egoísmo, amor y lo irremediable

2K 129 88
                                    

—No puedo creerlo— aseguró Kagome y casi se quedó sin aliento al ver la belleza tropical que cubría todo lo que abarcaba su vista.

Bankotsu sonrió de medio lado y negó en silencio. Se limitó a tomarla de la mano y fascinarse con la capacidad de asombro que su joven amante tenía.

Kagome no prestó atención a la forma como Bankotsu tomaba su mano, acariciando con un par de sus dedos su dedo anular de forma insistente.

La vista achocolatada estaba puesta en el mar, ese mar azul profundo del horizonte y que conforme parecía acercarse, se aclaraba suavemente hasta casi desaparecer en un tono verde tan suave. Justo en ese momento acababan de bajar del vuelo que en varías horas los tenía ahí, en China, en esa isla magnifica de Hanya, específicamente, cruzando ese puente que unía la enorme isla con su destino final, la isla Phoenix.

Desde el momento de subir al avión, Kagome decidió que dejaría todos sus problemas en Tokio. No iba a pensar en su padre ni en el absurdo compromiso que aseguraba tendría, o en la reprimenda de calidad infernal que le pudiese dar si llegaba a enterarse que había salido del país, y más, que lo había hecho con ese chico al que se supone debería dejar. No, iba a ser feliz esos nueve días que estuviera con él en ese nuevo país.

—¿Primera vez que viene aquí?— preguntó con un perfecto inglés el chofer del taxi que los recibió en el aeropuerto, y que los conducía a uno de los resort más impresionantes de ese continente.

El moreno sonrió en algo que parecía más natural en él, desde que subieron al avión horas antes.

—Ella sí— le respondió también en el considerado idioma universal.

—Seguro le fascinará todavía más este lugar de noche— comentó el hombre y entonces Kagome prestó atención, el robusto chofer siguió conduciendo y en minutos terminaron de cruzar el puente, trayendo más belleza a la vista de la pelinegra que dejó de preguntarle a Bankotsu a qué se refería con eso que de noche le fascinaría más ese lugar.

La isla Phoenix no era demasiado grande, pero sí muy lujosa, tanto, que junto a un par de islas más, eran consideradas el Dubái occidental. Había una serie de edificios con una arquitectura exquisita, Kagome juraba que casi podrían moverse por sus formas dispares, éstos eran vestidos por una cortina verde de árboles y palmeras en los suelos, conservando el aire tropical en lo que casi podía considerarse una metrópoli.

Llegaron a los pies de uno de esos edificios y si bien a la pelinegra no la asombraba la altura, sí lo hacía la belleza y las formas asimétricas que tenían, pocas estructuras podían exhibirse de tal modo.

—Ven—Bankotsu la tomó de la mano cuando un par de empleados vestidos de blanco salieron a recibirlos.

Se adentraron y Kagome le sonrió satisfecha a su joven novio.

—¿Nos quedaremos aquí?— preguntó sosteniendo su blusón blanco y holgado que fue mecido con el viento. Se había desecho de su chaqueta durante el viaje y no se arrepentía, el clima era tan agradable. A pesar que sus padres lo habían hecho en algunas ocasiones, era la primera vez que ella disfrutaría de una navidad lejos de la nieve, envuelta en ese delicioso calor tropical.

—No, iremos a un lugar más exclusivo— informó cuando las puertas corredizas se abrieron frente a ellos —. Sólo nos dirigiremos por las llaves y un par de guías que nos servirán para el itinerario— explicó cuando ya caminaban por el reluciente mármol beige veteado.

Kagome asintió sintiendo una emoción que le impedía borrar su sonrisa. Observó el perfil del moreno que la llevaba de la mano y sintió un cosquilleo característico del enamoramiento inquietarle el estómago, cuando él no volteó a ver al par de chicas en bikini que salían del elevador y que lo notaron pasar, mirándolo de forma insistente.

Razones Equivocadas (Disponible en Amazon como original)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora