—¡Malcom! —Me detengo de forma automática al escuchar el sonido.

Proviene de una voz demasiado familiar, una que tiene la capacidad de congelar cada músculo de mi cuerpo. Levanto la mirada y allí la encuentro, observándome desde el otro lado de la calle, en el café en el que planeábamos reunirnos.

Nancy Brune.

Se protege de la lluvia bajo un paraguas con flores, pero como ya mencioné antes, ni los días grises ni la lluvia pueden quitarle ese resplandor tan especial que tiene. A pesar de tener una barriga enorme por estar a punto de dar a luz, se las arregla para lanzarse a mis brazos y abrazarme en cuanto cruzo la calle.

Aspiro su perfume a lavanda y por un segundo recuerdo la dulce fragancia a rosas que suele usar Kansas, esa que se mezcla con su acondicionador.

Entonces, la abrazo más fuerte.

KANSAS

Perseguir a alguien no es sencillo, mucho menos si debes hacerlo en un lugar que desconoces y quien te lleva es un taxista que te observa con algo desdén solamente por venir de otro país y tener un acento diferente.

El vuelo de Malcom se retrasó en salir, así que la primera persona que dejó el continente americano fui yo. Luego tuve que esperar alrededor de dos horas en el aeropuerto hasta que él llegó. Estaba lista para ir a hablar con Malcom hasta que el arrepentimiento se adueñó de cada fibra de mi cuerpo.

Tal vez no debería haberme subido a ese avión, y con toda sinceridad no tengo la certeza de que Beasley reaccionará bien por eso, pero, por otro lado, no puedo tolerar que vaya a enfrentarse a la muerte de Gideon solo, y por experiencia personal puedo decir que a pesar de que busquemos soledad cuando alguien cierra sus ojos para siempre, en el fondo sabemos que necesitamos compañía.

Cuando me enteré que mi tía Jill había muerto me encerré en mi cuarto por días. Lo único que hacía era tocar con furia el piano y bajar a ver si mi madre necesitaba algo, luego volvía a encerrarme y a rogar que nadie tocara mi puerta.

Sin embargo, alguien siempre lo hacía.

Harriet respetaba mi decisión de no querer hablar, así que solía dejar en mi casillero un viejo walkman de su madre y, junto a él, varias cintas con música de otra época. Ella sabía, y aún sabe, que las melodías logran relajarme y ayudarme a sobrellevar las dolencias de la vida. Luego estaba Jamie, quien claramente no respetaba mi decisión de no hablar y llegaba a mi casa a altas horas de la madrugada. Traía su mochila cargada de todas las cosas que me gustan, a veces potes de helado, otras veces algún que otro chocolate con maní. Nos sentábamos en el porche y ella hablaba de cosas irrelevantes en el intento de despejar mi mente. Mirábamos las estrellas y relataba viejos mitos griegos, otras veces me enseñaba las constelaciones, que las señalaba con dedos cubiertos de chocolate derretido.

Mi madre, por otro lado, estaba demasiado ocupada emborrachándose, así que mi padre se ocupaba de absolutamente todo en la casa. Él nunca dijo nada al respecto, pero sé que intentaba animarme a partir de las pequeñas cosas. Se esforzaba en hacer mis comidas preferidas, y sí, esa fue la única época en que cocinó algo más que salsa. Dejaba al pie de mi cama viejas sudaderas de cuando él asistía a la universidad porque sabía que amaba usarlas, y procuraba afeitarse, porque era consciente de que no me gustaba que su barba raspara mi mejilla cuando lo saludaba. En conclusión, si me pongo a pensar en qué hubiera sucedido si no hubiera tenido a esas personas, puedo afirmar que todo se habría vuelto más difícil, más insuperable de lo que aparentaba ser.

Ellos, a partir de los pequeños gestos como un abrazo o una cinta de los ochenta, lograron contenerme. Y si pienso en Malcom solo me enfoco en que no tiene a nadie que lo apoye. Él no tiene a su propia Harriet ni a una terca Jamie, y mucho menos a alguien como Bill.

TouchdownWhere stories live. Discover now