una prueba de fuego

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Una mano blanca y delgada de Kagome se apoyó contra el cristal frío y suavemente empañado de la ventana de su habitación. Afuera personas llegaban o salían de la mansión, todos conocidos de su familia y ella, ella seguía encerrada en su alcoba.

—Niña, Kagome— Kaede entró con una bandeja de comida, haciéndola girar el rostro despacio hacia ella —. Debe comer algo.

La delgada pelinegra se abrazó a sí misma al mismo tiempo que devolvía su mirada al cielo que comenzaba a ennegrecer.

—No tengo hambre— dijo perdiendo su mirada a los distintos autos que se encontraban estacionados en los iluminados caminos de la mansión.

—Esfuérzate, han pasado horas y no has probado alimento— recordó Kaede al colocar sobre el enorme tocador la bandeja con comida —. Serán muy pesadas las horas siguientes, necesitarás fuerza y…— ella siguió hablando al verla con pena, y justo cuando pretendía acercarle un plato con algo de fruta picada, el móvil de Kagome volvió a sonar —¿No piensas contestar?— cuestionó al verla voltear de medio lado a la cama, lugar donde el móvil permanecía olvidado.

Los ojos chocolate de la pelinegra volvieron a aguarse —No— dijo y su voz sonó muy débil al picarle la garganta.

La de cabello cano dejó la comida en su lugar y se dirigió a tomarlo el aparato, pensando en ella atender, como solía hacerlo con las llamadas de la casa.

—No contestes— soltó con voz fría y dolida la pálida pelinegra.

—Podría ser importante, en estos momentos al-

—¡Qué no!— aclaró casi alzando la voz y su mirada tembló al ver el semblante tenuemente sorprendido de su nana — Lo siento, Kaede… es sólo que…— dijo avanzando a ella.

La mujer mayor le sonrió con resignación —He escuchado algo sobre que… — mencionó al ver a Kagome tomar el celular en sus manos y sentarse en la cama, detuvo sus palabras al notarla temblar, quizás soportando el llanto —¿Por qué lo hiciste, niña Kagome?

Kagome observó el nombre de Bankotsu en el display de su móvil y dos calientes lágrimas le recorrieron las mejillas —Yo no sabía— confesó ella sujetando el celular casi con miedo, y volviendo a llorar luego de que creyó haberse agotado sus lágrimas horas antes.

—Entonces, si es verdad que te casaste— dedujo la mujer que tomó asiento a su lado y apoyó su mano en el delgado hombro de Kagome, en un gesto que ésta encontró reconfortante y que necesitaba tanto.

Ella comenzó a hipear y apretó sus ojos —Dijo… dijo que me amaba. Lo juró— mencionó rasgándose la garganta al soportar el nudo quemante en ella.

Kaede la vio tumbarse en la cama y colocarse en posición fetal, mientras la observaba ver el móvil con sus ojos llorosos, el mismo que en ese momento dejó de sonar.

La mujer mayor tragó ligeramente —Si quieres responder, deberías hacerlo— aconsejó aun sabiendo que iba contra los deseos del jefe de familia. Segundos después, ella se puso de pie, pretendiendo marcharse y dejar sola a esa pelinegra de ojos y nariz rojiza por el llanto. Si lo que había escuchado era cierto, Kagome estaba ante la encrucijada de su vida… el hombre del que se enamoró, o lo que quedaba de su familia.

Los ojos de Kagome se apretaron, haciendo rodar el exceso de lágrimas calientes de sus ojos y se abrazó al móvil. Kaede cubrió su cuerpo con una frazada antes de salir, permitiéndole llorar con más soltura.

—Ah…— Kagome sollozó —¿por qué, Bankotsu?

O.O.O.O.O

Razones Equivocadas (Disponible en Amazon como original)Where stories live. Discover now