el vecino de la panadería coqueteaba con su madre. Tal vez con su presencia estaba interfiriendo en la vida amorosa de la mujer y no quería seguir haciéndolo.

𝐂𝐚𝐬𝐭𝐚𝐧̃𝐨 𝔸𝕫𝕒𝕓𝕒𝕔𝕙𝕖 ©Where stories live. Discover now