Hijos del Sol y el Fuego [COMPLETA]

21. De cómo decido ser vegetariana en la cena y todo se arruina

Hablé largo rato con May sobre nuestros planes de ser cazadoras de Artemisa, hasta que ya se hizo la hora de que mi hermana volviera a su cabaña. Aproveché la soledad de la enfermería para buscar una botella de agua, un riñón estéril y un dracma, de manera de poder llamar a mi "padre" y decirle que estaba bien. Roberto estaba tirado en el sofá del departamento con los dos primeros botones de la camisa desabrochados, señal inequívoca de que se había quitado la corbata que tanto odiaba usar. Al verme, se levantó como un resorte y se acercó a la proyección que formaba el arcoíris.

- ¡CAMELIA! ¿CÓMO ESTÁS? ¿QUÉ HA SIDO DE USTEDES DOS? MAY ME DIJO QUE ESTABAS HERIDA...

Nunca lo había visto tan alterado, hablando tan rápido ni con los ojos tan abiertos. Su preocupación era más que sincera. Mientras hablaba con él, haciéndole saber una y otra vez que ya estaba bien, que nada malo había pasado, etcétera... no podía dejar de pensar en qué pasaría con él si tanto May y yo nos uníamos para siempre a mi tía. ¿Se quedaría sin ayudantes y sin familia? ¿Completamente solo? ¿Estábamos dispuestas a eso? Roberto no era mi padre biológico, ni mi tío, ni nada. Era simplemente mi padrastro, pero lo quería como si hubiese sido él el que había aportado con la mitad de mi material genético. Dejarlo solo SOLO me parecía ahora una aberración, y me sentí tan culpable de que cuando habíamos estado hablando con May en ningún momento se nos había pasado por la cabeza pensar en él. Además, él SÍ era el verdadero padre de May.

- Te noto algo distraída, debes estar cansada- me dijo de repente- Será mejor que duermas, podemos hablar otro día.

Así que le deseé las buenas noches, le envié un abrazo y terminé la llamada, dejando así la enfermería iluminada únicamente por la lámpara del velador, más blanca y sola que nunca.

Me había quedado dormida hace poco cuando volví a soñar con mi madre. Ella y Apolo versión humana iban caminando por las calles de la ciudad donde me había criado con mis tíos, se veían felices de la mano, sonrientes. De pronto todo se volvió nebuloso, se escucharon gritos y llantos. Y desperté de un salto, con la cara empapada de sudor. No me fue difícil suponer que aquella vez fue cuando mamá murió, pero por alguna razón, aquella escena me había sido censurada. Me sentí tremendamente molesta con Apolo, si él era un dios ¿Por qué había permitido que mi madre muriera allí, en la calle? ¿Por qué, a pesar de que me había prometido hablar sobre ella a mi llegada, se había largado y a cambio me hacía soñar escenas inconclusas? Tal parece que la rabia era un buen somnífero porque no noté cuando me volví a dormir, esta vez, sin soñar nada en absoluto.

Al día siguiente me esforcé en rogarles a todos que me dejaran salir a caminar afuera. Me dolía la espalda por estar recostada tanto tiempo y tenía miedo de que si no lograba acostumbrarme a mis nuevas piernas no iba a poder hacerlo nunca. Me facilitaron un par de muletas, y partí a la pequeña colina donde Rachel tenía una especie de caverna para ella sola. Como subir iba a ser un suplicio, simplemente grité su nombre y esperé a que su mata de pelo roja se asomara.

En cuanto bajó a saludarme, la invité a dar una vuelta, quería preguntarle sobre Leo...

...

Pasaron exactamente tres días desde aquella charla hasta que las cazadoras de Artemisa llegaron a instalarse al campamento. Recargarían provisiones y tenían el presentimiento de que un par de campistas querían unirse. En cuando me lo hicieron saber, tragué saliva sonoramente.

Antes de que todos caminaran hacia sus mesas para la comida de la tarde, encontré a May entre sus hermanos y le pedí conversar sobre la decisión que habíamos tomado días atrás.

- Ellas están esperando por nosotras- le dije- Pero yo ya no sé si quiero hacerlo.

- ¿Qué? ¡Acordamos estar juntas en esto! ¡Dijiste que era la única forma de olvidarte de Leo! ¿Acaso quieres morir? – Decir que se lo había tomado bien era una gran mentira.