Capítulo 50

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*Lauren pov*

Emma estaba en medio de la sala cruzada de brazos y con el rostro serio viéndome. Yo estaba mordiéndome el labio nerviosa.

—Es tu culpa, mamá.—Exclamó en voz baja.—Ahora está llorando por tu culpa. ¿Qué haces ahí?—Me regañó.

—Nada. ¿Qué quieres que haga? Si me llego a acercar me va a matar.—Me defendí de no estar haciendo nada.

—¡Le dijiste gorda! ¡Ve a pedirle perdón y darle besos!—Pisó fuerte con su pie. Estaba alterada y parecía harta de estar diciéndome qué hacer.

Sí, mi hija me decía qué hacer.

—Yo no le dije gorda. Simplemente me reí porque el vestido no le entraba. Y no fue a propósito. Fue sin querer. Se me escapó la risa.—Me encogí de hombros.

—Tienes que ir con ella ahora.—Me ordenó.—Yo voy a ir a mi habitación.—Me señaló con su dedo y luego se dio la vuelta yéndose enojada.

Perfecto. Ahora tenía dos morenas de ojos marrones enojadas conmigo por es una idiota.

Camila llevaba casi media hora encerrada en la habitación desde que salimos de la tienda de ropa. Se estaba probando un vestido y me causó gracia el verla molesta y la cara de mala que tenía porque el vestido que le gustaba no le había quedado, entonces se enojó y me dijo que me vaya a la mierda, salió del lugar con Emma detrás de ella y se metió al auto dando un portazo.

No quería decir en voz alta que estaba sensible y los cambios de humores últimamente eran más notorios, pero pasaba aquello.

Durante todo el embarazo había estado tranquila, nada más tenía antojos de vez en cuando y justo a una semana de nacimiento de nuestro bebé, ella tenía cambios de humores horribles, estaba sensible y enojada todo el tiempo.

Entré a la habitación y la escuché limpiarse la nariz. Me mordí el labio porque por más que no quería, me reía. Me hacía gracia que llore por todo, cuando veíamos películas, cuando Junior no le hacía caso, cuando yo le hablaba mal sin darme cuenta, cuando Dinah le hizo una broma y se asustó, cuando el bebé se movía, cuando yo le decía cosas lindas y también cuando sin querer hacía cosas que la ponían “triste”.

—¿Amor? Deja de llorar.—Me acerqué despacio hasta ella que estaba buscando ropa en el armario.—¿Podemos…

—No.—Se giró para enfrentarme.—Vete de la habitación y déjame sola. No quiero ni verte.

—Pero lo siento.—Me reí.

—¡Vete!—Me tiró con su remera y entonces me fui antes de que hiciera algo más.

Estuve toda la tarde jugando videojuegos con Emma mientras ella estaba en la habitación y las veces que había intentado buscarla me dijo que me fuera si no quería dormir en el sillón esta noche.

Nunca pensé que decirle gorda, de alguna forma, a una embarazada traería tantos problemas.

—¿Qué vamos a cenar?—Emma se metió delante de mí haciendo que tuviera que moverme para no sacar la vista de la pantalla de la televisión.—¡Mamá!

—Ya voy. ¿No ves que estoy ocupada? Ya casi paso el nivel.—Sus brazos se envolvieron alrededor de mi cuello mientras yo miraba la pantalla.—¿Qué quieres cenar?—Pregunté mordiendo mi labio porque ya casi ganaba.

—Pizza. Podemos pedir pizza.—Me cubrió los ojos con su mano haciendo que me remueva en mi lugar, pero ya era tarde y había chocado el auto.—¿Perdiste?—Se rió viéndome.

La miré seriamente. No podía castigarla por esto. ¿Verdad? Era un juego. Era solo un juego. Además esos ojos marrones eran mi debilidad. Dios. Odiaba los ojos marrones a veces.

—No hagas eso otra vez, Emma.—Volvió a abrazarme y pegó sus labios a mi mejilla.

—Y si no me atiendes…

—Te dije que ya iba. Debías esperar.—Bufé. Abrazándola para poder levantarla del piso.—La próxima vez te castigo por un mes.

—No puedes. Mamá Camila siempre me saca los castigos.—Apretó los labios y levantó las cejas burlándose.—Por tu culpa está enojada.

—Luego me ocupo de ella. Ahora vamos a pedir pizza, vas a cenar y te vas a la cama.—Asintió.

—¿Le vas a dar muchos besos para que te perdone?—Preguntó mientras se acomodaba sentada sobre la mesa donde la había dejado.

—Sí, si es que me deja. Esta vez se enojó de verdad.—Suspiré.—¿Quieres una lata de soda?

—Y pizza.—Asintió.

—Sí, ya me dijiste.—Le di una lata de soda con un sorbete para que bebiera sin ensuciarse.—Voy a pedir la pizza. No te muevas.

Fui rápido por el teléfono y pedí la pizza para nosotras. Cuando volví estaba acostada sobre la mesa y con la soda a su lado. Rodé los ojos tirando de su mano.

—Emma te dije que no puedes hacer eso. Bájate.—La dejé en el piso y le di la soda.—Busca a Junior que es hora de que coma.

—Ya lo alimenté.—Mordió el sorbete y miré el plato del perro. El piso estaba todo sucio alrededor.

—¿Y qué le diste? Su alimento está alto, tú no llegas.—Me acerqué al plato para ver.

—Le di cereal con leche.—Me giré para ver en el sesto de basura. Estaba la caja vacía y luego fui a la heladera, la caja de leche estaba más abajo de donde lo dejábamos siempre.—Te dije que tenía hambre y no me prestaste atención por estar jugando a los videojuegos.

La miré seriamente. Dios. Esa niña era increíble. No le dije nada porque yo ni siquiera la había escuchado decirme que Junior tenía hambre.

—Yo no te castigo si no le dices a mamá que no te escuché por estar jugando videojuegos.

—No puedes castigarme porque es tu culpa de todas formas.—Le dio un sorbo a la soda.

A veces odiaba que fuera tan lista y no me dejara sobornarla o intentar aprovecharme de su “inocencia” que a veces no tenía.

—¿Te crees lista?—Levanté una ceja.

—Lo soy.—Me miró desde su lugar.—¿Me quieres?—Rodé los ojos asintiendo.

Comencé a sacar un plato solo para ella porque Camila y yo íbamos a cenar luego. Me aseguraría de eso.

Una vez que Emma cenó hasta llenarse mientras veía televisión. Me encargué de que se bañara, de ponerle su pijama y luego de despedirse de Camila que seguía enojada en la habitación, según me había dicho mi hija. La llevé a su habitación y la dejé en la cama cubierta con las mantas y la televisión encendida. Emma después de un baño estando llena  literalmente caía rendida en su cama. Así que cuando terminé de limpiar su plato sucio, el vaso y otras cosas, pasé a verla y la vi dormida.
Era tan pequeña y tan terrible. No me imaginaba un día sin ella. Era una de las mejores cosas que tenía en mi vida.

Camila estaba en el baño de nuestra habitación cuando entré. Sabía que si me metía antes iba a decir me que me vaya, así que me desnudé sabiendo que estaría en la bañera como cada noche antes de dormir.
Podía escuchar la música lenta en volumen bajo desde el baño y al abrir la puerta se giró para verme y rodó los ojos.

—Vete, Lauren.—Dijo dándome una mirada rápida por el cuerpo y sonreí para mí misma.

Tenía el pelo recogido para que no se lo mojase y el agua de la bañera le llegaba a la mitad de sus pechos.

Me metí detrás de ella ignorando todo lo que me estaba diciendo y cuando logré sentarme la abracé por detrás y le di un beso en la nuca, luego otro y apoyé mis manos sobre su vientre.

—Shh…—Intenté que dejara de quejarse tanto. Salir, no iba a salir porque apenas podía moverse.—Relájate, bebé.

—Te voy a relajar la cara de una…—Se quedó callada dejando que las palabras murieran en su garganta cuando tomé sus pechos con mis manos.

Presioné mis labios en su hombro suavemente. Sabía que aquello la haría detenerse de todo esto porque sus pechos estaban muy sensibles a cualquier contacto y mucho más si era con mis manos. Mis besos subieron lentamente hasta su cuello donde pasé mi lengua y mis dientes haciéndola gemir bajito. No quería hacerlo, pero tampoco lo podía evitar y me hacía gracia.

—¿Mejor?—Moví mis mano alrededor de sus pechos y giró su rostro buscando mis labios así que se los di.

Solía hacerle estas cosas, tocarla, acariciarla y besarla provocativamente para que dejara de estar enojada o molesta conmigo, o con ella misma muchas veces. Yo entendía que no debía ser fácil cargar su vientre enorme y todo lo que implicaba aquello. Camila vivía inquieta y la entendía.

Mis besos siempre la dejaban un poco más tranquila. Normalmente terminaba así, gimiendo bajito mientras le acariciaba una y otra vez hasta que se relajaba entre mis brazos. Justo como ahora. Su cabeza estaba apoyada en mi hombro mientras su pecho subía y bajaba de continuamente mientras intentaba no soltar ningún gemido o queja mientras yo la tocaba donde me necesitaba en aquel momento.

—¿Hiciste todo este escándalo para terminar así?—Le dije en el oído con voz suave.—¿Te gusta que haga esto?—Se enderezó un poco comenzando a respirar más agitada y sonreí cuando gimió y luego siguió jadeando mientras se dejaba estar entre mis brazos.

—Te odio.—Murmuró. La abracé mientras le daba besos en la mejilla una y otra vez hasta que giró el rostro y la besé en los labios.

No sé cuánto tiempo estuvimos basándonos, diciéndonos cosas sobre los labios de la otra y muchas veces me reía porque se acordaba de su enojo y me maldecía. Cuando el agua comenzó a enfriarse le dije que era suficiente y salimos de la bañera con cuidado. La saqué el cuerpo mientras mis labios basaban cada parte de él y donde podía. Nuestro bebé se movía algunas veces cuando pasaba mi mano a propósito para que me sintiera y Camila se reía.

Me puse mi bata y busqué la de Camila para luego ayudar a ponérsela. Pensé que su humor había cambiado, pero en realidad pasaba que sus cambios de humor no se iban a ir pronto.

Y ahí estaba llorando mientras se veía al espejo.

—No, mi amor, no estás gorda.—Cerré su bata y la abracé con ambos brazos dejándola contra mí.—Estás hermosa. Siempre lo estás.—Le di un beso.—Ven, deja de llorar por favor, es suficiente. ¿Tienes hambre?—Asintió.

—¿Quedó pastel con chocolate?—La miré un momento. No. No había y no tenía ganas de salir a comprar. No tenía ganas hasta que la vi secarse las lágrimas y mirarme a los ojos logrando que mi corazón se hinchara de amor.

—No, pero voy a ir a comprarte.—Le puse un mechón de pelo detrás de la oreja.—Espérame en la cama que vuelvo con pizza y pastel con chocolate.—Asintió.

—Bueno.—Le di un beso.—Lauren.—La miré esperando a que siguiera.—Me… yo… ¿puedo comer un poco de crema batida con frutilla y chocolate?

Se cerró mejor la bata y suspiró viéndome un poco incómoda al tener mi mirada sobre ella. Era domingo. Era casi media noche. No sé de dónde iba a sacar crema batida con frutillas y chocolate a estas horas, pero iba a conseguirlo para mi amor.

—Sí, sí, tú espérame en la cama.—Sonrió.—Busca una peli para ver. Ya regreso.—La besé muchas veces antes de vestirme rápido y salir de la casa.

*

Vero me vio desde su asiento. Terminaba de hacer un tatuaje grande en el brazo de un chico y parecía agotada. Apenas eran las seis de la tarde y yo estaba realmente cansada. Si me detenía un momento probablemente me iba a quedar dormida.

—Parece que tuvieras una esposa embarazada, una hija revoltosa, dos trabajos y pocas horas de dormir.—Dijo Vero riéndose y rodé los ojos.

—Muy gracioso, ¿no?—Dejé agujas en su lugar, algunas cosas de higiene y guantes de látex donde mi amiga los guardaba siempre.

—No, no es gracioso, me das pena.—Dijo fingiendo estar triste.—En serio. Te ves hecha mierda.—Se volvió a reír.

—Camila lleva dos noches sin dormir. Literalmente.—Suspiré.

—Y tú te quedas despierta con ella toda la noche.—Dijo y asentí. Ella me conocía, sabía que lo hacía.

Camila no encontraba comodidad para dormir, daba vueltas y se sentía molesta, estaba inquieta y hasta lloraba porque quería descansar y no podía. Yo necesitaba que mi hijo naciera pronto porque quería tenerlo conmigo y porque no soportaba ver a Camila así.

—Está tan sensible, de verdad, como nunca.—Suspiré.—Pero no importa si tengo que quedarme despierta toda la noche hablando con ella de cualquier cosa si es por verla bien.

—Pero tú no estás bien.

—No importa, la amo. Prefiero estar despierta con ella a que se quede toda la noche pensando en cualquier cosa. No quiero que tenga miedo otra vez, cuando se pone a pensar en eso es difícil hacer que se olvide. Ya sabes. Todo fue tan difícil y ahora falta poco y no puedo creerlo, es imposible no estar nerviosa y que ella tenga miedo. Creo que es eso también, ella no duerme porque está ansiosa.—Vero sonrió. Era una sonrisa diferente. Me veía con cariño.

—En serio, idiota. Voy a ser día en tres días.—Me reí emocionada.—¿Estás lista?—Se recostó sobre la silla y yo me senté sobre su escritorio.

—No.—Negué viendo al piso.—Estoy nerviosa. Muchísimo. No sé que pueda pasar y eso me aterra como la mierda, pero a la vez estoy feliz porque mi hombrecito va a estar con nosotros.—Me pasé una mano por el pelo.

—Va a estar todo bien, créeme. Solo no te enloquezcas e intentar estar tranquila para transmitirle eso a Camila. Ella te necesita, ahora más que nunca y en ese momento también. Te necesitaba antes para estar segura y ahora lo va a hacer para que le des fuerzas en todo sentido, Laur.—Asentí.—Confía en ella y en los médicos que pronto vas a tener a Ian contigo.

—No veo el momento. Ya le compré una chaqueta de cuero negra. Es muy pequeñita. Mañana voy a traerla para que la veas.

—No sé si recuerdan, pero están en horario de trabajo y tienen clientes afuera, par de zoquetes.—Dinah nos regañó.

—A esta le falta un poco de sexo. Te veo después.—Vero me chocó el puño y salí de allí con una sonrisa enorme mientras pensaba en mi hijo.

**

Al llegar a casa me recibieron los gritos de Emma y los ladridos de Junior, los saludé lo más alegre que pude ya que estaba agotadísima.

Emma apenas pudo me arrastró a su habitación para mostrarme el dibujo que había hecho con tempera en su caballete. Éramos, Camila, ella y yo. Mi esposa se veía más grande y su vientre se notaba. Junior estaba a su lado y tenía a Mel entre sus patas. Me reí observando y luego me mostró los demás.

—Cuando sea grande quiero ser como tú, mami.—Me contó mientras miraba su dibujo. Estaba sentada sobre mi estómago con una pierna a cada lado de mi cuerpo mientras yo estaba recostada en su cama.—Quiero tener tatuajes como tú, hacerlos y dibujar muy lindo como siempre haces.—Me dijo emocionada.

Sonreí como idiota viéndola. Sentía una presión en mi pecho, quería gritar de felicidad y orgullo porque me sentía orgullosa de escuchar eso de mi hija.

Jamás en mi vida pensé que podría escuchar algo así, menos de una persona que amara tanto como la amaba a ella. Claro, tampoco había pensado alguna vez en que tendría una esposa preciosa a punto de darme un bebé y una hija del alma hermosa que me haría sentir tan feliz con solo decirme “Hola mami” cada mañana. Jamás en mi vida me imaginé ser feliz y sentirme tan completa como me sentía con mi familia.

Antes ni siquiera me lo imaginaba porque no me creía capaz de tener algo así, creía que no me lo merecía y mucho menos iba a encontrar alguien junto a quien formar esto. Una vida. Una familia.

Sentía un hormigueo en mi estómago mientras veía a la pequeña morena sonreírme adorablemente mientras me mostraba muy orgullosa sus dibujos.

—¿De verdad quieres ser como yo?—Pregunté tomando su mano e hice el intento de enlazar nuestros dedos, pero simplemente logró tomarme algunos de ellos con su mano y las dejó en el aire.

—Sí.—Asintió.—Y puedo tener tatuajes, ¿verdad? ¿Crees que mañana puedo hacerme uno? Quiero una princesa aquí.—Señaló su brazo con un movimiento de cabeza.

Solté una risa levantándome un poco para poder alcanzar su mejilla y darle un beso.

—No tienes la edad para un tatuaje, mi amor. Va a dolerte mucho y además una princesa… nada, nada.

—Pero me aguanto el dolor.—Se quejó.—Y además no duele dibujar con marcadores en el brazo. Ya lo intenté.

—Los tatuajes se hacen con tinta que se queda en ti para siempre y se ponen con agujas.—Miró mis brazos expuestos. Estaban llenos de tatuajes y ella los amaba. Amaba verlos, tocarlos y preguntarme sobre ellos.

—¿Tú lloraste?—Me acarició ambos brazos suavemente. Puse mis manos en sus costados, abrazándola de alguna manera, y negué.—¿Fueron muchas vacunas?

—No, boba. ¿Recuerdas lo que hacía Vero cuando te llevé al estudio y viste como se tatuaba?—Asintió.—Bueno eso me hicieron a mí.

Claro, como para olvidarlo, ese día estuvo con nosotras en el estudio y preguntó sobre todo, tocó todo, interrogó a cada persona que se sentaba en nuestras sillas y les enseñó sus propios dibujos que algún día serían tatuajes según ella. Hasta que tuve que sacarla de allí porque estaba literalmente tentada al ver la cara de dolor de una chica cuando Dinah la estaba tatuando y no fue todo, de un momento a otro y en un segundo que Dinah se dio la vuelta, ella tenía la máquina de tatuar en su mano y se estaba acercando a un chico. Había sido suficiente por un día. Recuerdo que la saqué con su risa sonando por todo el lugar porque le hacía gracia la cara del hombre al ver que ella se acercaba con la máquina. Dios. Nunca más volví a llevarla por tanto tiempo.

Seguí contándole algunas cosas hasta que vi algo en la puerta de su habitación. Era Camila que estaba apoyada en el marco y con los brazos cruzados. Me había olvidado de ella.

—La cena está lista.—Me dijo sonriendo. Ella llevaba un largo rato ahí.

—Estaba yendo.—Asentí.—Tú junta los dibujos y ve que vamos a cenar. ¿sí?—Me di dos besos en su mejilla antes de dejarla sobre la cama.

—Ella quiere muchos besos.—Me dijo en voz baja y la miré un momento, luego a Camila y asentí saliendo en silencio de la habitación.

—Lo siento, yo llegué y ella me arrastró a su habitación para mostrarme sus dibujos y se me pasó el tiempo allí.—Me disculpé.—¿Cómo estás, mi amor?—Le tomé el rostro entre mis manos y presioné mis labios sobre los suyos.

—Hola.—Cerró los ojos.—Me siento muy cansada y ya no soporto nada.—Dijo en voz baja.—Me siento muy incómoda de verdad, no sé cómo estar.

—Lo siento. Ya falta poquito.—Asintió.—Noto en tu rostro lo cansada que estás.

—Y tú también. Apenas duermes, Lauren. Así que ahora vamos a cenar, luego de das un baño y te metes en la cama a descansar.—Enlazó nuestros dedos.

—Pero y tú…

—Yo no importo. Quiero que descanses. ¿Sí? Ven. Hice pastas.—Me llevó de la mano hasta la cocina.

—¿Lloraste por algo hoy?—Me reí buscando una soda en el refrigerador. Al girarme ella me estaba viendo seriamente y solté una risita tonta yendo hasta ella para abrazarla.— Era broma.—Le di muchos besos en la mejilla.

—Basta. No eres graciosa.—Se quejó.—Déjame. Ve a poner la mesa. Ayúdame.

—Sí, señora.—Le robé un beso antes de alejarme.—¿Estabas viéndonos hace mucho desde la puerta?

—No mucho.  Vi y escuché lo suficiente para ser feliz.—Me reí dejando los platos sobre la mesa.—Ella te admira tanto, Lauren. En serio, siempre te copia todo. ¿sabes que hizo hoy cuando me dolía mucho la cabeza? Me abrazó y me dio besos porque eso haces tú para calmarme de algo.—La miré sonriendo.—Me dijo que debía estar tranquila y que todo iba a estar bien, lo que me dices siempre.—Era verdad.

—Me pone muy feliz saber que cuando salgo de casa te quedas con ella. Creo que no hay mejor compañía, ¿verdad?

—¿Qué hay de cenar? ¿Puedo usar mi vaso de princesas que me dio el abuelo Mike?—Habló trepándose sobre una silla. Camila y yo la miramos por unos segundos mientras torpemente se apartaba el pelo de la cara y se arrodillaba para llegar bien a la mesa.—¿Me pueden alimentar?

Mi esposa me miró sonriendo y yo asentí aguantándome la risa.

—Bien. Alimentamos a esta princesa, Camila.

—Por fin.—Murmuró, pero la escuchamos.

Cenamos escuchándola hablar como siempre mientras comía lentamente y limpiaba cada lugar que ensuciaba con salsa, porque, no creo haberlo dicho, pero tenía una mini obsesionada por la limpieza y el orden en casa.

Más tarde la  dejamos en su habitación, costó hacerla dormir, pero lo hizo entre mis brazos mientras me escuchaba  contarle cuentos inventados. A veces ni yo sabía de dónde me salía tanta imaginación para inventar esas historias.

—Hueles bien.—Pasé la punta de mi nariz por el cuello de mi esposa y respiré su olor.

Estábamos en nuestra cama después de un día largo para ambas.

—Debe ser porque llevo tu ropa. Huele a ti.—Sonreí acercando mis labios a los suyos.—Descansa, cariño. Estás agotada.—Asentí.

—Despiértame si pasa algo.—Asintió colocándose mejor y soltó un par de quejas.

Me sentía tan mal por ella y porque estaba pasando unos últimos días realmente malos. Debía ser cansador no encontrar comodidad nunca, ni siquiera poder dormir porque estaba inquieta y no lograba cerrar los ojos ni por diez minutos.

Al final me quedé dándole besos pequeños y cariñosos hasta que el sueño me venció y me quedé dormida.

Pero no fue buena noche, ni siquiera sé si fue buena o mala, en ese momento lleno de preocupación y desesperación nada era bueno.

Sentí que me llamaban y luego alguien apretó fuertemente mi brazo, escuché otra vez mi nombre y desperté de repente. Camila me apretaba tan fuerte que me dolía. Estaba sentada con una mano en el vientre y una mueca de dolor en el rostro.

—Lauren, me duele mucho.—Sollozó.

Me desperté del todo, bajé de la cama y le quité las mantas de encima y vi que había  roto bolsa, pero no era eso lo que me dejó shockeada y asustada, era la sangre. Había sangre.

—Camila… Le-levántate.—Dije en voz baja.—Vamos a la clínica.—La ayudé a bajar de la cama y se quedó horrorizada al ver la sangre. No era mucha, pero había y yo no sabía qué significaba eso.

—¿Qué…?—Lloró viendo sus piernas y le tomé el rostro para que me mirara.

—No, no, está bien, amor. Mírame. Va a estar todo bien. Por favor, tienes que estás tranquila.—Asintió.—Por favor.—Repetí.—Voy a ir por Emma, pero tienes que estar tranquila no quiero que se asuste. ¿Me prometes que puedes?

—Te lo prometo.—Asintió llorando. Y se quejó.

—Ven aquí.—Le puse una campera sobre la espalda y la llevé al auto con mucho cuidado. No me importaba que se ensuciara.—Dame un momento y vuelvo para irnos, mi amor. Aguanta.

Fui por Emma lo más rápido que pude, intenté ser suave y sonar tranquila para no asustarla o desesperarla.

—Amor, ven, vamos, tenemos que ir con mamá a la clínica.—La levanté de la cama sin intención de que caminara y fui a mi habitación para buscar el bolso que Camila tenía preparado para cuando llegara el momento en que naciera nuestro hijo.

Él iba a nacer. Yo sabía que sí.

Remove the chains {Camren}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora