Los psicólogos también son humanos

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Entonces, ¿quién era esa chica? ¿Y por qué se había tomado tantas libertades con mi hombre? ¿Era totalmente necesario que lo sostuviera de la cintura para esa foto? No es como si ella fuese a caer o algo así.

El protector de pantalla siguió su trabajo, ajeno a mis elucubraciones y una nueva fotografía destelló en la pantalla para mí. Y digo "destelló" porque sin duda al verla, el mundo simplemente fue un lugar mejor y más brillante, incluso tal vez un coro angelical sonó en algún sitio. No sé cómo decirlo, él estaba... oh Dios, él estaba en la playa y como cualquier persona en la playa, obviamente estaba en bañador. Y nada más que un bañador. Sus manos en sus estrechas y masculinas caderas, perfilando el rostro hacia el cielo con los ojos cerrados, mientras el mar (pobre ingenuo) palidecía ante tanta belleza contenida en un solo hombre. Absorbí cada uno de los detalles de su cuerpo, los abdominales perfectos, los brazos fuertes, incluso la gorra que tenía puesta hacia atrás, el conjunto no desmerecía por ninguna parte. Se los digo.

Estaba a un segundo de lamer la pantalla y consagrarme como la más vil y baja predadora sexual, cuando de un momento a otro la imagen desapareció, siendo reemplazada por el aburrido fondo de escritorio. Fruncí el ceño, alejándome lo suficiente para ver qué diablos había pasado y entonces lo encontré parado a mi lado observándome con una ceja enarcada. Fue cuestión de bajar la mirada un instante, para descubrir que él había golpeado el ratón de modo que se quitara el protector lleno de fotos.

—Ahora... eso fue cruel —musité, dolida—. Estaba mirando.

—Creo que viste más que suficiente.

No estaba sonrojado, pero claramente estaba incomodo ante el hecho de que hubiese visto fotos de él en bañador. ¿Por qué? En realidad no sabría decirlo. No es como si tuviese algo por lo que avergonzarse, ¿acaso había visto a la gente que iban a las playas? Había personas allí para los que el concepto de vergüenza ni siquiera aparecía en el diccionario.

—Pues si te interesa mi opinión...

—No lo hace —me cortó, aunque había una vaga sonrisa en sus labios.

—Y sé que te interesa —continué sin hacerle caso—. La verdad no veo nada malo en esas fotos, luces más que bien en bañador.

—Gracias.

—Y con ropa —añadí, solemne.

— ¿Gracias?

—Y sin ella... —Evan me observó de tal modo que no pude evitar reír—. Relájate, lo que quiero decir es que no tienes de qué avergonzarte, podrías jodidamente haber sido modelo.

— ¡Siempre le he dicho lo mismo! —interrumpió una familiar voz detrás de él. Ángela apareció dos segundos después, deteniéndose a su lado con una gran sonrisa orgullosa—. La cámara lo ama. —Ella lo empujó lo suficiente como para hacerse de un lugar frente a la máquina—. Deja que te muestre las fotos de nuestro último viaje, podría fácilmente vender la mitad de ellas.

—Ángela... —la llamó Evan, pero ella se veía bastante ocupada manipulando el ordenador como para escucharlo.

—Y te puedo jurar que no tienen ninguna clase de retoques...

—Ángela —insistió él.

—No que él los necesite de todos modos...

— ¡Mamá! —Ambas nos volteamos automáticamente ante esa única palabra en tono demandante. Tras un suspiro muy pequeño, Ángela desistió de enseñarme las fotos y se alejó del ordenador.

—Claro... —Me miró con algo similar a la disculpa y luego palmeó con suavidad el brazo de Evan—. Debo regresar a... —Sonrió sin muchos ánimos—. El deber llama. Discúlpenme.

El mito de Daphne (libro II de la serie)Where stories live. Discover now