Capitulo uno

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Era tarde por la noche cuando un pequeño niño de cabello color oro se despertó. Las lágrimas inundaban sus mejillas por completo, casi impidiéndole ver algo de la oscuridad que lo rodeaba, debido al miedo que le daba lo desconocido, se apresuró a aferrarse con fuerza al edredón que descansaba sobre su tembloroso cuerpo y atrajo sus rodillas al pecho, donde ocultó su rostro como normalmente hacía en esos casos.

Para completar el pésimo despertar, fuera de la precaria casita donde se encontraba llovía demasiado como para poder ver un par de centímetros de su nariz o siquiera para salir a buscar el apoyo de algún adulto que probablemente se hubiera despertado por sus gritos infantiles. Pero ninguno de los que lo rodeaban habían acudido nunca a sus inútiles llamados por socorro cuando la noche era larga y las pesadillas eran el doble de malas, simplemente no parecía importarles, eso sí, le echaban terrible reprimenda por hacer ruido a la madrugada o por llorar desconsoladamente a la hora de la siesta. Se limpió la nariz con la manga de su pijama y frotó descuidadamente sus ojos para quitarse las molestas lágrimas que insistían en seguir cayendo, se sentía encerrado, oprimido, la habitación lo estaba asfixiando, quería irse de allí en ese mismo momento, pero un deje de conciencia le decía que era peligroso salirse de la casa en ese momento, los robos eran cosas pasadas, lo peligroso era que algún gajo de los enormes árboles que estaban alrededor de la aldea pudiera aterrizar sobre un cable y ocasionar un problema, para evitarse problemas era mejor quedarse acostado en su cama.

Un rayo iluminó buena parte de la habitación, volviendo pilas de ropas en grotescas criaturas que buscaban asesinarlo de la forma más sanguinaria que pudieran lograrlo, por lo cual no pudo evitar cubrir su rostro con la almohada y mantenerse en esa incómoda posición hasta que la tormenta parase, cosa que parecía un lindo sueño, debido a que esta estaba en su punto de apogeo y tardaría un par de horas en calmarse totalmente. Suspiró y cruzó sus dedos mientras en voz baja y rota comenzaba a recitar un encantamiento que una adorable abuela le había contado una vez que el pequeño le había ayudado a llevar unas bolsas llenas de verduras, decía así"Sol solecito, caliéntame un poquito, por hoy por mañana, por toda la semana" y debía repetirlo con los dedos cruzados para que funcionara. Jadeó cuando escuchó la ventana de su habitación crujir por culpa del viento fuerte que amenazaba con arrastrar cualquier prenda que aun siguiera abandonada en algún tendedero o simplemente llevarse las hojas de los árboles.

-Sol...- dijo antes de volver a pensarlo mejor, en su despertador todavía marcaban las 2 de la madrugada y a decir verdad faltaba muchísimo para amanecer, por lo cual se surgió la duda de si debía pedir que saliera el sol o que saliera la luna. Llevó su mente a la incógnita mientras se llevaba un dedo a la boca para relajarse como tiempo atrás le había servido. La ventana se abrió finalmente con un espantoso crujido que hizo al niño gritar y sentarse rápidamente en la cama, ahí comenzó a llorar de nuevo, frotando sus ojos con lentitud mientras pedía que su madre viniera pronto a socorrerlo, pero como era de esperarse de un niño huérfano, nadie vino.

Podría pensarse que solo fue un día malo en su joven vida y que las cosas que él consideraba grandes, pesadas e imposibles de superar, para cualquier adulto era cosa simple, natural y simplemente algo fácil de resolver, por lo que no entenderían su desesperación. Pero para un niño, una pequeña roca en el camino significaban montañas y aunque los demás juzgaran que derramaban lagrimas en vano, no lo hacían, vamos ¿desde cuándo estaba penado llorar en público? ¿Desde cuándo derramar un par de lagrimas hacia a uno el blanco de murmullos molestos? Los sentimientos están para sentirlos y ellos son sentimiento puro.

Se mordió el labio algo avergonzado al ver que se había orinado de nuevo en la cama, justo la última ropa de cama que le quedaba limpia debido a sus accidentes anteriores. Ahora se preguntaran ¿Por qué no llevaba a lavar todo de una buena vez? Le aterrorizaba que alguien descubriera su secreto y le avergonzaba el solo hecho de intentar lavarlas él mismo, por el momento yacían ahí, en esa esquina abandonadas de la vista de cualquier persona, tal vez en un intento pueril de pasar de ellas hasta que desaparecieran y todo volviera a ser como antes. Cosa que era más que seguro de que no iba a pasar, pero el menor se sentía muy mal de tan solo pensar en ello por lo cual mordía su labio y se obligaba a pesar con optimismo sus problemas.

Before you goDonde viven las historias. Descúbrelo ahora