Capítulo cuatro

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Aquella increíble sensación de irrealidad tiñó aquellos celestes ojos con una cortina grisácea que amenazaba con robarse todo lo que creía certero, todo en lo que confiaba finalmente se difuminaba frente a aquella risible escena. Se sentía herido, traicionado, todo para él se había transformado en aquel vago azul que representaba la melancolía y dentro de su pecho aquella pequeña llama de fuego que tantas noches había templado su ánimo, poco a poco se apagó ¿Qué más podía hacer un muchacho abandonado por todos? ¿Qué más podía suplicar aquellos ojos dulces que todo lo habían visto? ¿Qué más podía esperar en esa eterna tortura que representaba estar despierto? Recostado como estaba, deslizó su mirada por aquella pared que reflejaba esa azulada luz que poco a poco teñía su alma de una manera casi risible, ya no quería hacer nada y llorar nuevamente era algo tan lejano que aquella fosa oscura que lo tragaba suavemente quería ignorar. Por su parte el adulto se limitaba a deslizar sus dedos suavemente por el rostro apagado del muchacho, secando las lágrimas anteriores que habían cortado aquel desesperado llamado en búsqueda de ayuda, que nunca llegó. Quizás en otra vida, Naruto, despertaría de esa pesadilla en una cálida cama y entre lágrimas sería reconfortado con aquella mujer que lo vio nacer, que lo amó más que a su propia vida mientras su padre, se aferraba a ellos con el seño ligeramente perdido por el sueño. Quizás en otra vida él sería la estrella dentro el firmamento azulado del amor pleno, pero ahora, desgastada y brillando a duras penas encontraba sepulcro injusto en las saladas costas de esa playa. Quizás en otra vida.

-Ya vas a ver como se resuelve todo- le habló con aquella firme pero serena voz su maestro, mientras acunaba su rostro con aquellas manos que lo adormecían entre la lavanda y el suave roble. De todas formas continuó viendo la ventana mientras sujetaba el collar que Tsunade le había regalado entre sus pequeños dedos, degustando de aquella patética seguridad que aquella falsedad le generaba. Se sorbió la nariz mientras el nudo dentro de su garganta le generaba tanto dolor que no podía evitar morderse los labios, cerrando los ojos con presteza mientras una nueva corriente de lágrimas recorrían sus mejillas ¿Por qué dolía tanto no ser amado? ¿No debería estar acostumbrado ya al rechazo, a la traición, a la desolación?- lo siento tanto, lo siento tanto, mi niño- suplicó suavemente el adulto antes de limpiarle con la yema de su dedo pulgar, los rastros de saliva que al menor le quedaban bajo los blanquecinos labios que con tanta fuerza mordían mientras se aferraba a lo imposible. Kakashi finalmente lo dejó en paz, no hubiese podido decirle nada más que lo alejara de aquella inestabilidad fruto del desconcierto de sentirse perdido, como un espiral de agua que arrastraba todo a su paso. Lentamente le colocó aquel pañal que el menor sintió vomitivo, humillante y aún más desgarrador que cualquier cosa que le hubiesen hecho en la vida. Abrochó el pañal en las caderas el muchacho mientras este se limitaba a mantenerse alejado de todo aquello, estaba perdido en el limbo de la inestabilidad y aún así dentro de aquel corazón de león, no cabía ni de lejos el odio, simplemente estaba dolido, herido hasta lo profundo con un puñal que toda la maldita aldea había empuñado contra su estómago. Herido de muerte solo rezongaba acostado en una cama de flores de lavanda, mientras movía suavemente la cola y observaba las mariposas que salían dando tumbos del interior de su herida, apartando el puñal y secando la sangre de sus alas de seda virgen al sol del atardecer- ¿Quieres sentarte?- le preguntó nuevamente secando el rostro del menor con ayuda de sus largos y fríos dedos, pretendiendo que aquella escena desgarradora se perdía en el suave sonido del ukelele.

-No tengo fuerzas... para nada- susurró con esos suaves labios color cereza mientras aquellos ojos parecían brillar a la luz de sus propias lágrimas, volviéndose casi una réplica del más puro diamante. Cortando el silencio con aquellas melancólicas palabras, el menor simplemente lo observo, acostado con las manos sobre el pecho como el niño que cuenta una pesadilla y espera que alguien lo reconforte- para nada...- la voz se le rompió antes de terminar aquella palabra, por lo que volvió a sellar sus labios para cuando el adulto simplemente lo observaba con el corazón hecho pedazos.

Before you goDonde viven las historias. Descúbrelo ahora