022 | Insinuaciones

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Su actitud a la defensiva y ese tono de voz despreciable solo logran aumentar mi enojo.

—No hables de mis padres —advierto. Me toma una milésima de segundo estar a pulgadas de su rostro—. Cállate, déjate de insinuar cosas que no son ciertas y hazme el favor de dejar de fingir que te interesa Zoe cuando lo único que te importa es echarme la culpa de todo.

Estoy por llegar a un punto de ira que no sabía que poseía, pero la realidad es que Kansas saca lo peor de mí.

—Eres increíble —murmura en una risa de lo más amarga—. No puedo creer que estés insinuando que me importas más tú que Zoe.

—Esa niña no te importa en lo más mínimo —escupo.

En cuanto veo cómo las palabras la golpean, quiero retirarlas, pero es demasiado tarde. Sus ojos, redondos y brillantes, me observan con fijeza por lo que parece una eternidad. Ya no hay cólera y tampoco intenciones de réplica en su rostro, solo un conjunto de facciones indescifrables. Ella me da la espalda y se apresura a subir por las escaleras, el sonido de sus zapatos estrellándose contra los peldaños es lo único que se oye.

—Kansas... —intento hablar, pero me interrumpe en cuanto se gira con rapidez.

—El segundo día que estuviste aquí me preguntaste por qué la cuidaba —recuerda con voz distante—. Y por un segundo, solo uno... —aclara con la respiración agitada, haciendo una pausa—. Creí que verías más allá de lo que todos ven.

Lo siguiente que se escucha es un portazo.

Y en ese momento pienso que soy un imbécil.

KANSAS

De todas las malditas cosas que pudo haber dicho, tuvo que mencionar a Zoe.

Me permito caer en mi cama y dejar salir el aire que he estado reteniendo desde el segundo en que él entró por la puerta. Mis pulmones me agradecen en silencio y mi corazón intenta volver a latir con normalidad.

Es tonto pensar que nos acabamos de pelear por un par de bragas, pero la realidad es que no discutimos únicamente por la presencia de la vulgar ropa femenina que Zoe encontró en el baño. Como en la mayoría de las discusiones que hemos tenido, ambos comenzamos a pelear por un tema en particular, pero luego él agregó algo que me hizo enojar y yo hice lo mismo.

Que dijera que estoy más interesada en él que en Zoe me dio gracia, porque con toda sinceridad es la cosa más absurda que he escuchado. El hecho de que diera a entender que no me importa la niña —lo cual tranquilamente se interpreta como que no la quiero—, me hizo alcanzar mi punto máximo de intolerancia. Sería un total eufemismo decir que quiero a Zoe Murphy, porque en realidad lo que siento por ella va más allá que cualquier simple «Te quiero». Ella me hizo compañía en la soledad que implicaba estar a la sombra de mi madre, me hizo reír en vez de llorar y logró traerle a mi corazón algo de paz en momentos de tormenta.

Querer y amar son cosas diferentes. La primera tiene su origen en la cabeza y la segunda, en el corazón.

Zoe está completamente incrustada en mi pecho.

La cuido de lunes a viernes, un total de cuarenta horas semanales mientras otros universitarios van de fiesta en fiesta hasta en los días hábiles. No la cuido por el dinero o por ayudar a la señora Murphy, me encargo de Zoe porque la veo como a una hermana, y que llegue Beasley insinuando que no siento absolutamente nada por ella me ofende, me enoja y, sobre todo, me entristece.

Agradezco haber llevado a Zoe a su ensayo de teatro, ya que así no puede oír todas las mentiras que salen de la boca de Malcom.

Me incorporo en cuanto la puerta se abre y lanzo una de mis almohadas con fuerza, directo a lo que Jamie denominó nariz de berenjena. Sin embargo, no hay ninguna nariz de berenjena, solo la nariz de Bill Shepard.

TouchdownDonde viven las historias. Descúbrelo ahora