al final del día

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Kagome apretó sus ojos y soltó un suspiro cansado, luego de revisar su bolso. Había olvidado sus llaves en rectoría.

—Demonios— soltó secamente y de inmediato se giró para volver.

La joven con un traje sastre de dos piezas, color gris y ligeramente ceñido al cuerpo, hizo una mueca de desaprobación por tan ingenuo descuido. El viento le ondeó su cabello que, a pesar de estar recogido en una apretada coleta, todavía contaba con el largo suficiente para pasarle frente al rostro al ser suavemente mecido.

Soltó un suspiro cuando dejó las no tan grandes áreas verdes de ese campus, e ingresó de vuelta al edificio de rectoría. Subió los largos escalones y sonrió. Esta vez se permitió sentir la nostalgia de ser la última vez que pisaba ese lugar.

Cinco años. Había pasado cinco años en esa universidad.

«Parece mentira» pensó y sonrió con un tinte de ironía en sus labios rosas.

Su móvil vibró justo cuando se apoyaba en el escritorio de la secretaria que momentos antes la había atendido, entregándole finalmente toda la documentación que la universidad había requerido de ella, durante el tiempo que duró su carrera final.

—Las olvidaste— se apresuró la mujer tras el escritorio, y rebuscó las llaves que ya había guardado, y que finalmente terminó por entregarle.

—Lo siento. Gracias, Ima— se disculpó Kagome y agradeció mientras apretaba su móvil en una mano, rogando porque la melodía que acompañaba al vibrar no se escuchara tanto.

—No es nada, pensé en llamarte pero…— dijo y señaló el lugar. Ese enorme edificio era un caos. Recién se graduaba una generación y todo el mundo parecía tener asuntos que resolver en rectoría.

—Entiendo, no te preocupes. Ahora así, nos vemos— le sonrió y alzó su mano para irse. Su móvil se iba a volver loco con la llamada que seguía intentando entrar. Ima la imitó y enseguida fue requerida por otra persona.

«Cielos, Sango, que oportuna.»

—¿Hola?

—¿Dónde estás?

—Todavía en la universidad.

La castaña no pudo evitar reírse.

—Cierto, olvidé que aun eres universitaria. Eso me hace la mayor y la mejor— se jactó.

Kagome entrecerró los ojos.

—No seas ridícula. ¿Qué quieres?— preguntó cortante y no tan alto, al seguir atravesando rectoría.

Odiaba que Sango presumiese de profesionista, sólo por haber terminado la universidad un año antes que ella. Pero no le quedaba más que soportarla, pues después de todo, nunca la había dejado sola, a pesar de que se lo pidió casi llorando años atrás.

—Te extraño— soltó desde el otro lado de la línea, con medio tono nostálgico.

Kagome suspiró.

—Yo también— dijo con voz baja, a pesar de ya estar en los jardines de esa universidad, alejada de muchos que por ahí transitaban.

—Reunámonos.

Kagome ahogó un suspiro y detuvo sus pasos dos segundos, para luego continuar.

—Sabes que estoy ocupada. No puedo mo-

Sango, que se mordía el labio del otro lado y jugaba con el espiral del teléfono de su propio despacho de abogacía, interrumpió:

—Vamos, te has graduado ya— presionó sin tanto ánimo —. También dejaré pendientes un par de cosas sólo por verte. ¿Qué dices?

Razones Equivocadas (Disponible en Amazon como original)Waar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu