55. Aprender a perdonar

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Suena la alarma del despertador de su móvil y Clarke alarga la mano para alcanzarlo en la mesita y parar ese maldito ruido. Sin abrir sus ojos resopla llevándose una mano a la frente sintiendo un dolor punzante en la sien, no ha descansado bien, nada bien, la noche anterior le costó horrores dormirse, y es que cuando subió a la habitación y se encontró a Lexa durmiendo de lado de espaldas a ella, algo que la castaña solo hace cuando está molesta, el sentimiento de malestar por la dichosa discusión le dificultó la tarea de conciliar el sueño. Y ese malestar general aumenta estrepitosamente en cuanto abre sus ojos y ladea su rostro, encontrándose la cama vacía a su lado. Se levanta sin ganas, necesita un café más que nunca, y espera al menos encontrar a Lexa abajo, con la esperanza de poder hablar antes de tener que irse a trabajar, odia que Lexa esté molesta, le da rabia que se cierre en sí misma en vez de hablar las cosas, y es que ella puede ser la más testaruda de las dos, pero con la excusa de no hablar en caliente, Lexa a veces consigue superarla.

He salido a correr

Escueta y concisa, ni un buenos días Clarke, ni un te quiero, ni un no te preocupes, ni siquiera un simple beso escrito en esa nota que encuentra en la encimera de la cocina junto a una taza de café a medio beber. Se lleva dos dedos a la sien, intentando calmar ese maldito dolor de cabeza con el que se ha despertado, coge su taza, esa que Lexa le regaló el día que celebraron su primer mes en aquella casa, esa en la que salen dibujados un león y un mapache abrazados, curva una pequeña y apagada sonrisa mirando fijamente esa taza mientras cae el café, recordando cómo Lexa le explicó al regalársela que cuando la vio le recordó a ellas dos, dos fieras de la naturaleza, completamente diferentes entre sí, pero que cuando están juntas, cuando se abrazan como esos dos dibujitos de la taza, son los seres más adorables del mundo que consiguen encajar a la perfección pese a las diferencias de su naturaleza, aunque por supuesto no faltó el pervertido comentario de que para Lexa, Clarke siempre sería esa leona que la mira con fiereza cuando tiene ganas de comérsela entera. Suspira de nuevo dejando que el café baje por su garganta, con la esperanza de que ese simple desayuno consiga remitir el maldito dolor de cabeza.

Y entre sorbo y sorbo, escucha la puerta de la entrada abrirse y cerrarse, dejando paso a una Lexa completamente sudada y jadeante, vestida con ropa deportiva y una coleta alta algo deshecha, que entra directamente a la cocina para atacar la nevera y beberse más de media botella de agua casi sin respirar.

- Buenos días – pronuncia Clarke cruzándose de brazos, esperando que con ese simple saludo Lexa se dé cuenta de su presencia, ya que hasta el momento, ni siquiera se ha fijado en que la rubia está ahí con ella.

- Joder que susto – exclama sacándose los cascos de la música – perdona, me dejé el agua y estaba sedienta – cierra el frigorífico y se acerca a ella, depositando un corto beso en su mejilla – Buenos días Clarke.

- Podrías haberme despertado para decirme que te ibas como siempre haces – Clarke se mantiene seria, pese a ese corto y suave acercamiento, pese a que su novia se ve jodidamente sexy toda sudada y jadeante después de hacer deporte, pese a esa fija mirada que ahora Lexa mantiene hacia sus ojos.

- No quería molestarte Clarke, me he despertado muy pronto y me apetecía salir a correr – da otro trago a la botella de agua encogiéndose de hombros y vuelve a mirarla, manteniéndose en silencio como si estuviera esperando las siguientes palabras de la rubia.

- ¿Vamos a hablar de lo que pasó ayer o vas a seguir evitándome y comportándote como una cría inmadura? – levanta una ceja, demostrándole que está molesta con su actitud.

- No te estoy evitando, simplemente no me apetece hablar del tema, no hay más – se gira y sale de la cocina, dejando a Clarke con la palabra en la boca.

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