2. Lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas

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Nunca fui una chica prolija. Y mi tía me odiaba por eso.

En ese entonces, ni siquiera sabía si ella era hermana de mi madre o de mi padre. Cada vez que le preguntaba por alguno de ellos se indignaba y murmuraba cosas como "par de irresponsables", "jóvenes maleducados", "derrocharon su talento" o "les arruinaste la vida". Tía, es usted cálida como el sol y dulce como el néctar. ¡La amo!

Vivíamos con su esposo, un señor rechoncho y bonachón que pasaba todos los días con un libro diferente en las manos y los lentes muy apegados a la punta de la nariz prominente y respingada. Él era mucho más dulce conmigo, aunque también se negaba a hablar de cualquiera de mis padres. Su hija, Marta, era una mezcla exacta de sus padres; era rubia, de largas pestañas y ojos color miel como su madre y de espeso cabello ondulado y nariz aguileña (pero atractiva) como su padre. De ambos heredó también una habilidad grandísima para tocar el piano, y con tan solo cinco años prometía ser una pianista excepcional. Mi tía siempre procuraba mantenerla aseada, peinada como una dama y con elegantes vestidos. Yo en cambio me paseaba por la casa en calcetines, shorts y playeras que me quedaban demasiado sueltas.

Adoraba jugar en la tierra y dormir bajo los árboles del patio, lo que significaba que debía mojarme con la manguera y secarme bien al sol antes de volver a entrar a la casa. De no ser porque mi tío y Marta eran buenos conmigo, me habría sentido como Harry Potter. Mi habitación era la más pequeña y era rematadamente obvio que toda la atención recaería siempre en Marta.

Aprendí a tocar el piano tan rápido como ella, y mostré ser tan hábil como la pequeña prodigio, aunque a nadie le importaba. Ni siquiera a mí. Si bien me gustaba jugar apretando teclas al azar, prefería correr por el patio, escalar árboles o salir a jugar a la calle con los demás niños de mi edad.

Al tiempo después de cumplir los seis años mi tía enfermó de gravedad y debido a la delicadeza del asunto, por un medio o por otro, terminé siendo adoptada por el padre de May, un joven con aspecto atractivo y desaliñado y su pareja, una muchacha preciosa y cautivadora. Ambos tenían una hija: Mayra, aunque tiempo después descubrí que en realidad mi nueva hermanastra no era hija de aquella mujer, sino de otra que aún le robaba suspiros furtivos a mi padrastro, el cual insistió hasta el cansancio en que le llamara "Tío".

¡Ostias, tío! Ok, mal chiste.

Nunca más los volví a ver.

Él se llamaba Roberto y la chica, Alberta, como el lugar donde siempre encuentran fósiles de dinosaurios y que aparecía siempre en mis láminas coleccionables. Mayra era de mi edad y era también casi tan desaliñada como yo. Si la gente nos veía pasear por la calle a los cuatro juntos, bien podrían pensar que éramos una familia normal, puesto que teníamos la particularidad de que nos parecíamos mucho: ojos negros, cabello oscuro y ligeramente ondulado, piel ni pálida ni morena, sonrisa traviesa...

Cuando May y yo cumplimos los diez años, Alberta rompió con Roberto y este, algo liberado (según la impresión que a mí me dio) decidió que nos iríamos a Las Vegas, donde él trataría de probar suerte como mago. Había trabajado como tal el último tiempo, pero Alberta lo había obligado a ponerle más empeño en un trabajo "más serio" y "menos frívolo". Con Alberta lejos, podía dar rienda suelta a su sueño.

Roberto era realmente bueno. Manejaba las cartas con total control, era excelente para mantener tu atención en un punto determinado mientras la magia ocurría en otro lugar, tenía un manejo exquisito del público y además era joven y guapo. Lo contrataron enseguida. Y cambió su nombre por "Magnus Rob, el Ilusionista"

Rápidamente fue escalando posiciones y haciéndose conocido. May quiso aprender los trucos de su padre y a medida que se hacía mayor, le ayudaba a crear algunos nuevos. Apenas cumplió los catorce años, May se había teñido el pelo de rojo, se lo había alisado de forma permanente y cambió sus remeras de The Ramones por vestidos de gala para ser la ayudante oficial de su padre. Yo en cambio, estaba particularmente obsesionada por la música. Vivir en Las Vegas te da la posibilidad de encontrarte con muchas manifestaciones artísticas: pintura, escultura, magia, actuación y por supuesto, mucha música.

Hijos del Sol y el Fuego [COMPLETA]Where stories live. Discover now