12. De Norte a Sur, y de Sur a Norte

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El impacto del hada contra el frío piso violó por un segundo el característico ambiente armónico de la casa, que siempre se mantenía con el leve sonido del crepitar de la madera. Todos los presentes se dieron la vuelta para ver qué había provocado tal irregularidad. Los ojos del humano se abrieron en terror cuando vio que el hada, con un minúsculo brillo, yacía inmóvil sobre la madera.

—¿Yura? —con rapidez, se acercó al ser, cuando este no le contesto, le levantó dándole la vuelta —. ¡Yura! —lo sacudió sutilmente, pero el hada no respondió. 

Cuando el hombre cogió el rostro del hada fue cuando sintió que Yuri estaba frío y que temblaba imperciptiblemente. Alzó al ligero rubio con sus brazos y se apresuró a recostarlo en su cama y a taparlo hasta el cuello para que su cuerpo deje de poseer frigidez tan preocupante. No despegó su palma de la mejilla del hada, desesperado, ya quería que su cuerpo tomase temperatura. Su corazón comenzó a later con más miedo cuando comenzó a notar que el color del hada iba desapareciendo. Su cabello dejaba de ser un hermoso dorado, sus labios perdían el pigmento rojizo y su piel se fusionaba con el aire. El hada había desaparecido, sin dejar ni un rastro azulino, ni un bulto en las sabanas.

—Yu... —las palabras no salían del humano, la dolorosa opresión en su garganta le evitaba seguir.

Su mano que antes tocaba la mejilla del hada cayó, ya que nada la hacía mantener en su lugar en esos momentos. Luego dejó que su frente golpeara el viejo colchón, y así se quedó, destruido y estático.

El felino subió a la cama y caminó por los bordes del colchón hasta la almohada. El maullido que dio hizo que la cabeza de Otabek se levantase para verlo. Se reincorporó de golpe al ver lo que el gato hacía. El felino de cola, orejas y patas marrones refregaba su hocico donde el rostro del hada había desaparecido. Luego, el gato cruzó un obstaculo imaginario para el humano y volvió a restregar cariñosamente su cuerpo contra algo invisible.

Otabek soltó un gran suspiro, uno que nunca dio en su vida. Su corazón se alivió al darse cuenta que el hada seguía allí, sólo que él no podía verle. Trató de delinear el rostro del hada con su mano y sonrió, aunque sus manos todavía no pararían de temblar, ya que el desconocimiento sobre el repentino malestar del hada le preocupaba de sobremanera. Se incorporó de la cama y se cubrió con su largo abrigo. Antes de salir tiró dos troncos más al fuego y tapó el invisible cuerpo del hada con otra manta, deseando que eso le proporcione calor a aquel congelado cuerpo que sintió. Y antes de cruzar por el umbral de la casa, Otabek habló hacia aquella vacía cama.

—Volveré rápido, Yura —la puerta fue cerrada y con pasos cortos pero veloces, al pueblo ansioso fue.

La noche estaba fría y silenciosa ahora que los insectos dormían. Otabek se mantuvo caminando con la compañía de la luna hasta llegar a ese lugar brilloso que veía desde lejos: el pueblo, que parecía no querer irse a dormir nunca. En cada esquina, el fuego de las farolas parecían bailar con la música que salía de los bares.  A comparación del sendero por el que vino el soldado, la gente deambulaba en grupos por las calles, los comerciantes seguían invitando a las personas a acercarse y el aroma a la comida de los puestos de comida inundaba a quien pasase por al lado del establecimiento movible. Por tradición de Astaná, el día de mañana no se trabajaba y era el día en que se podía permanecer despiertos hasta altas horas de la noche, todos sonreían, menos el reconocido héroe, que caminaba intranquilo en busca del doctor que atendía a los soldados.

El médico no sería capaz de ver a Yuri para determinar lo que le pasaba, pero tenía la esperanza de poder sacar un diagnostico y recomendación de él si le contaba la situación. Luego de haber caminado impacientemente por un largo tiempo desde su casa, dando rápidas reverencias a quien le saludaba en el camino, frenó frente a la puerta de madera del doctor. En esta había una placa donde indicaba que era el hogar de un médico, en la chapa de metal se encontraba su nombre y especialidad. Otabek no le prestó mucha atención y golpeó enseguida la puerta. Segundos interminables para el humano pasaron hasta que la manija se giró y con un chirrido, la vieja puerta se abrió. Una mujer adulta y con leves arrugas, con los brazos cruzados y pegados a su pecho para conseguir calor, apareció desde la oscuridad.

Un Amor, Un Secuestro [OtabekxYuri]حيث تعيش القصص. اكتشف الآن